Infografía publicada en Clarín. Colaboró Oscar Barnade
Ese puño cerrado es una angustia que se deshace. Es el comienzo del desahogo inminente. La emoción ya no cabe en Antonio Mohamed. No le alcanza el cuerpo. No hay forma. Lo desborda esta sensación nueva y feliz. Es el final. Enseguida se escucha un grito repetido, fortísimo, unánime, casi un explosión. Allá, en esa tribuna visitante del Malvinas Argentinas, de Mendoza, habita un pedazo inmenso de euforia. El grito es una certeza que acaba de nacer: dicen para que los escuchen en cada rincón del país, que son de Primera, como el mandato de la historia lo impone. Lo repiten como si necesitaran convencerse de esa verdad que es placer: sí, Huracán —el de la gloria pasada y postrada por averías recientes— vuelve a Primera, tras imponerse en la Promoción ante Godoy Cruz, luego de la sensación de despojo que le había generado la final frente a San Martín de San Juan. Lo garantizó ayer, también en Cuyo, como para no dejar cuentas pendientes en esta parte del territorio. Con estos jugadores que supieron sobreponerse a un mazazo y que ahora corren como Mauro Milano y como Joaquín Larrivey; también como Claudio Ubeda y Hugo Barrientos; como todos. Con este técnico, Mohamed, que no sabe de quebrantos ni de agachadas pero sí de dolores hondos; y que por eso, también ahora, solloza en un hombro el más profundo de sus desahogos. Después mira allá, al cielo, y dice sin decir: "Gracias, viejo, por hacerme quemero". Con este presidente, Carlos Babington, que es todo: hincha, crack de un pasado de cracks, técnico especialista en regresos y flamante dirigente. Sí, El Inglés, el de Patricios.
Con estos hinchas que jamás olvidarán este instante, esta magia de una nueva resurrección. Los espera una afonía de lunes o de toda la semana. Es lo de menos. Está justificado. Y por eso siguen gritando lo que no pudieron en el Hilario Sánchez la semana pasada. Cuando la ilusión tuvo la más ruin de sus histerias. Todos ellos saben lo que es el padecimiento. Muchos crecieron con el estigma de los penales contra Italiano, que marcaron el primer descenso, en 1986. Otros comprendieron cuánto desencanto cabe en una pelota cuando en 1999 llegó el segundo tropiezo. Todos esperaban desde el último paso atrás, en 2003, este instante, esta sensación, este abrazo de la gloria por un rato. Como si por ese momento que durará toda la vida ellos pudieran tomarse revancha de esos dirigentes de tiempos no tan lejanos sospechados de lo peor: de administraciones espurias, capaces de matar sueños preciosos.
Sucede además que es la fiesta de los que no están. De esos quemeros que, ahora, festejan en ese Sur de la Ciudad de Buenos Aires, tan propio, tan afín. En Parque de los Patricios, en la Nueva Pompeya que fue hábitat inicial, en Villa Soldati, en San Cristóbal y en cada resquicio donde permanezca alguno que nació con el globo en el pecho. Es también de los que están ahí, colándose entre las nubes, para ver este regreso a la A. De los que llevaron a Huracán a ser el más campeón de los años 20: Agustín Alberti, El Negro Laguna, Ramón Vázquez, Máximo Frederici, Angel Chiessa, Cesáreo Onzari, Guillermo Stábile... De los que después le comenzaron a dar vida a Huracán en el profesionalismo: Herminio Masantonio, Emilio Baldonedo, Jorge Alberti, Tucho Méndez, Juan Estrada, Bruno Barrionuevo, Delfín Unzué... Es también la fiesta de los gloriosos duendes de los 70, guiados por Menotti y El Gitano Juárez: El Loco Houseman, Babington, Brindisi, Carrascosa, Basile, Larrosa, Avallay... Y de los que después le pusieron el alma a la adversidad: Chacho Cabrera, El Negro Herrero, Héctor Cúper, El Chipi Barijho, Lucho González, Daniel Montenegro, Gastón Casas, Cristian Cellay, Mariano Juan... También de otros hinchas que son una añoranza del tamaño de esta alegría, como Ringo Bonavena o Julián Centeya... Y, claro, de Jorge Newbery, inspirador y benefactor de los tiempos fundacionales. Como si de repente, por uno o dos ratitos, cada uno de ellos estuviera ahí, con su impronta forjada en La Quema, con una sonrisa multiplicada en nombre del pasado compartido. Ahí, todos juntos, hechos un solo grito, una canción esperada, un imprescindible desahogo. Y ahora, impulsado por todos ellos, después de fracasos, golpes y dolores, Huracán —el viejo y entrañable Globo— está en su lugar de pertenencia. Está en Primera.
Nota publicada por el autor del blog, en Clarín
Post realizado desde Puerto La Cruz, Venezuela.