domingo, noviembre 04, 2007

El paradigma del clásico barrial

Apertura, decimoquinta fecha: San Lorenzo-Huracán. Será la 154a. edición del paradigma del clásico barrial, desde aquel partido fundacional de 1915, en la cancha de Ferro, en el que se impuso 3-1 San Lorenzo.
De las siete veces que se enfrentaron en la Era Amateur, el equipo de Boedo ganó cinco y hubo dos empates. Ya en el Profesionalismo, se enfrentaron en 146 ocasiones: 39 victorias de Huracán, 37 empates y 69 triunfos de San Lorenzo. Con San Lorenzo en condición de local se jugaron 71 clásicos: Huracán ganó 17, empató 15 y perdió 38.
Además, un encuentro se les dio por perdido a ambos.
San Lorenzo lleva tres partidos sin perder ante Huracán con un empate y dos victorias consecutivas (ambas por 4-0). El último triunfo de Huracán fue por 1-0 el 9 de diciembre de 2001, en el Nuevo Gasómetro. Siendo local San Lorenzo hubo un empate (1-1 en el Clausura 2001), el triunfo de Huracán del Apertura de ese año, y un triunfo local (por 4-0 en el Clausura 2003) en el último partido en que se enfrentaron.

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La web de San Lorenzo

Lo que sigue es el capítulo del clásico que me tocó escribir para el libro que Clarín publicó este año a consecuencia del título de San Lorenzo:

Desde sus días fundacionales el clásico entre San Lorenzo y Huracán era una fiesta de personajes mágicos, de cracks, con el tango como música de fondo. Era también el más porteño de los enfrentamientos deportivos, una suerte de campeonato aparte entre esas dos barriadas que se dividían el sur de un Buenos Aires que crecía a ritmo sostenido. Se trataba de una cita entrañable en tiempos en los que la cuestión de pertenencia geográfica delimitaba también pasiones.
El Santo y El Globo. Los de Boedo y los de Parque de los Patricios. Nacieron vecinos, allá en la primera década del siglo pasado. Y se criaron como tales, bien cerca, con historias entrecruzadas, con el encanto de la rivalidad sin enemigos. La Avenida La Plata fue sede de estadios emblemáticos para ambos, con una distancia que no excedía el puñado de cuadras. Se miraron siempre de reojo, pero sin rencores ni amenazas. Como primos, casi como hermanos en disputa sana. La violencia llegó mucho más tarde, ya en los noventa, con el crecimiento del fenómeno de los barrabravas y con la muerte del hincha de Huracán Ulises Fernández, el 19 de noviembre de 1997, como irremediable testimonio del horror.
El primer clásico se jugó en 1915, cuando San Lorenzo llegó por primera vez a la máxima categoría del fútbol argentino. Un año antes había ascendido Huracán. En ese primer enfrentamiento, disputado el 24 de octubre, sucedió lo que luego se transformaría en una paternidad: ganaron Los Santos. José Laguna, El Negro, hizo el primer gol para el equipo de Parque de los Patricios. Pero en el segundo tiempo, San Lorenzo lo dio vuelta con dos goles de Perazzo y uno de su primer gran goleador, Xarau. El partido se disputó en la cancha de Ferro, en Caballito, donde San Lorenzo hacía de local ya que aún no tenía su terreno de Avenida La Plata. Se trató de un clásico polémico, en el que resultaron expulsados Caldera y Palacio, de Huracán. Pero no hubo incidentes mayores. La primera formación del equipo de Boedo fue: José Coll; Alberto Coll, De Campo; Juan Monti, Federico Monti, Romeo; Perazzo, Etchegaray, Xarau, Urio y Gianella. El amateurismo marcó un rumbo: Huracán nunca le pudo ganar a San Lorenzo en esa era. Ni siquiera en la década de 1920, en la que los quemeros resultaron, junto a Boca, los más campeones. Con un detalle, a modo de salvedad: entre 1919 y 1926, a consecuencia de la escisión en el fútbol argentino, el clásico se deshizo. Entonces, quemeros y xeneizes desarrollaron el icónico duelo de ese tiempo, en la Asociación Argentina. En total, en el amateurismo, se enfrentaron en siete oportunidades por la liga: San Lorenzo ganó cinco (3-1 en 1915; 1-0 en 1916; 2-1 en 1927 y en 1928; y 3-0 en 1930) y empataron dos (0-0 en 1917 y 1918). Sólo en la Copa de Honor de 1918, consiguió imponerse Huracán (2-0).
Pero al margen de las cuestiones estadísticas, la vida de este clásico se construyó con personajes compartidos, con episodios entrelazados, incluso desde los tiempos fundacionales. Luis Monti tiene un historial inmenso en el fútbol universal: entre otras cosas, fue subcampeón del mundo con Argentina (en 1930) y campeón con Italia (en 1934). Antes de eso, junto a su hermano Enrique, participó del primer título de Huracán, en 1921. Al año siguiente, Doble Ancho se fue a San Lorenzo y resultó tricampeón (1923, 1924 y 1927) y símbolo de ese tiempo. Era un caudillo, un líder fornido, un centrojás de los que imponía respeto con la presencia de su físico y de su voz de mando. Se formó en Parque de los Patricios y Boedo lo trasladó al mundo: tras el Mundial de Uruguay se fue a la Juventus, donde también se consagró.
El de Alfredo Carricaberry es otro caso emblemático de cracks compartidos. Era un wing derecho de aquellos días: pegado a la raya, encarador, proclive a la gambeta. Fue una de las grandes figuras de San Lorenzo en los tiempos del amateurismo. También –como Luis Monti— dio las tres vueltas olímpicas para el club que había impulsado Lorenzo Massa en 1908. Pero ya en el profesionalismo no jugó para su San Lorenzo; lo hizo para Huracán. Entre 1932 y 1933, disputó 17 partidos e hizo un gol con el globo en el pecho. No se trataba de una herejía. Era un testimonio de ese tiempo.
Ya en el profesionalismo, San Lorenzo continuó consolidando su condición de habitual vencedor del clásico barrial. El 19 de julio de 1931 se impuso en la primera versión en esa era. Y con goleada: fue 3-0, con tantos de Moyano (en contra), Cortesi y Arrieta. Recién 17 años después del primer clásico, Huracán consiguió vencer a San Lorenzo, en campeonatos de liga: 2-0, el 31 de julio de 1932. En los años 30 se enfrentaron 19 veces: los de Boedo ganaron 11, los de Parque de los Patricios, 7; e igualaron sólo una vez (1-1, el 22 de noviembre de 1931). El 5-1 del 15 de julio de 1934 resultó la máxima goleada para San Lorenzo en esta historia hasta el memorable 5-0 del 10 de septiembre de 1995, ya en el Nuevo Gasómetro.
En los 40, se mantuvo la tendencia: 9-5 para San Lorenzo y 6 empates. Con una particularidad: en 1946, el año del segundo título profesional para el club, San Lorenzo perdió como local ante Huracán (3-2). Lo mismo había sucedido en el anterior año consagratorio: en 1933, los quemeros se impusieron 4-1 en Boedo, en la que resultó la peor derrota como local en el clásico. De todos modos, al final de cada uno de esos años la alegría fue toda azulgrana.
De Homero Manzi no se conocen detalles sobre su filiación futbolera. Las leyendas barriales cuentan que fue de uno o de otro, según el origen de la versión. De todos modos, fue él quien mejor describió, en 1948, desde su poesía volcada al tango Sur esa geografía de cuervos y de quemeros: "San Juan y Boedo antiguo, y todo el cielo, / Pompeya y más allá la inundación. / Tu melena de novia en el recuerdo / y tu nombre flotando en el adiós..." Así arranca ese tango emblemático de esa zona de la ciudad llena de misterios, de almacenes, de nostalgias y de lunas encantadoras...
Durante las dos décadas siguientes, San Lorenzo gozó como en ningún otro momento de la maravillosa vida de este clásico. Entre 1955 y 1968 apabulló a Huracán: San Lorenzo ganó 20 partidos y Huracán apenas dos (y por la mínima diferencia). Más: el equipo de Boedo ganó nueve clásicos de manera sucesiva entre 1957 y 1961. En el tercer título en el profesionalismo, en 1959, con el notable equipo que tenía como máxima figura a José Sanfilippo, San Lorenzo decoró la campaña con dos extraordinarias actuaciones frente a Huracán: 4-1, en Parque de los Patricios; y 6-3, en Boedo. Y curiosamente, Los Matadores campeones del Metropolitano de 1968 no pudieron vencer a Huracán: fueron dos empates (0-0 y 2-2).
A Alberto Rendo le decían Toscano. Y tiene un grato privilegio: si va al Tomás Ducó, o camina por Amancio Alcorta y Luna, la gente se detiene para saludarlo y/o para aplaudirlo; si anda de visita por el Nuevo Gasómetro, cada hincha le recuerda alguna jornada de maravillas con la camiseta de Los Forzosos de Almagro, a pesar de su confeso corazón quemero. Fue ídolo con las dos camisetas, en los 60. Y el tributo continúa.
El caso de Héctor Veira es, quizá, el más sintomático. Era ídolo de San Lorenzo y convivía, en un departamento frente al zoológico, con el más representativo de los hinchas de Huracán: Oscar Natalio Bonavena, el irrepetible Ringo. Salían a correr, boxeaban (esa pasión que El Bambino había heredado de su padre), se divertían. Componían el dúo más divertido de aquel Buenos Aires. Veira había nacido quemero, pero el tiempo y la camiseta lo hicieron cuervo. Jugó para San Lorenzo entre 1963 y 1969 y en Huracán en 1970 y 1971; más tarde, ya en 1973, regresó a Boedo. Hombre de barrio, de bar, de bohemia, el Bambino es el perfecto representante de la impronta de este clásico.
Los 70 fueron buenos años para ambos y para el clásico. Y hubo un detalle que merece todos los recuerdos: en 1972, ya con San Lorenzo consagrado, en el Tomás Ducó los quemeros aplaudieron la vuelta olímpica del archirrival. Después, hubo goleada del globito (3-0) y El Gráfico contó que "Huracán fue campeón por 90 minutos". Al año siguiente, en el Metropolitano que ganó el Globo, San Lorenzo se tomó revancha: el campeón no le pudo ganar (2-2 en la primera rueda y 1-0 en la revancha). Tres años después, el equipo de Boedo vivió la peor de sus experiencias: perdió los cinco clásicos del año*, ante un memorable Huracán que no pudo ser campeón.
Los clásicos de los 80 estuvieron reducidos y condicionados por los descensos de los dos (San Lorenzo en 1981 y Huracán en 1986). Incluso, los azulgranas estuvieron entre octubre de 1983 y mayo de 1993 sin vencer a los quemeros. Pero dos años más tarde pagó con creces la deuda: en el Nuevo Gasómetro, en 1995, además de salir campeón, construyó la máxima goleada de esta historia clásica (5-0).
Ya en este tiempo más cercano, se repartieron alegrías. Todo hasta la última despedida de Huracán, que descendió en 2003. En esa última temporada, San Lorenzo lo saludó con dos goleadas calcadas y gloriosas: 4-0
En 2005, sucedió un hecho curioso, con Veira como involuntario protagonista: una empresa de ómnibus pintó el micro del club con un retrato del entonces técnico de San Lorenzo y Doval festejando un gol. Pero no tuvieron en cuenta un detalle fundamental: el festejo era en tiempos del Huracán de 1971. Tuvieron que pintar el micro de nuevo. El Loco, el otro involucrado, también supo de abrazos de ambas hinchadas. Identificado como un carasucia azulgrana de toda la vida, también aportó su juego imprevisible en Parque de los Patricios. Las historias de cracks compartidos y de episodios cruzados se repiten también más cerca en el tiempo. Los hermanos Montenegro, Daniel y Ariel, escucharon aplausos en Huracán y San Lorenzo, respectivamente. Fabián Carrizo supo ganarse respeto y aplausos de las dos hinchadas. Una leyenda siempre desmentida por su protagonista cuenta que Leandro Romagnoli, antes de ser crack campeón con San Lorenzo, tenía tatuado el globo de Huracán. Andrés Silvera, que surgió en Primera en Parque de los Patricios, ahora hace goles para el exitoso San Lorenzo de Ramón Díaz.
El 8 de enero de 2003 se disputó el último duelo entre cuervos y quemeros. Ya pasaron casi cuatro años. Buenos Aires extraña aquel clásico, tan símbolo de su porteñidad, tan sintomático de su carácter barrial. También sucede que este precioso berretín espera su próxima edición.


*Se trató de un caso único en la historia del fútbol argentino.

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