miércoles, marzo 06, 2019

El Messi que quería jugar en Huracán



La hélice, casi lo único que quedó del avión de la tragedia, cuenta una ausencia. Allí, en la zona del viejo Stadio Filadelfia, en Turín, ese monumento breve es el retrato lacónico de uno de los más estupendos equipos de todos los tiempos: Il Grande Torino de los años 40. El estadio, escenario de tantas jornadas de aplausos y consagraciones, estuvo en desuso desde 1963 hasta su demolición en 1998. Y más allá de sus varios emprendimientos truncos de reconstrucción continúa siendo una referencia de aquellos tiempos de brillos que ya no están. Son también, claro, un motivo de añoranza para los grandes cracks de aquel tiempo, como el notable Valentino Mazzola, el Messi de esos días. El accidente aéreo de 1949 se devoró a aquel equipo. El avión regresaba a Italia tras un partido en Lisboa frente al Benfica. Ganaban todo lo que jugaban: cinco Ligas consecutivas desde 1942 hasta 1949, clásicos contra la Juventus, amistosos... Sólo la Segunda Guerra evitó -por la suspensión del calcio entre 1943 y 1945- que fueran más los Scudettos sucesivos. Un dato contaba la jerarquía de aquel equipo: diez de los 11 titulares del seleccionado italiano pertenecían al Torino.

La pregunta invariable que continuó a la tragedia todavía escucha respuestas y aproximaciones: si no se hubiera caído aquel avión, ¿qué habría pasado en el fútbol del mundo? El periodista Jaime Rincón escribió alguna vez en el diario Marca: "Son muchos los que apuntan que si la historia de aquel equipo no hubiera terminado de manera repentina hoy quizá no existiría el 'catenaccio'. Puede que tampoco la Juve fuera el peso pesado que es actualmente en el Calcio. Y seguramente el Maracanazo no hubiera tenido lugar". No se trata de una exageración: quienes lo vieron y quienes lo contaron a través de los medios coincidieron. Aquel Toro era capaz de todo, incluso de hacer magia mientras arrasaba rivales. Y -dicen- también podría haber modificado la historia del fútbol tal como la conocemos.

Nadie sobrevivió al impacto. Pero el azar quiso que dos futbolistas no estuvieran allá arriba: el enorme Ladislao Kubala, quien estuvo a punto de firmar su contrato con el club en aquel momento y no lo hizo; y un tal Sauro Toma, un defensor procedente de La Spezia, que acababa de llegar al Torino. Contó aquel joven de 23 años alguna vez: "El míster, Leslie Lievesley, nos había dicho a Valentino Mazzola y a mí que nos cuidáramos de las lesiones antes de viajar. Mazzola no estaba bien del todo, pero podía jugar y viajó. Yo tenía problemas en la rodilla y el entrenador me aconsejó que me quedara en casa. Me sentí el hombre más desdichado de Turín. Todo el Torino viajó a Lisboa, y yo me quedé en casa, lesionado". A Mazzola el destino no lo quiso salvar.


Con ese Torino quedó enterrado un equipo exitosísimo, un mito y, también, Mazzola. Era el capitán, la figura, el ídolo, el goleador frecuente, la referencia inevitable. En una entrevista concedida en 2009 al diario El País, de Madrid, su hijo Sandro Mazzola -también destacado futbolista- contó a Valentino a 60 años del fallecimiento: "Mi padre tenía 30 años y yo seis y medio. No recuerdo nada. Mi cabeza olvidó todo lo que había vivido con mi padre. Todo menos su mano grande, en el centro de Turín, donde todos querían hablar con él. Me daba seguridad. Yo no entendía entonces por qué todos querían estar con él. Después supe que era una gran persona. La calidad de los videos de aquella época no es buena, pero tengo referencias de entrenadores campeones del mundo como (Ferruccio) Valcareggi y (Edmondo) Fabbri o jugadores como Boniperti, capitán de la Juve, que me dicen: 'El más grande de todos fue tu padre'. Era interior derecho. Pero, en realidad, jugaba por todo el campo. Siendo centrocampista, fue tres veces máximo goleador de la Liga. Era más o menos como Di Stéfano, un portento físico con una gran técnica. Yo esperaba ser como él, pero no pude. Yo era muy técnico en velocidad, pero menos fuerte".

Por entonces ni la tradicional revista France Football ni la FIFA entregaban el Balón de Oro al mejor futbolista del año. A Valentino le ofrecían adjetivos, aplausos y admiraciones que lo definían y lo legitimaban como tal: Era el mejor del mejor equipo, como lo es ahora el Messi del Barcelona. Sobre él se escribieron libros (como "Un uomo, un giocatore, un mito", de Renato Tavella) y se hicieron películas en las que se exhibe el significado y la influencia que él tenía en aquel contexto (como "Il Grande Torino", de Claudio Bonivento). Era más que el capitán de un equipo: resultaba también el símbolo de un grupo de futbolistas capaz de ofrecer alegrías tras las dolores de la guerra.

El periodista Jesús Camacho, en El Engranche, retrató a aquel Valentino y a aquel equipo estelar: "Aquel maravilloso conjunto tenía en Valentino Mazzola a su cerebro, capitán, organizador y gran goleador. Un futbolista muy inteligente, dotado de gran personalidad y que ofrecía cada año la extraordinaria cifra de 20 o 30 goles. El conjunto granata practicaba un fútbol muy ofensivo, en su alineación titular prácticamente no había defensas y solo Aldo Ballarin y Maroso se dedicaban a dicha labor. El guardameta Bacigalupo observaba desde su marco cómo los centrocampistas Castigliano, Martelli y Rigamonti lanzaban a los interiores Ezio Loik y Mazzola y a su vez los extremos Romeo Menti y Franco Ossola hacían mucho daño por los flancos y servían balones al magnífico centrodelantero Gabetto. Además tampoco podemos olvidar a los Schubert, Grava, Bongiorni..." Dicho de otro modo, Valentino también era el director de una orquesta impecablemente afinada.

Y en su recorrido hay un detalle que -a los ojos de este tiempo- parece inverosímil. En ese 1949 de la tragedia trascendió una novedad de asombro: Mazzola quería jugar en Huracán, cuando finalizara su camino de maravillas por el Torino. Le fascinaba el fútbol argentino y le había agradado el Globo de Newbery, que en los días de la niñez de Valentino había sido el más campeón de los años 20. La revista Goles (ver "Imágenes") contó la anécdota: el crack italiano mandó una nota a la revista comentando su deseo. Y desde la redacción lo contactaron con el club de Parque de los Patricios. No se conocieron los pasos siguientes. Poco después, la tragedia se llevó al Messi de los años 40.

Texto publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo, de Clarín.com.

Cine sugerido: La película "Il Grande Torino".

miércoles, enero 02, 2019

Tucho, tan grande...


Era crack, era magia, era gol, era tango. "Ayer Tucho Mendez vino a visitarme / y en un fuerte abrazo me insto a meditar,/ así poco a poco mi mente poblaron / sus dulces recuerdos que no he de olvidar./ Soñaba en aquellos lejanos momentos / cuando era un purrete con sed de vivir / tejer en el césped muy lindas gambetas / y haciendo golazos sentirse feliz...", lo retrata la letra de Manuel Pose a la que Victorio Papini le puso música.

Norberto Doroteo Méndez fue uno de los grandes mediocampistas de la historia del fútbol argentino. Jugó en Huracán, en Racing y en Tigre. En total disputó 392 partidos e hizo 123 goles. También se destacó en la Selección: todavía ahora, en la antesala de la Copa América de la Argentina, es el máximo goleador histórico de la máxima competición continental (hizo 17 tantos, al igual que el brasileño Zizinho), un trofeo que conquistó en tres ocasiones (1945, 1946 y 1947). Sobran los datos para contarlo: Tucho fue un pedazo enorme de cada club en el que jugó, un motivo para convertise en hincha, una razón suficiente para hacer la cola para comprar una popular bajo el sol de un domingo cualquiera.

Nació en esa difusa frontera tan huracanense entre Nueva Pompeya y Parque de los Patricios, el 5 de enero de 1923. Desde los días de la niñez se hizo quemero e hincha de los referentes de su tiempo. Por ejemplo, lo esperaba a Herminio Masantonio a la salida de la cancha para llevarle la valija; y al arquero Juan Estrada le alcanzaba la pelota detrás del arco en los entrenamientos. Eran sus felices berretines. Sus inicios los retrata el blog Historia del Fútbol Mundial: "Los potreros de la populosa zona del sur porteño y el club Miriñaque vieron transcurrir largas horas de la niñez de quien, tiempo después, se convertiría en uno de los grandes ídolos del fútbol argentino. Tenía 11 años cuando un buscador de valores precoces de esa época, José Carrero, lo llevó a Huracán. Y fue en la Sexta División del Globito donde comenzó a hacer los palotes de su notable historia futbolística".

Pronto, el chiquilín de paso chueco y con un jopo imposible de modificar, jugó junto al guapo Masantonio en Huracán. Y se dio un lujo contradictorio: le hizo un golazo desde 35 metros a su admirado Estrada, cuando ya había sido transferido a Boca. Debutó en la Primera del Globo de Newbery el 13 de abril de 1941, en el viejo estadio de Avenida Alcorta y Luna, donde hoy está el Ducó. Esa vez, ganó el local por 4 a 2, con con un gol de Tucho, dos de Herminio y otro de Baldonedo. Desde entonces hasta 1947 fue figura y símbolo de su querido Huracán.

Luego, fue transferido a Racing y resultó una pieza fundamental del primer tricampeón del Profesionalismo (1949, 1950 y 1951). Su campaña en Racing terminó en 1954. Después estuvo dos años en Tigre y volvió a ese lugar que quiso tanto: a Parque de los Patricios, al Globo de Newbery, donde terminó su campaña a fines de la década del 50. Más tarde, ya retirado, les pondría palabras a sus sensaciones y a sus afectos futboleros: "Huracán fue mi novia; Racing, mi mujer; la Selección, mi amante".

En su idilio con esa amante celeste y blanca, Méndez demostró su condición de gigante. "A Tucho lo definen, sobre todo, los cracks a los que tuvo que reemplazar. Cuando el Charro Moreno -el Maradona de los años 40- se fue a México y Vicente de la Mata se lesionó, tuvo que aparecer él. Y lo hizo del mejor de los modos: asombrando a todos. Demostrando que lo que cada fin de semana hacía en la Argentina lo podía hacer también en cada rincón de América y del mundo", cuenta el periodista e historiador Oscar Barnade, miembro del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF).

La Copa América fue su perfecto escenario: en 1945, en el Sudamericano de Chile, convirtió seis goles en apenas cuatro encuentros como titular. La mitad de ellos sucedieron en un partido que lo convirtió decididamente en superhéroe: convirtió los tres tantos del 3-1 frente a Brasil, en Santiago. Fue el máximo anotador de esa edición. En 1946, en Buenos Aires, volvió a ser decisivo: marcó cinco goles. Dos de ellos sucedieron en el encuentro decisivo, también ante Brasil. Ante más de 80.000 personas, en el Monumental, provocó los dos gritos memorables que le dieron otro título a la Argentina bajo el cielo de América. En 1947, en Ecuador, fue parte de un equipo memorable que compartió, entre otros, con Alfredo Di Stéfano. Argentina obtuvo el tricampeonato y Tucho volvió a ser determinante en el encuentro de la consagración: convirtió dos tantos en el 3-1 ante Uruguay, en Guayaquil.

"Tucho era también un auténtico porteño", contaba en la redacción de Clarín el imborrable Pedro Uzquiza, quien conocía bien los detalles de la vida de ese talento enorme del fútbol argentino, de ese hombre de la bohemia, de los códigos del barrio, del tango. Méndez concurría a dos lugares emblemáticos de su tiempo: el Marabú y el Chantecler, donde se encontraba con su amigo Aníbal Troilo, con quien se ofrecían mutua admiración. La siguiente anécdota sucedió fuera de Buenos Aires: después de convertirle tres goles a Brasil en el Nacional de Santiago de Chile, fueron a festejar a la confitería La Quintrala. Tita Merello, de gira con una compañía teatral argentina, lo invitó a bailar un tango, y Tucho mostró su arte de gran bailarín. Como el fútbol, llevaba la música en el alma.

"Viví muchas vidas. No me arrepiento de eso. Tal vez ahora esté volviendo a la época en que era una estrella de bigotes recortados con precisión", le confesó al periodista Miguel Frías en una de sus últimas notas ofrecidas. Era un personaje mágico de aquellos días. Hasta fue convocado para protagonizar la película "Con los mismos colores", junto a otros dos futbolistas icónicos de la época, Mario Boyé y Di Stéfano. Confesó Méndez alguna vez: "Si volviera atrás haría todo igual. Hice todo lo que pude. Fui feliz". Se fue del mundo más tarde, en 1998. No sabía entonces que nadie le había podido quitar su corona de Rey de América.

Texto publicado por el autor del blog en Planeta Redondo, de Clarín.