sábado, agosto 15, 2015

Relato de un naufragio


Lo que le sucedía a Chicago mucho se parecía a una condena: ninguna victoria en 19 fechas, apenas uno gol en sus últimos once encuentros, un juego escaso, una sensación de descenso latiendo por cada rincón de Mataderos. Pero había una chance, una final, un momento, este partido. Ayer, en su cancha y ante un rival directo, Chicago volvió a ser un Torito en su rodeo. Le ganó a Huracán y con ese grito volvió a ofrecer un mensaje: la pelea por la permanencia está en marcha. Ahora. De nuevo.

Lo del Globo de Newbery mucho se parece a la contracara, al menos por ayer. Perdió, sigue en el barro de los promedios escasos y no sabe qué será de su futuro inmediato. La pregunta urgente aún no ofrece respuesta: ¿Seguirá Néstor Apuzzo, su entrenador? Se verá... La impresión, además, es una incomodidad: el mismo Huracán capaz de obtener dos títulos y llegar hasta la Estrella Trece en apenas cinco meses resulta por momentos un equipo a la deriva factible de un descenso absurdo. Puede ser bravo y ganarle a River, como lo demostró en la final de la Supercopa. Puede dar pena y perder como contra Chicago, ayer.
Hubo una diferencia clave en el partido: el equipo de Forestello lo afrontó como su propia final de la Champions League; el de Apuzzo dudó siempre. Parece un detalle al paso; pero resulta una cuestión definitoria y definitiva.

El primer gol, ese que modificó rumbos, fue un retrato del partido: Chicago la luchó en el área ajena, fue, empujó, resultó preciso. Balbi estaba mal parado, Domínguez no se mostró sólido, Gagliardi resultó astuto y Carrasco definió como un goleador implacable. La jugada resultó también el espejo de un partido a contramano de las presunciones. Chicago, incluso con su grietas, aprovechó cada instante favorable. Huracán, con sus nombres que parecen más importantes, jamás consiguió plasmar en el campo de juego esos antecedentes.

Huracán intentó. Fue tras los pasos del empate. Pero no encontró soluciones ni en las individualidades que lo salvaron recientemente (como Espinoza en Misiones ante Crucero) ni en lo colectivo. Para colmo, no apareció la intensidad aquella que le permitió a este plantel recuperarse del peor de sus infiernos, en el pasado Nacional.

Entonces, ante ese rival que tropezaba, Chicago aprovechó para golpear. Primero, a los 11 del complemento: otro error defensivo de Huracán, aparición de Baldunciel y grito feliz para los de Mataderos. Parecía mentira, pero era verdad: el estadio era una fiesta con lugar para sólo dos colores, el verde y el negro. Luego, a 12 del final, llegó el tercero. Con premio incluido para la figura de la cancha: tras un desborde por la derecha, Gagliardi aprovechó otro error del fondo.

Y mientras los encantos de la victoria se hacían abrazos entre los presentes, quedaba una impresión: el fin de la racha no sucedía en una fecha cualquiera. Un rato después del adiós de ese hincha que se fue el miércoles, a Chicago se le ocurrió ganar. El Ruso Gourovich -compañero de esta redacción, verdinegro de alma- debe estar ahí, en ese cielo que se ganó laburando y creyendo, ofreciendo su sonrisa ancha y algún chiste para Stábile o Masantonio, quemeros desprevenidos en su agradabable osadía.

Texto publicado por el autor del Blog, en Clarín.