miércoles, diciembre 02, 2015

Peregrinos de la fe Quemera



No es un día más para ninguno de los que está caminando por Colonia o por Alcorta o por Luna o por cualquiera de las calles repletas de hinchas entusiasmados que muestra la escenografía de Parque de los Patricios. La línea H del subte parece organizada para la ocasión. En la estación Caseros baja la mayoría y camina rumbo al Palacio Ducó. Se suman los bocinazos desde los autos y los gritos desde los colectivos. En la calle, son muchos los que agitan banderas con un emblema que las hace iguales: el Globo de Newbery. Es la escena de un momento histórico: la antesala de la primera final continental para Huracán.

Y allí van ellos, peregrinos de la fe quemera, felices, con una sonrisa nueva, con la camiseta llena de orgullo. De repente, la sensación mágica sucede: en ese rato rumbo al partido frente al Independiente Santa Fe de Bogotá, por la final de ida de la Copa Sudamericana, los padecimientos de tantos días lejanos y no tanto quedan de rodillas, abandonados ante este momento que los abraza, los acaricia. Hay muchos con trece estrellas en la indumentaria oficial. Son las más recientes: allí, en ellas, ya se luce la de la conquista más reciente, la de la Supercopa ante River, en San Juan. Pero tambièn están los otros, los que lucen sin traumas camisetas que jugaron en la B y que sufrieron derrotas absurdas que a esta altura parecen una mentira bien contada por algún familiar de San Lorenzo.

Se percibe la fiesta en la previa. Y se consagra en el espacio de la gran cita: el estadio que es -de uno o de todos los modos- un paradigma del sentido de pertenencia. Ese Ducó que construyeron y reconstruyeron tantas generosas manos de los propios hinchas. El que muestra los nombres de tantas glorias en blanco y negro -aquellas de los años veinte, sobre todo; como Stábile y Onzari- que ahora volvieron a ver la luz de la merecida memoria. Sucede que este plantel -con sus éxitos y su recorrido- sólo admite comparaciones con los mejores días. La gente lo agradece del mejor de los modos: con su presencia, dispuestos a la disfonía de un día o de dos o de muchos. Sí, explota el Palacio. Incluso más allá del resultado, es una celebración de este momento. De haber llegado hasta acá. De la posibilidad de ir por más. De sentirse protagonistas.

Son unos 30.000 los socios que pagaron su entrada, pero parecen muchos más. Es tiempo de un grito que resulta el perfecto mensaje para los de adentro: "Para ser campeón/ hoy hay que ganar". Algunos lloran emocionados esta chance. Otros se miran preguntándose si es cierto. El partido sucede. El equipo va por la gloria. Ellos también.

Texto publicado en Clarín por el fundador del Blog.