miércoles, diciembre 17, 2014

El Paraíso en 43 días


El mensaje de uno de los miembros de la comisión directiva, por Whatsapp, era un retrato sin vueltas del momento: "No va a querer venir nadie ahora. Se va a tener que hacer cargo Apuzzo". Y el Gordo, el Cabezón, el coordinador de las inferiores, el piloto generoso en cada tormenta, dijo lo que siempre dice: "Sí, yo estoy". La primera semana de noviembre lo tenía a Huracán roto y sin rumbo. En el Palacio Ducó, el equipo había perdido 3-0 frente a Sportivo Belgrano de San Francisco. El encuentro -interrumpido por incidentes- mucho se parecía al Infierno de una campaña inesperada. La Copa Argentina, territorio paralelo, a nadie parecía interesarle. En aquellos días Huracán se había quedado sin técnico (renunció Frank Kudelka), sin esperanza, casi sin chances. Penúltimo de once equipos en la Zona B.

Entonces, llegó Néstor Apuzzo -51 años, quemero de ley, hombre de barrio, de bohemia- para conducir al Titanic sin Di Caprio. Los que lo querían poco lo minimizaban por la cáscara: "Está más para manejar el 118 que para salvarnos de este momento". Pero el tipo se plantó ahí, en el vestuario sospechado, y unió a todos. Nada de cosas raras. De acá salimos juntos o nos ahogamos juntos. Los convenció de algo que Kudelka no había podido: les contó que las once estrellas alrededor del escudo contaban la historia de un grande. Y que en ellos estaba la posibilidad de sumar una más en la Copa Argentina. Y en ese convencimiento nació la Estrella Doce.

No quiso revoluciones. Armó la defensa que él siempre había querido. Con cuatro, sin complicaciones. Centrales altos (Erramuspe y el capitán Domínguez), Mancinelli a la derecha, Arano a la izquierda. A Vismara le dio la función que mejor conoce: el patrón de la mitad de la cancha. A Villarruel -uno de sus pibes de La Quemita- le pidió que jugara cerquita del cinco. A Pity Martínez le reclamó más recorrido como volante. Lo soltó a Toranzo. Le dijo a Espinoza que hiciera lo de siempre. Aquello que lo llevó a pedirle al presidente Alejandro Nadur que le hiciera firmar un contrato a los 15 años. Y arriba, confió en Wanchope Abila. Un equipo armó.

Y alrededor de ellos, sumó gente. Cuentan desde el plantel que en los momentos bravos fue clave en la reconstrucción Iván Moreno y Fabianesi. Un espejo, un profesional, un laburante. Por eso, todos fueron a abrazarlo tras el cuarto gol ante Independiente Rivadavia, en el Ducó. Hubo otro personaje clave en el tramo decisivo: Romero Gamarra, otro pibe. Kudelka lo había desplazado. Y Apuzzo lo convenció de lo que podía ofrecer. El principio del desequilibrio frente Atlético Tucumán nació de sus pies, ya en el alargue.

Tuvo otra virtud el cuerpo técnico interino -con Apuzzo y con su socio Gabriel Rinaldi- en este recorrido de 43 días: supieron escuchar. No confrontaron con los lìderes del vestuario. Se sumaron. Miraron las caras, ofrecieron espacios de diálogo, repartieron responsabilidades. "Con estos jugadores voy a la guerra con escarbadientes", contó Apuzzo en una de sus varias conferencias sin rebusques. Y él, que estuvo a casi nada de ir a las Malvinas, consiguió lo que parecía imposible: un milagro que incluyó un título luego de 41 años y el tan ansiado regreso a la A. "¿El Sexto Grande? Se equivocan. Somos más que eso", cuenta sonriente el Gordo Apuzzo que llegó para apagar un incendio y se ganó el pedestal.

Texto publicado por el Fundador del Blog, en Clarín.

Más:
Todas las fotos de los festejos, en la Página Oficial.