Los asados de la Mutual de Veteranos, pura tradición.
Toda esa gente que está ahí, en pleno asado, lo sabe: el sentido de pertenencia es ajeno al resultado. Ellos estarán ahí, siempre, aunque la derrota los empuje al cuarto descenso en 25 años. Más: volverían a juntarse con la misma periodicidad aunque los tropiezos se multiplicaran y el Huracán de sus corazones jugara en la C. No les importa perder, aunque les duele. Ellos están ahí, juntos, porque entienden que un club es un lugar para compartir y una historia para abrazar.
En una de las mesas, ese hombre que le ponía el alma a su condición de cobrador cuenta los días felices de los años 70. Cerca de él, en otra mesa, un puñado de tipos que desmienten con su elegancia los noventa abriles del documento hablan de la Década de Oro. Ellos, los más viejos, se dieron un lujo de los enormes: vieron al Huracán de los años 20, el más campeón de ese tiempo. Hablan de Stábile, de Onzari, de Ramón Vázquez, de Chiesa, de Dannaher...
En el mismo asado de la Mutual de Veteranos de Huracán, bajo la magia de la platea Alcorta, en pleno Ducó, algunos también evocan otras historias. Por ahí, apareció el nombre de un inobjetable quemero: Segundo Linares Quintana, quien con su siglo encima continúa recibiendo merecidos homenajes de distintas Academias del país y doctorados honoris causa por el mundo. También cerca, con su voz amigable, contaba detalles Daniel Buglione, aquel marcador central que ofrecía seguridad a los talentosos del campeón de 1973. Mientras miraba los distintos sectores de la Miravé, trasladó una inquietud: “¿Por qué aquel Equipo de los Sueños no tiene un lugar en el estadio?”
Texto publicado por el autor del blog, en Clarín.