domingo, mayo 22, 2016

Ringo, eterno...



Ringo Bonavena está en todos lados. En las paredes que lo retratan, sobre la calle Luna, o sobre cualquier otro rincón de los Barrios del Sur de la Ciudad de Buenos Aires. Su cara sonríe, su cuerpo grande ofrece esa piña que conoció Alí y que asombró al mundo. Miente la vieja noticia que dice que se fue para siempre, a los 33 años, en aquel asesinato del 22 de mayo de 1976 en las oscuridades del Mustang Ranch, un cabaret de Reno, en el estado de Nevada, Estados Unidos."Ringo está acá, Ringo es nosotros", dice -emocionado- uno de los tantos socios de Huracán que impulsaron una idea sin objeciones: que la popular local del Palacio Ducó se llame así, como él. Ringo Bonavena.

El detalle no se parece a una casualidad: con capacidad para 21.000 espectadores es la popular más grande del fútbol argentino. Sí, la Bonavena. La de su Globo. La de su Huracán. Ese espacio cuenta su dimensión, su lugar en la cultura popular. Sirve un dato: su velatorio en el Luna Park resultó la manifestación popular más numerosa entre los dolores y los horrores de la última dictadura.

Los que mucho conocen de la historia de Huracán lo comentan ahora, días de recuerdos: en los años setenta, cuando Huracán sumó su undécimo título de la AFA (aquel memorable Metropolitano del 73, con Menotti como ideólogo y con Houseman como perfecto mago), Ringo se entrenaba con el plantel, decía que quería jugar. "Se la pasábamos siempre, quería hacer su gol, a veces lo dejábamos pasar", cuenta Daniel Buglione, marcador central del Equipo de los Sueños. En las tribunas, el grito era unanimidad y orgullo: "Somos del barrio / del barrio de La Quema / somos del barrio de Ringo Bonavena".

Bonavena era un autodidacta en materia de promociones y desparpajos, señala Horacio Pagani, quien mucho lo conoció. Era el principal vocero del club que adoraba. Resultó también un adelantado: sehizo gerente de marketing de Huracán mucho antes de que el marketing se acercara al fútbol. La contratación de Daniel Willington fue una de sus búsquedas sin inhibiciones. Le gustaba aparecer con la camiseta de Huracán en cuanto lugar lo invitaban y jamás se olvidaba de mencionar al Globo de Newbery en cada programa al que lo convocaban. Como en el de Pepe Biondi, líder de audiencia, en el que Ringo mucho se parecía a un humorista más. Puro carisma.

Era más que un boxeador. Se trataba de un personaje que contenía a varios personajes. Guapo, pendenciero, intenso, campeón sin corona, porteño de ley, dueño del show. Lo demostró todo en aquel 7 de diciembre de 1970 frente al gigante Ali,con récord de rating para la televisión argentina. Canal 13 sumó entonces 79.3 puntos, una cifra sólo posible en instancias decisivas de la Selección en un Mundial (la marca recién fue superada en la Copa del Mundo de 1990, durante la semifinal entre Argentina e Italia). La caída ante Alíno tuvo impronta de derrota: la derrota fueincapaz de dañar la indomable leyenda de Ringo.

Trasladóla popularidad de los estadios al tantas veces hermético espacio del ring. Bonavena era un audaz. Ilimitado adolescente, pibe de barrio, desmesurado y divertido charlatán, amigo sin quebrantos. Se animaba a desafiar a todos. En cualquier calle del mundo. Antes de enfrentar en el Madison Square Garden a Ali, se paseó con un toro por la Quinta Avenida de Nueva York. Y hasta lo trató de gallina a su rival. En el mítico estadio de la Gran Manzana se escuchó el grito de guerra de los que viajaron y de los que aprendieron a adorarlo a la distancia: "Rin-go / Rin-go / Rin-go". En Buenos Aires, ni los vagabundos caminaban las calles. Había que ver a Ringo. Los 20.000 espectadores de aquella ocasión lo sabían o lo aprendieron mirando: estaban en presencia de un guapo de verdad, que podía levantarse cada vez que lo tiraran y que podía derribar al invencible, al mejor de la historia. La épica del pibe de barrio.

Era exagerado, intenso. En la biografía Díganme Ringo, de Ezequiel Fernández Moores, se reproduce una declaración que lo muestra en su costado más bravucón, más jactancioso: "No hay en América ningún pesado que pueda inquietarme; no existe nadie en mi horizonte a no ser Clay. Yo quiero al negro porque no me gustaría terminar como tantos otros caminando solo por la calle con los bolsillos llenos de pelusa. Tengo una renta de 300 mil pesos viejos por el alquiler de quince departamentos, un auto Mercedes Benz que vale siete millones de pesos y dinero bien invertido". Le gustaba alardear. Se sentía cómodo, aunque lo miraran de reojo por cuestiones de origen. "Pío, pio", les decía a los quejosos. Y los invitaba a que se callaran...

La revista El Gráfico contó una verdad en su tapa cuando perdió con Alí: "Así cae un hombre". La caída de Ringo de La Quema fue también otra cosa. Las piñas que a él le pegaban les dolían a todos en Parque de los Patricios y zonas de influencia. Ese dolor compartido resultaba una expresión del sentido de pertenencia. "Ringo abría el bolsillo siempre que veía a algún vecino o a algún quemero en la mala", dicen quienes vivieron sus días, quienes caminaron sus mismos empedrados. Para todos ellos, él sigue latiendo hecho memoria o tribuna o anécdota. O todo junto.

Texto publicado por el Fundador del blog en Clarín.