Herminio Masantonio, uno de nuestros superhéroes, en la revista El Gráfico. Imagen de un guapo de verdad.
Por Carlos Irusta*
CALLES DESPAREJAS... Barrio amasado en trabajo, callejón, sangre y charcos de agua de lluvia.
Dicen que allí nació el tango: “Nació en los Corrales Viejos / allá por
el año 80 / Hijo fue de una milonga / y un pesao del arrabal”, reza una
poesía.
Los Corrales Viejos... En las calles Catamarca, Boedo, Chiclana y
Famatina, se faenaban ganado porcino y vacuno, y en cada degüello, la
roja sangre se mezclaba con el barro... Fue allí, se dice, donde
transcurre el cuento “El Matadero”, de Echeverría... Los Corrales
Viejos... Llamado también El Barrio de las Ranas, que se desparramaban
en los charcos... Y llamado también El Barrio de Las Latas, justamente
porque así vivían muchos que no tenían otra cosa para cobijarse, que
latas, cartones y géneros... “Del barrio de Las Latas / se vino pá
Corrientes / con un par de alpargatas / y pilchas indecentes”, cantaba
Tita Merello. También se conoció al barrio como el de la Quema, en donde
los “cirujas” –que tenían la precisión de cirujanos– iban eligiendo los
restos que les convenían...
Hoy el barrio es el Parque de los Patricios. La antigua calle Grito de
Ascencio cambió de nombre por el año 2000, aunque sea apenas por unos
metros entre la avenida Zavaleta y la calle Iguazú... Fue la primera vez
que una calle cambió de nombre para llevar la de un jugador de fútbol,
de la misma manera que en Ensenada, en Villa Albino, también se dio el
mismo caso. Y no es todo, puesto que frente a la sede social del Club
Atlético Huracán se levantó el primer monumento en Latinoamérica a un
futbolista.
Así, la calle del Parque de los Patricios, la de Ensenada y el
monumento, tienen algo en común: los tres llevan el nombre de un
jugador, símbolo del Globito, símbolo de una época, y símbolo de una
manera de encarar la vida: Herminio Masantonio, quien, como alguna vez
tituló en El Gráfico el gran Osvaldo Ardizzone, fue “Un hombre de
verdad”. Esta es la historia del hombre, estos son apuntes sobre un
jugadorazo...
NACIO EN ENSENADA, en la provincia de Buenos Aires, pero fue en el Club
Atlético Huracán en donde más que brillar, capturó la admiración de su
hinchada, la de sus compañeros y hasta la de los extraños. Jugó en el
club a lo largo de doce años. Desde 1931, en el comienzo del
profesionalismo, hasta 1945, tras una pasada por el Defensor Sporting
del Uruguay, en el 43, por el Banfield del 44.
Rafael Masantonio llegó por 1880 a estas tierras. Atrás dejaba su pueblo
natal en Italia. Y, entre sus brazos, estaba Guerino. Don Rafael y su
esposa trajeron a este mundo a otros nueve hijos más, en total: seis
varones y cuatro mujeres. Herminio, nacido el 5 de agosto de 1910, fue
el cuarto varón. Don Rafael, el padre, era albañil. Allá en Ensenada, en
donde recaló la familia, los chicos apenas dejaban los juguetes cuando
ya estaban trabajando, especialmente en los frigoríficos, porque había
que “parar la olla”, como se decía entonces.
Herminio andaba por los catorce años cuando terminó el colegio primario
–un sexto grado aprobado, en ese entonces, era como un diploma del
secundario– y también él salió a trabajar, a buscar las chirolas.
Primero, en un frigorífico, como peón de embalaje en Swift, y después,
junto al padre, cargando baldes, dándole a la cuchara... sacando
músculos.
Hay que imaginárselo: un muchachito callado, a veces casi hosco, que se
aguantaba en silencio una paliza paterna porque no hacía caso y se iba a
“jugar a la pelota”, en el baldío de enfrente. Un chico curtido por el
trabajo y la hambruna, que en un pequeño Boxing Club de Ensenada empezó a
descargar sus broncas dándole a los guantes, saltando a la soga,
aprendiendo la nobleza de estar frente a un rival, cara a cara, sin
trampas ni rodeos, peleando por ser el mejor.
Sí, anduvo dándole a los guantes, pero el fútbol pudo más. “Todos
sabíamos que jugaba –contó alguna vez su hermano mayor, Guerino–. Jugaba
en un club que se llamaba Villa Albino, en la Liga Platense, pero no
pasaba mucho, aunque todos hablaban de él como un futuro gran goleador. Y
como papá no quería que jugara, él hacía lo que podía. Lo buscaron de
Estudiantes y también de Gimnasia, pero no sé qué pasó que no lo
contrató ninguno de los dos y así llegó a Huracán... Tenía veinte años, y
estaba en el servicio militar. Esa época era toda una locura, porque
los clubes buscaban desesperadamente a shoteadores. Así que lo contrató
don Tomás A. Ducó, y para ganar, no necesitó nada de nada, porque
debutó haciéndole tres goles a Quilmes”.
EL ROMANCE entre la hinchada del Globo y el goleador va mucho más allá
del nombre de una calle o de un monumento, porque tiene que ver con los
lazos del corazón, de la historia, del agradecimiento y del orgullo.
Sinónimo de gol, de guapeza, de reciedumbre y de personalidad. Se fue
metiendo en la leyenda de la misma manera que se impuso en la cancha, de
puro guapo. Masa, como lo llamaban muchos, se convirtió en lo que es,
un símbolo que a través de los años persiste en el recuerdo hasta de
aquellos que ni lo vieron. Nadie olvida aquella tarde, en la cancha de
Lanús, cuando salió adelante del equipo, rodeado por unos cien hinchas
locales furiosos que, sin embargo, no le tocaron un pelo. Ni de algunas
de sus peleas hombre a hombre, como cuando se enfrentó en la cancha a
Lorenzo Fernández –un caudillo uruguayo de aquellos– y lo puso nocaut.
Fue cuando la final del Sudamericano del 34 entre Argentina y Uruguay.
Lorenzo Fernández era considerado un intocable, pero el pibe le metió el
cross y a otra cosa. Sí, el mismo Lorenzo Fernández que cuando Masa
estaba en el hospital, seriamente enfermo, se vino del Uruguay para
decirle: “Ñato, no aflojés ahora, vos que nunca aflojaste, no te
achiqués ahora...”.
Y ni qué decir del testimonio del gran Tucho Méndez: “Lo quise desde el
primer día que lo ví, fue mi gran ídolo... Lo esperaba todos los días en
la puerta del estadio para entrar junto con él, porque quería tenerlo
cerca, que todos supieran que Herminio era mi amigo... Llegué a jugar
con él y fue el momento más feliz de mi vida... Te hacía sentir
protegido, porque era eso, un protector...”.
EN LA CANCHA era cosa seria, tanto que sus 259 goles en 367 partidos de
Primera son una marca indeleble de su puntería y de su fuerza.
Cabeceador, potente, junto con Bálsamo (luego vino Tucho Méndez) y
Baldonedo (más tarde apareció Simes), formó tríos inolvidables. Entre
1937 y 1939 estuvieron sus mejores años, con 28 goles cada uno. Ganó el
Campeonato Sudamericano de 1937 y el de 1941 luciendo la camiseta de la
Selección y fue el máximo goleador en los Sudamericanos del 35 y del 42:
con la celeste y blanca metió 21 goles en 19 partidos. Fueron sus años,
aquellos años treinta, años del Café Benigno, donde paraban González
Castillo, o el Negro Celedonio Flores, boxeador y poeta, o el gran
Homero Manzi, el autor de Sur. Cuentan los que lo conocieron que parecía
un personaje salido de un tango, con su pantalón fantasía y un eterno
cigarrillo Sublimes en la mano –le gustaba pitar fuerte–. A veces,
cuando se concentraban en Banfield, se ponía un “saco de fumar” como se
le decía entonces, todo bordado con alamares y se tiraba en la cama.
Prendía un cigarrillo y pegaba el grito: “¡Tuchito, vení a hacer el
mate!”. Y ahí iba Tuchito, Tucho Méndez, orgulloso de acompañar al
crack, al ídolo, al amigo, que disfrutaba escuchando discos de Gardel o
de Magaldi, y que, cuando podía, se iba al Nacional o al Germinal,
aquellos cafés de la calle Corrientes en donde por veinte centavos, uno
podía tomarse un café y escuchar, por ejemplo, al Gordo Aníbal Troilo o a
Alberto Morán, de quienes fue muy amigo...
EMILIO BALDONEDO, que jugó junto a él, contó que “No era el jugador de
gran habilidad, ni de gran clase, pero era muy buen jugador. De esos
para ganar partidos, para reaccionar en la derrota, para contagiar a
todo un equipo. Y cuando Masa entraba por los laterales, y sobre todo
por la izquierda, había que ir a cobrar... Era número puesto, ya se
gritaba el gol antes de que shoteara. ¡Y cómo pegaba! Con un fierro y,
al mismo tiempo, con una precisión impecable...”.
Se retiró en 1945, tras haber jugado 349 partidos para Huracán con 254
goles convertidos. En total jugó en 367 partidos con 259 goles. Se
despidió en la reserva de Huracán, contra River, y con un gol y se
dedicó a formar pibes, que siempre lo reverenciaron. Tímido y callado
fuera de la cancha, un león adentro de ella, que cuando había un
problema siempre era el primero en copar la parada. “Ustedes vayan, son
muy pibes para estas cosas”, decía. Como alguna vez definió don Adolfo
Pedernera, “Fue un Robin Hood de la vida”.
Ubicado detrás de Arsenio Erico y de Angel Labruna, fue un 9 de pura
raza. “Se le recordará siempre proyectado hacia delante, en el vértice
de las dos alas, volando o arrollando”, escribió un anónimo colega de La
Nación, en su necrológica (murió el 11 de septiembre de 1956). Fue
velado en la sede del club, que decidió, además, entornar las puertas de
la entidad y colocar la bandera a media asta. Fue sepultado en el
cementerio de la Chacarita.
El poeta Francisco García Jiménez y el músico Miguel Padula, le hicieron un tango, El Mortero del
Globito: “Y grita la barra de Parque Patricios / Tirá Masantonio,
Herminio, tirá/ y si tira Masantonio / no hay nada que hacerle ya está
el gol...”, que grabó la Orquesta Típica Víctor, con la voz de Alberto
Gómez.
Cuando ya estaba viviendo sus últimos años, formó un equipo de barrio,
que vestía la camiseta de Huracán. Se llamó “Contra viento y marea”. Y
como definió Osvaldo Ardizzone, “Así había vivido... contra viento y
marea”.
*Periodista. Texto publicado en El Gráfico.