sábado, julio 18, 2009

De orgullo y de razones


Lo admito. Cuando conocí a Sebas en el año 2000 no había oído hablar de Huracán. Es justo precisar que no sabía casi nada del fútbol argentino. Casi diez años después, tengo amigos de todos los colores. Huelga decir que abundan los bosteros, los académicos y los millonarios, pero también conozco a porteños a los que se les iluminan los ojos hablando de Chicago o Ferro. Y no faltan los cuervos, porque que abracen una religión equivocada no les convierte en malas personas...
Pero yo lo tengo claro, yo, hablando de fútbol argentino, soy del Globo. Y no por imposición familiar -mis primos del otro lado del charco son de Gimnasia o River- o por ese mimetismo sentimentaloide que te lleva a apoyar al cuadro de un amigo cercano. Recuerdo el día que me hice del Globo. Hacía pocas horas que estábamos en Buenos Aires y Sebas nos llevó a Jaime y a mí a presenciar in situ un duelo de la B entre Huracán y Racing de Córdoba. Dios mío, el Tomás Adolfo Ducó se caía a trozos, pero conservaba ese aire aristocrático que le confiere su particularísima arquitectura. Por algo es Patrimonio Histórico de la ciudad de Buenos Aires.
Ganamos 4-1 bajo una lluvia incesante que me caló hasta el alma, pero no paramos de cantar toda la tarde. Fue en ese instante cuando decidí sumarme a esa marea de valientes que libraban una batalla sin cuartel contra un destino poco promisorio. ¡Cuántas veces he escuchado luego ese latiguillo tan manido que asegura que Huracán no existe! ¡Qué equivocados están! ¿Acaso el Huracán de Menotti no es leyenda y gloria eterna del fútbol argentino? ¿Acaso no ganamos cuatro títulos cuando otros equipos aún no sabían ni que la pelota era redonda? ¿Acaso el primer pichichi mundialista, Guillermo Stábile, no era un quemero de bandera? ¿Y Masantonio dónde dictaba cátedra para pavor de los porteros rivales? En fin, que digan lo que quieran.
Luego vi al Globo en su exilio de la Diego Armando Maradona, la cancha de Argentinos Juniors, cuando adecentaban el Ducó y hace apenas dos meses pudo volver a casa para deleitarme con las nuevas joyas de Huracán frente a Godoy Cruz. A una casa que lucía tan bonita y radiante como el primer día merced al gran trabajo y la gestión impecable de Carlos Babington.
Mientras, me contentaba con seguir al Globo desde la distancia, aunque la tarea no era fácil. Eso sí, pude desearle suerte a Ángel Cappa cuando aceptó la oferta quemera y contar a quien quisiera escucharme que yo sí creía en la resurrección del club de Parque Patricios, aunque la lógica dictaba lo contrario.
Y tuve la inmensa fortuna de charlar un par de veces con Alfredo di Stéfano sobre su efímero pero sentido paso por Huracán en 1946. La saeta rubia me contó unas cuantas anécdotas de su etapa quemera y agradeció como si fuera un tesoro el especial de El Gráfico sobre el centenario de Huracán que le regalé el día que el Rey Don Juan Carlos y Rafa Nadal recibieron el Marca Leyenda, el pasado 15 de diciembre. A Don Alfredo le encantó una foto a página completa en la que lucía un gracioso bigote y la camiseta del Globito. Tanto, que la quiso compartir con Gento y Amancio mientras esperaban el comienzo del acto en unos elegantes sillones del Hotel Ritz de Madrid.
Y cuando nadie lo esperaba, llegó Cappa, contó un hermoso cuento a un aguerrido grupo de jugadores sobrados de fe y talento y se pusieron el mundo por montera. Y el Globo iba a dar la vuelta 36 años después. Y la iba a dar a lo grande, respetando ese ADN que le empuja a abrazar el buen fútbol en un mundo donde priman los resultados.
Y por eso iba a ser doblemente feliz. Pero un árbitro cegato nos hurtó el Clasura y la pena fue inconmensurable. Y pensé en las lágrimas de mis amigos. En la amargura comiendo las entrañas de Sebastián Ceccarini, Sebastián Colonnese, Marcelo Babington y Leandro.
Han pasado 24 horas y sigo sin entender que un trencilla profesional no vea esa patada, pero no he hecho más que reafirmarme en mi fe quemera, porque el cielo, más allá de los títulos, está en compartir una ilusión aunque uno esté a 10.000 kilómetros de distancia.
Felicidades a don Ángel Cappa. Gracias por devolvernos la ilusión. El título hubiera sido un hermoso colofón, pero el orgullo recuperado es su mayor legado.

Texto publicado por el periodista Tomás Campos en el diario Marca, de España.