Cumple cien años Segundo Linares Quintana, uno de los juristas más relevantes de la historia argentina. El diario La Nación lo evocó con una estupenda nota de su principal autoridad periodística, José Claudio Escribano. Y el hombre, en el recorrido de la entrevista, no omitió abrazar a su otra pasión: Huracán. Lo que sigue, debajo de la foto, es el texto completo referido a uno de nuestros hinchas más ilustres. En bastardilla, un retrato de su aunténtica condición de Quemero:
No era necesario esperar a que Segundo Linares Quintana se aprestara a cumplir 100 años de vida para corroborar que es uno de los más grandes polígrafos que ha habido en el país. Tampoco para llegar a la conclusión de que su inmensa obra en el terreno del derecho constitucional y de la ciencia política lo proyecta como uno de los juristas argentinos de mayor valía. El gran maestro alemán Karl Loewenstein escribió, hace más de treinta años, que el monumental Tratado de la c iencia del derecho constitucional argentino y comparado, de Linares Quintana, no tiene parangón en la literatura jurídica contemporánea.
Sobre los nueve volúmenes de esa obra, actualizada en sucesivas ediciones, Loewenstein afirmó que suscitaban admiración, no tanto por "la tremenda dimensión de la empresa como por la capacidad del autor para organizar un extraordinario material jurídico y fáctico, de modo que constituya un sistema lógico, a la vez que una presentación integral del Estado y de su proceso político al promediar el siglo veinte".
El célebre tratado es apenas parte de un esfuerzo intelectual que incluye muchos otros estudios llevados al libro, como Gobierno y a dministración de la República Argentina (dos tomos), Las incompatibilidades parlamentarias (dos tomos), Derecho c onstitucional e instituciones políticas (tres tomos), Sistemas de partidos y sistemas políticos ". Y el primero de todos, escrito años después de haberse recibido de abogado (1933) en la Universidad de Buenos Aires: La causa constitucional del impuesto .
Todo eso estará bajo el radar profesional, amistoso y confiable de quienes hablarán el miércoles próximo en un acto de homenaje para el que se han unido las tres academias nacionales de las que Linares Quintana es miembro: la de Derecho y Ciencias Sociales, de Ciencias Morales y Políticas y de Ciencias. Pero ¿en cuál de los discursos que se pronuncien podrá abarcarse por completo la versación múltiple y canónica de este hombre que ha vivido con la avidez de quien saborea cada minuto y que ha extraído, por igual, provecho y deleites de la biblioteca inmensa del hogar eterno de Solís al 400 como de su mimetismo con las multitudes que se arroban con el fútbol?
Al borde de los cien años, que cumplirá el próximo viernes, Linares Quintana se despacha alegremente, memorioso como un Funes centenario, recitando la formación completa de la primera división de Huracán, de 1928. La que fue campeona de uno de los últimos torneos del fútbol amateur: "Ceresetto, Nóbile y Pratto; Bartolucci, Federici y Settis; Loizo, Spósito, Stábile ("¡nada menos!"), Chiessa y Onzari". Después de tan excepcional demostración de lucidez, ¿quién se hubiera atrevido a observarle que ese mismo año, en Huracán, habían jugado también Negro, Souza, Genovesi y algún otro?
Al rato, Linares Quintana, doctor honoris causa por la Universidad de Carolina del Norte, reconstruye con precisión el gol olímpico de Onzari en un partido en que la selección argentina venció a la uruguaya. Y comenta que el árbitro validó el gol, ya que, tiempo antes, las autoridades del fútbol habían eliminado los tantos de esa naturaleza del repertorio de jugadas hasta entonces prohibidas.
Con Carlos, uno de sus siete hermanos -cinco mujeres, tres varones, en total-, que ejercería el notariado y se destacaba por sus aptitudes para el dibujo, Segundo tuvo una vez la audacia de probarse como arquero en la cuarta división del "Globito". Más afortunado que en esos lances, nuestro entrevistado lo fue en su condición de historiador y comentarista del fútbol, que probó en páginas venerables para los viejos fanáticos del deporte por antonomasia de los argentinos, las de la desaparecida revista La Cancha.
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Este liberal a la antigua usanza ha repetido hasta el cansancio, en la infinidad de páginas escritas, dos sentencias. Una, de José Manuel Estrada, con la cual éste solía abrir sus cursos de derecho constitucional: "Toda la ciencia política está construida en la idea de libertad". Otra, inspirada en palabras de José de San Martín: "Gobierno de las leyes, no gobierno de los hombres". Se explica, pues, que por dos veces -con la revolución de 1943, primero; con Perón, más tarde- hubiera sido expulsado del magisterio universitario, que ejerció durante 40 años en las universidades de Buenos Aires y de La Plata.
En un ala de la vasta biblioteca, que se extiende por varios ambientes del hogar, sobresalen los rostros familiares de Alfredo Palacios y de Carlos Saavedra Lamas. Ya me había señalado una parte de aquella, la de los libros que a su juicio integran la más importante colección existente en el país sobre ciencia política y que ha dispuesto donar a la Sociedad Científica Argentina. Cuando vuelve su vista hacia otros anaqueles, lo hace para subrayar, en respuesta a la pregunta de qué personalidad había admirado más entre los juristas argentinos, la dimensión que, a su entender, corresponde otorgar al primer diputado socialista de América: Palacios.
Se aborda, a partir de allí, la relación entre el maestro -legislador, catedrático, hombre de mundo-, que era Palacios, y el joven platense, hijo de tradicionales familias de Jujuy y de Salta, que ha conseguido un puesto de empleado en la Biblioteca del Congreso de la Nación, gobernada por una comisión bicameral por aquél presidida. Saavedra Lamas, canciller y primer Premio Nobel de la Paz argentino, ha de ser quien lo introducirá en la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales.
Hablamos sobre el tiempo de los conservadores liberales durante la breve y progresista gobernación de Rodolfo Moreno en Buenos Aires, a comienzos de los años cuarenta, y de cómo el ministro de Gobierno, Vicente Solano Lima, le ofreció la titularidad del Departamento de Trabajo, que aceptó, con miras a que se convirtiera, tras una evolución satisfactoria, en Ministerio de Trabajo. ¡Años antes de que Perón pensara otro tanto para el ámbito nacional! Hablamos, también, de su colaboración, más de veinte años después, con el Ministerio del Interior a cargo de Juan Palmero, durante la presidencia de Arturo Illia, y del anteproyecto de ley de partidos políticos que redactó y el Congreso aprobó con algunas modificaciones. Un abrazo circunstancial de Ricardo Balbín, con quien no tenía relaciones personales, en la Casa Rosada, convenció a Linares Quintana de la aprobación del líder de la UCR del Pueblo a su insistente defensa de la Justicia Electoral en medio de algunas desaprobaciones.
La sensibilidad, la reflexión, la obra, las amistades del mundo de las ciencias y de la práctica política, todo, en fin, condujo a Linares Quintana a convertirse en el primer difusor en el país del concepto de constitucionalismo social, que luego se generalizó. Era lo que otros, con el alemán Heller, llamaban antes "la racionalización del poder".
En definitiva, el maestro cuyo centenario se celebra contribuyó a la modernización del derecho constitucional, considerándolo parte de la ciencia política y sin el cual ésta sería un barco a la deriva. Para Linares Quintana la Constitución -la gran Constitución de 1853-60- no es sólo un documento político; es un instrumento de gobierno que establece los fines del Estado y los medios para alcanzarlos y también un símbolo de la unión nacional. Lo que Juan María Gutiérrez denominó, el 1° de mayo de 1853, "la Nación argentina hecha ley".
¿Hay una metodología de vida esencial para llegar al centenario? Antes de meterse en honduras probabilísticas, el dueño de casa señala hacia arriba: "Habría que preguntarle al Barbudo". Quienes más lo conocen, coinciden en que Linares Quintana ha sabido sonreír y que ha mantenido el optimismo siempre en pie, incluso el día que una correspondencia terrorista, con la fatídica estrella del ERP, pretendió amilanarlo por no renunciar a la cátedra universitaria.
Puede ser que aquél constituya uno de sus grandes secretos. El optimismo probó ser el rasgo dominante entre los longevos, en un trabajo realizado en Francia hace años sobre ochocientas personas de más de 96 años. Una de ellas, mujer casi centenaria, al decirle el encuestador que confiaba volver a verla al año siguiente, contestó: "¿Por qué no? Su rostro denota que goza usted de muy buena salud..."