domingo, julio 05, 2009

El dolor y la gloria


Hay otra historia detrás del subcampeonato. Y no es la historia de una derrota. No perdió Huracán, más allá de que no dio la vuelta olímpica. Porque Angel Cappa y Mario Bolatti no merecían ese desenlace sin consagración. No, seguro que ellos no perdieron. Tampoco los pibes, como Javier Pastore y Matías Defederico, que le pusieron su cara a una caída que no fue tal. Porque está claro que perder no siempre es perder.
Y así como el fútbol del mundo recuerda a campeones sin vuelta, como Hungría de 1954, o como Holanda de 1974. Así como el fútbol argentino no olvida a Gimnasia La Plata de 1933, a Banfield de 1951, a Lanús de 1956. O como la historia quemera rememora a La Aplanadora de 1939, a Los Penta de 1976; este Huracán de Angel Cappa ya se había garantizado un lugar en el pedestal más allá del tropiezo ante Vélez, en Liniers.
El técnico lo escuchó desde joven, y lo militó desde entonces: “Hay muchas formas de perder. Usted elija siempre perder jugando, perder de pie”. Y este Huracán cayó de pie. Porque jugó para el aplauso y porque soñó desde lo imposible. Porque se armó para lidiar con el promedio y fue motivo de elogio de propios y de ajenos. Porque permitió lo que casi nadie en la historia reciente de Huracán: que el Globo de Newbery en el pecho fuera un orgullo inflado.
Es cierto, no estará la sexta estrella en la camiseta a partir del Apertura. Pero sí habrá una memoria que lo guardará siempre a este Huracán, a estos Angeles de Cappa, a este Equipo del Pueblo. Porque el recorrido fue un placer y un lujo. Por eso, también la ovación para ellos. Los aplausos, el reconocimiento, las lágrimas compartidas, ese dolor que es militancia y pertenencia. No habrá olvido para esta tarde de Liniers, más allá del golpe. Porque el hincha de Huracán no es hincha del éxito sino de su identidad. Y este equipo hizo algo enorme. Fue generoso como aquellos equipos tetracampeones de la década del ‘20, como Guillermo Stábile y Cesáreo Onzari; fue guapo como Herminio Masantonio; fue futbolísticamente romántico como Emilio Baldonedo y Tucho Méndez; fue lúcido y hasta lujoso como en los días felices de los 70. Resultó, sobre todas las cosas, una reivindicación de aquellos mandamientos que parecían perdidos.
Se deshace la tarde en Liniers, bajo el cielo del Amalfitani. Es un golpe cada paso rumbo a los barrios del Sur. Se entiende cada llanto. El fútbol tiene esa cara ingrata tantas veces. Pero ninguno de ellos, ni el más quejoso ni el menos optimista, tienen un reproche para ofrecer. Y no porque el alma rota se los impida. Simplemente, porque este Huracán fue una excusa para vivir felices por un rato y abrazados a una posibilidad. Y eso, hoy, mañana, siempre, será una razón suficiente para decirles a los protagonistas de este recorrido una palabra de siete letras y un sólo significado: gracias. Sucede que la gloria, a veces, no necesita de vueltas olímpicas.