sábado, julio 05, 2014

El vencido vencedor

Angel Cappa, el padre de aquel milagro de 2009.

Angel Cappa entró al vestuario y presenció una escena que le transformó el dolor de la derrota en el orgullo por cada paso compartido con ese plantel: en un rincón, Gastón Esmerado -suplente en el juego; titular sin discusión en la construcción de un grupo sano- lloraba su desconsuelo, el de todos. Era una demostración: el despojo de Liniers había impedido el título, la duodécima estrella del club, pero nada ni nadie podía ser capaz de borrar de la memoria el recorrido impecable, ese precioso asombro que el fútbol argentino aplaudió de pie.

Los Angeles de Cappa, aquel equipo de 2009 que disputó el encuentro decisivo ante Vélez, fue un espasmo glorioso. Más allá del desenlace con derrota, se consagró como el mejor equipo del semestre en el campo de juego; también en el imaginario popular. Porque su fútbol fue una reivindicación del carácter lúdico, la renovación de ese deseo de ir a la cancha al margen de los colores, la simpatía de todos porque -finalmente- en un fútbol argentino de temerosos y de ventajeros un equipo se animaba a la osadía de jugar sin rebusques.

Y Cappa fue el protagonista central de aquella búsqueda. Armó un rompecabezas con las piezas que había. Alfredo Di Stéfano, su amigo, se lo había dicho: "Huracán es el lugar ideal para vos". Y así fue: con un presupuesto mínimo construyó un equipo máximo. Javier Pastore estaba postergado entre la Quinta y la Reserva. Cappa lo puso en Primera. El Bailarín de La Quema respondió como un crack. A Mario Bolatti el Porto lo prestó sin cargo, como se prestan a los jugadores que sobran. El elegante cordobés fue Xabi Alonso con el Globo de Newbery en el pecho. Al año siguiente, ellos dos -figuras de ese Huracán sin olvido- fueron convocados por Diego Maradona para jugar el Mundial.

Aquel equipo que se transformó en referencia cuando de buen fútbol se habla duró lo que podía durar: un suspiro de seis meses. El contexto era el peor: un club devastado por administraciones lamentables. Cappa -con voluntad de supehéroe- intentó la revancha. No pudo ser. Sin embargo, se fue abrazado a toda esa gente que todavía lo aplaude. "Vino un entrenador, se va un quemero", dijo durante la despedida, en la puerta de la platea Alcorta, en el Palacio Ducó.

Aquel breve milagro de fútbol consiguió varias cosas relevantes que el palmarés no muestra ni mostrará: reinstaló una discusión en torno al juego; desnudó a los tramposos; y sobre todo corroboró que, a veces, la gloria no necesita de vueltas olímpicas. También por eso, Cappa se fue jugando con el idioma: al partir, él era el vencido vencedor.

Texto publicado por el Fundador del Blog en el Periòdico El Barrio.