domingo, junio 19, 2011

La angustia postergada


A Eduardo Sacheri -notable cuentista y novelista, siempre tan imaginativo- no se le hubiera ocurrido este desenlace de película. Al Negro Fontanarrosa y al Gordo Soriano -inolvidables magos de las palabras- les hubiera costado tanto como la historia del Viejo Casale o la del penal más largo del mundo. Lo que pasó bajo el cielo de Avellaneda se pareció bastante a un guión de esos que cuesta creer. Huracán estaba en la B Nacional cuando la goleada de Independiente había concluido y lastimado. Sus jugadores sollozaban en el campo de juego y luego lloraban en el vestuario. En la breve tribuna visitante el dolor se decía callando. A la esperanza le quedaba apenas un suspiro, el último. Esa radio bendita lo gritó: “Gol de Boca” . Sí, Cristian Cellay - quemero desde los días de la niñez- marcaba su segundo gol en la tarde del Bosque y ponía a Gimnasia en situación de desempate frente a Huracán. Sí, el mismo Cellay que se tuvo que ir de Parque de los Patricios por la ventana, a consecuencia de la impericia de los dirigentes.

“Estuvimos muertos durante siete minutos” , dijo Roberto Pompei, con los ojos rojos de quien estuvo llorando, ya cuando esa suerte de resurrección había sucedido. Los jugadores entraron al vestuario con el peso del cuarto descenso de Huracán en 25 años. Pero cuando sólo faltaba que se confirmara su condición, llegó esa noticia que cambió ánimos, caras, sensaciones. Los hinchas que bajaban por los escalones rumbo a los barrios del Sur, empezaron a subir para volver a la popular. Gritaron. El silencio se hizo desahogo. El descenso se hizo desempate. El alma rota se reconstruyó a sí misma. Los que lloraban por los rincones sonreían.

“Viejo, estamos vivos, esto es un milagro, carajo” , gritaba uno de los 2.000 socios que agotaron las pocas entradas ofrecidas por Independiente. Los desconocidos se abrazaban como vecinos de toda la vida. Los que maldecían al Turco Mohamed por respetar la ética profesional, lo volvían a querer.

En el vestuario, el técnico reunió a los jugadores: “Esto es un mensaje, una señal. No la podemos dejar pasar. Contra Gimnasia tenemos que sacar todo lo que tenemos. Jugar una final de verdad, como corresponde” . Algunos se abrazaban sin poder creer. De repente, el golpe del descenso se les fue de sus cuerpos. Había una posibilidad más, otra vez la última. No había lugar para risas ni para grandes entusiasmos. Pero sí hay vida en Primera para seguir luchando como se pueda.

De un solo grito, ese que nació a 60 kilómetros, se callaron las cargadas de los de Independiente y se taparon los afiches de los de San Lorenzo por las calles de Avellaneda. Cellay, el mismo al que alguna vez le habían negado la ropa para entrenar en La Quemita, lo había hecho posible.

Entonces, volvieron las canciones calladas. Y el dolor de retroceder de categoría se transformó en optimismo y en desafío: “Parece que es el martes” . Se decían unos a otros cuando las sombras de la tarde caían en Avellaneda. No, será el miércoles y en la Bombonera. Tal vez, sea el día de la segunda resurrección.

Texto publicado por el autor del Blog, en Clarín.

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