Como cuando Mariano Andújar atajaba en el fútbol italiano para el Palermo, siempre con la impronta quemera sin disimulo.
Ahí, camino al arco y a la tribuna visitante en el Ciudad de La Plata, camina él. Quemero auténtico, hincha de Huracán desde los días de la niñez, arquero de exportación, mensaje para los dirigentes respecto del trabajo en inferiores, orgullo y, esta vez, rival. Y llegó la ovación inevitable. Y los aplausos. Y los saludos. También su emoción y sus manos al corazón, como agradecimiento y como emblema del sentimiento compartido. Porque ese corazón, como el de todos los que se rompían las manos en la tribuna a modo de tributo, siempre tendrá la forma de un Globo.