jueves, marzo 12, 2015

El Clásico de la Paz...



No se trata de un año más: en este 2015, San Lorenzo y Huracán cumplirán un siglo de clásicos. Juntos, vecinos, rivales, primos, broncas, victorias, derrotas, momentos sin olvido incluso más allá de los desenlaces. En esos rincones del sur de la ciudad se aprende caminando:no hay clásico de barrio más grande en el mundo. No se puede imitar. Sucede. Lo saben todos: desde el Papa Francisco y Viggo Mortensen hasta el Padre Pepe y Carmen Barbieri. Y lo demuestran -sobre todo- todos aquellos que día a día procuran construir El Clásico de la Paz. De un lado y del otro. Los de la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo y la preciosa gente de Corazón Quemero. Ellos, que crearon un espacio que se llama “Más allá de los colores” y que es una búsqueda que acontece entre maravillas y solidaridades. Son ellos los que fueron por rincones diversos llevando donaciones desde el Hogar Liguen al Cotolengo Don Orione; desde comedores y escuelas a parroquias y hogares. Sí, ellos, Quemeros y Cuervos, juntos, en nombre de demostrar que el fútbol puede (y debe) ser un espacio para construir. Que la violencia es un patético drama generado por aquellos que destruyen en nombre de sus propios negocios.

La escena se ofrece en el Club Pedro Lozano, en Villa Devoto: chicos y chicas de Huracán y de San Lorenzo se juntan para brindar un mensaje. Para todos ellos el Clásico es un mundito compartido. Los colores se mezclan. Juntos aprenden que pueden ser amigos más allá de la camiseta que luzcan y de las calles que habiten. Así les cuentan a ellos Viviana Cialdella -la titular de Corazón Quemero- y Alejandro Fernández -el encargado de la parte social de la Subcomisión del Hincha de San Lorenzo- y así lo ponen en práctica: para la producción fotográfica con Clarín ellos se vinculan, se abrazan. Y ríen, juntos.

Hay una historia enorme detrás de la imagen. Es decir, claro, detrás del Clásico. Desde los tiempos fundacionales este duelo era una fiesta de personajes irrepetibles, de cracks compartidos, con el tango como inevitable música de fondo, el de aquellas letras de Homero Manzi, ese Quemero que ahora le pone su nombre y su apellido a la emblemática esquina azulgrana de San Juan y Boedo. Aquel era (y es) el más porteño de todos los partidos, una suerte de campeonato aparte entre esas dos barriadas que se dividían el sur de un Buenos Aires que se asomaba al crecimiento. Desde el primer duelo, en 1915 (con victoria 3-1 para San Lorenzo, en la cancha de Ferro), se trató de una cita armónica en tiempos en los que la cuestión de pertenencia geográfica delimitaba también pasiones.

Se conocieron por apodos: El Santo y El Globo de Newbery. Nacieron vecinos, allá en 1908. Geografías de laburantes, de empedrados que nacían, de construcciones modestas, de almacenes que fiaban, de bares que cobijaban desencantos. Se criaron y crecieron con historias entrecruzadas, con el agrado de la rivalidad sin enemigos. La Avenida La Plata fue lugar de estadios emblemáticos de ambos. Las fronteras se recorrían caminando sin miedos ni desprecios. Se miraron siempre de reojo, pero sin rencores ni amenazas. Casi como hermanos separados al nacer, en disputa sana. La maldita violencia llegó mucho más tarde, con el folclore en terapia intensiva y con el crecimiento del fenómeno de los barrabravas como escenario dominante. Ahora, creen muchos. Ahora, creen estos pibes: Huracán y San Lorenzo empiezan a jugar el Clásico de la Paz.

Texto publicado por el fundador del Blog, en Clarín.