"A despedida" (la despedida), Lucemar de Souza, óleo sobre tela.
La primera vez que Huracán descendió, en 1986, justo antes de la semifinal de Argentina contra Belgica en el Mundial de México, fue también la primera y única vez que lloré por alguna cuestión ligada al fútbol. El segundo descenso lo viví de un modo distinto: ya era periodista. Y me tocó contarlo. El editor era el inmejorable Claudio Aisenberg, un formador. Me dijo: "Se fueron a la B. Escribí la tres". Lo que sigue, publicado el 17 de mayo de 1999 en el suplemento deportivo de Clarín, es el resultado de esa propuesta y de un puñado de sensaciones entrelazadas:
La tarde se disuelve en noche en Parque Patricios. En el bar de la calle Beazley, la Noblex Carina se posa sobre una silla maltrecha. Se escuchan los resultados de la 13 fecha del Clausura. Y la novedad pasa inadvertida. Con el triunfo de Talleres ante Ferro, la posibilidad del descenso de Huracán se convierte en certeza. Sin embargo, no se modifica el clima del lugar. No hay bronca. Sólo resignación. Muy cerca de la radio, una foto de Herminio Masantonio y otra de Miguel Brindisi abrazado con Carlos Babington son el testimonio de días más generosos. Es la primera escena del adiós.
Se despide Huracán de Primera, por segunda vez en sus 90 años de historia. Y ese adiós genera un desencanto atrevido capaz de mezclar en la memoria su despertar lírico y este presente que lastima. Los cuatro títulos en tiempos de amateurismo (1921/22/25/28) con el descenso del 86. La magia del equipo campeón del 73 con estos retazos de voluntades peleando sin éxito. Los sueños de grandeza con este padecimiento que se expresa no sólo en lo futbolístico sino también en lo institucional y en lo económico (una deuda que supera los 10 millones de dólares). La solidaridad de Jorge Newbery, mecenas en tiempos de necesidades extremas, con dirigentes sospechados de deteriorar intencionalmente la economía del club.
"No queda nada... Esto es como remar contra la corriente, contra todo". El viernes, después del empate ante Vélez 1-1, Carlos Babington salía del vestuario visitante del estadio Amalfitani y soltaba esa frase: realidad en estado puro. Más allá de las cuestiones matemáticas, este descenso es un proceso de errores, malas administraciones y egoísmos. Sobran los ejemplos recientes para ilustrar el concepto: 1) Babington, técnico de hoy y símbolo de siempre, soporta insultos ante cada derrota. 2) Héctor Cúper, el entrenador que realizó la mejor campaña del equipo en los últimos 20 años (subcampeón en el Clausura 94), se fue del club entre silbidos e insultos unos meses después de aquella final con Independiente. 3) En un club en el que no hay más de 3.000 que paguen su cuota, existen siete agrupaciones políticas. 4) Carlos Massarino, el presidente anterior a Jorge Cassini, fue destituido de su cargo por la propia Comisión Directiva un puñado de días después de ser elegido.
Por eso, la certeza que trajo el triunfo de Talleres no es más que la noticia de un descenso anunciado. Ante ese panorama el único sobreviviente es el hincha leal, ese que apoya, que alienta, que mastica broncas muy seguido, pero que invariablemente regresa cada fin de semana al Tomás Adolfo Ducó. Con desencanto, pero con ese apego a la ilusión que le permite imaginar un horizonte más atractivo. Ese hincha es el primer abanderado del linaje barrial. Incluso aquel que dejó el sur de la ciudad pero sigue siendo habitante sentimental de Parque Patricios y su continuidad geográfica, Pompeya.
"No hay nada que me duela más que el descenso de Huracán". Las palabras pertenecen a Emilio Baldonedo, ícono de otros días y segundo goleador de la historia del club, detrás de Masantonio. De aquellos equipos que repartían entusiasmo y generaban una tradición de buen juego, que ahora parece deshilachada. Si parecen mentira hoy aquellos nombres: Stábile, Onzari, Tucho Méndez, Houseman, Babington, Brindisi...Ya es de noche en Parque Patricios. Nadie camina por Amancio Alcorta. Tampoco por Luna. La calle está vacía, como si tuviera que vestirse de escenografía de este adiós. A pocas cuadras de allí, en una pared de una casa abandonada, alguien pintó con aerosol negro: Huracán, qué mal me hacés/y sin embargo te quiero. En el bar de la calle Beazley la resignación domina...