domingo, junio 08, 2014

Por más, por la historia

Cristian Espinoza, en acción. Salta y sigue. Como Huracán.

Almirante Brown 0-Huracán 1
De repente, un milagro sucede. Los mismos protagonistas -los de adentro, los del contorno- que hace poco menos de tres meses escuchaban que estaban muertos, resucitan ante los ojos de todos, de ese fútbol argentino que, en la antesala del Mundial, ya daba por acontecido el regreso de Independiente. Por el momento, la presunciones deberán esperar. Ahora, el mismo Huracán que al finalizar la fecha 29 estaba en el puesto 16, definirá mano a mano ante un rival al que le quiere cobrar una vieja deuda: hace casi dos décadas, en el agosto de 1994, el Rey de Copas vapuleó al Globo de Newbery en una final por el título de la máxima categoría. En breve, el miércoles, las mismas camisetas, con otras caras y en un escenario distinto, se jugarán otra cosa: el regreso al lugar que les pertenece, la Primera División.

“Acá no importan las amenazas, acá no importa lo que pase en la otra cancha. Acá, tenemos que ganar ...”. La frase -palabras más, palabras menos- pertenece a un protagonista central de esta reconstrucción, Frank Darío Kudelka, el técnico de Huracán. Tras una semana traumática, en la que le dijeron que lo iban a matar si ganaba en Isidro Casanova, él -con su equipo- ganó en Casanova. Y así, tras esta victoria ante Almirante Brown, con esa impronta sin quebrantos, afrontará el desempate que se avecina.

Una escena define a este equipo que se rearmó como un rompecabezas roto: el abrazo de todos, tras el partido, ya en el vestuario, con la certeza del desempate inminente, cuenta que cada uno de ellos cree que todo es posible. Se sentían más fuertes todos juntos. Lucían convencidos, allí, en el mismo lugar en el que les habían prometido que la iban a pasar muy mal. Todos. Desde el capitán Eduardo Domínguez hasta el pibe Cristian Espinoza, quien se perdió de ir al Mundial como sparring a consecuencia de esta definición. Desde el mago Patricio Toranzo hasta el crack naciente, Gonzalo Martínez, autor del único gol bajo el cielo de La Matanza.

Pero no se trata sólo del espasmo de una emoción. A este Huracán también lo retratan los números y su recorrido reciente. Es el mejor equipo de 2014, con comodidad: sumó 42 puntos. Tiene la valla menos vencida: le hicieron 30 goles. Y en ese detalle hay un personaje decisivo: el inmenso Marcos Díaz, quien apenas recibió seis tantos en 17 encuentros como titular. Hay más: Huracán lleva -incluyendo el encuentro victorioso ante Crucero del Norte por la Copa Argentina- 14 partidos sin derrotas. “No hay margen de error”, decía el técnico desde el principio de la segunda rueda. El grupo actuó en consecuencia: se equivocó mucho menos que todos sus rivales directos, desde Insituto a Independiente, los principales candidatos a la tercera plaza. Y en este instante, ellos mismos ya se imaginan esa final. La que cada uno pensó posible en tantas mañanas de prácticas en La Quemita o en el Palacio Ducó.

No fue casualidad la mesura en la celebración de esta posibilidad y en las palabras que acompañaron la circunstancia. Cada uno de estos jugadores sabe que nada se consiguió. Que la gloria del regreso épico o el desencanto de una final perdida se resolverán en 90 o en 120 minutos o en un puñado de penales. Pero también ellos -todo Huracán, al cabo- saben algo más importante: este partido que está naciendo resulta también una cita con su historia. Esa de las once estrellas que su camiseta cuenta.

Texto publicado por el fundador del Blog, en Clarín.