domingo, mayo 17, 2009
Una fiesta para siempre
Clausura, decimocuarta fecha: Huracán 4-River 0, en el Ducó. Va en serio lo de Huracán. Sí, no se trata de una primavera de seis fechas por una pretemporada sin pesas, como decían aquellos a los que Angel Cappa no les simpatiza. Huracán, el Huracán del tiki-tiki, está dispuesto a pelear el Clausura hasta su último tramo. Quiere, va, busca, intenta, cree, se convence, da pelea. Ayer, en el Ducó de su corazón, construyó una goleada para añorar ante River y consolidó su condición de pretendiente al título.
Este 4-0 tremendo tiene un espacio para siempre. Se trata del máximo triunfo de Huracán contra River en toda la historia, junto a un idéntico resultado en 1918 y otro en 1940. Más: sólo una vez el equipo de Parque de los Patricios derrotó a otro grande por más de cuatro goles (5-0 a Racing, de local, en 1973). Es decir: ayer, sobre el césped del Palacio, este Huracán se ganó un sábado para recordar.
Y no hubo casualidad en ese desenlace: Huracán fue mucho más que un River despojado de rumbo, sobre todo a partir del segundo tiempo. Hubo un hito el partido: ese derechazo misilístico de Javier Pastore, a los 39 del primer tiempo, para cambiar un desarrollo parejo por otro apropiado a las necesidades de un equipo dispuesto a jugar siempre. Hasta entonces, el encuentro podía ser para cualquiera. A partir de entonces, Huracán volvió a ser un culto a la idea de jugar y, en consecuencia, aplastó a un conjunto de voluntades lidiando sin éxito.
Tampoco forma parte del azar que a Mario Bolatti le digan Súper Mario. A partir de él nace un equipo proclive a jugar, a tocar sin inhibiciones, a recorrer caminos olvidados. El cordobés de La Para es Cappa dentro del campo de juego: el lugarteniente de una idea en la que todos creen. El cinco que juega con el 28 en la espalda distribuye con sencillez para el lucimiento ajeno. Entonces aparecen todos: Patricio Toranzo a la derecha, el Maestrico González a la izquierda, Pastore y Matías Defederico un poco más adelante... Y cuando se juntan, Huracán es una fiesta. Es más: esa corporación resulta la posibilidad de creer que el juego de la pelota es una búsqueda colectiva, posible y atractiva.
Después del primer golpe, River no tuvo respuestas en el juego ni en el ánimo. Merodeó por el partido, trató sin éxito de que Huracán no hiciera lo de siempre: tocar y tocar. Dudó en defensa, no fue claro en el mediocampo ni desequilibrante en ataque. La consecuencia resultó inevitable: el equipo de Cappa, jugando a lo Cappa, lo liquidó en un segundo tiempo en el que la goleada fue siempre una inminencia, sobre todo a partir del segundo gol (convertido por el uruguayo Leonardo Medina).
A esa altura de la tarde, desde la tribuna Ringo Bonavena y desde la Platea Alcorta se escuchaba un grito unánime y sintomático: "Que de la mano de Angel Cappa/todos la vuelta vamos a dar..." Se trata de una novedad: por segunda vez en 32 años, Huracán está peleando un torneo hasta el final (en el Clausura 1994, fue subcampeón de Independiente). En el campo de juego, un equipo audaz justificaba tanto entusiasmo. Con pases, con intenciones, con solidaridad, con goles. Pastore definió como un bailarín en el tercero; y Toranzo con otro disparo feroz estableció el cuarto. Sólo quedaba tiempo para un cosa, en ese momento: para que Huracán creyera que la palabra "campeón" no es un imposible.
Texto publicado por el autor del blog, en Clarín.
El mejor: Javier Pastore.
El peor: Vacante.
Así estamos:
En el Clausura.
En los promedios.
El fixture.