viernes, junio 19, 2015

Una palabra


Por Ariel Scher*
David es la luz de los ojos de su papá desde que el día empieza a ser día y hasta que la noche se recibe de noche. Eso es David ahora, inclusive ahora, cuando su papá no ve al mundo con luz sino oscuro, oscurísimo, porque los uruguayos se vienen, se vienen, como si los guiaran Artigas, Jaime Roos, Zitarrosa, Galeano y La Vela Puerca, todos juntos y todos decididos. Eso es David, sí, ahora, cuando su papá se parte en dos o en diez tratando de no serle infiel a esa luz de casi dos años que es su hijito, pero no logra evitar que la atención, las arterias, las uñas, los oídos y los párpados se le fuguen detrás de los sufrimientos de Argentina, que gana pero apenitas, en el final de un clásico que, como tantos clásicos, no parece poner en juego un fragmento de la primera rueda de la Copa América sino el destino completo de la humanidad. Se lo quisiera explicar ahora, ahora mismo, el papá de David a David, pero no puede, no encuentra cómo, porque los uruguayos se vienen, se vienen.

Encantador David: mínimo, precioso, leal como son los hijitos y los hijos con sus papás, al pie del cañón aunque no sepa qué cosa es el fútbol, qué cosa es Argentina, qué cosa es Uruguay y sí sepa que su papá es su papá y no hay nada de nada en el universo por fuera de su mamá y de su papá, ese papá que ve al mundo oscurísimo porque los uruguayos se vienen, se vienen. Al pie junto a su papá, a pesar de que los bostezos le conquisten los labios como si fueran un imperio, más allá de que quisiera jugar con ese papá a otros juegos y no al juego que él ni reconoce como juego, ese juego por el que su papá devora, suda, padece, mientras los uruguayos se vienen, se vienen.

Encantador David, desde luego, que ya pronuncia cuatro de las cuatro letras de la palabra "mamá", y sonríe a pleno cuando esperan que sonría a pleno, y acelera con los pies chiquitos cuando su papá mueve las llaves, abre la puerta y se le aparece adelante de regreso del laburo. Y más encantador David, que se había abraza con su papá cuando Agüero hizo el gol único del clásico no porque ese fuera el gol único del clásico y sí porque, por ahora, la vida es abrazarse con su papá. Y todavía más encantador David, al detectar a su papá hecho una fiesta porque el clásico está liquidado, y porque Argentina gana del todo y no apenitas, y porque los uruguayos por fin no se vienen más.

Y, entonces, ese papá deja de dividir la energía entre su hijito y el clásico, entre su mejor obra y la Copa América, entre ese acompañante que tendrá siempre y ese partido que no se acababa nunca, y lo alza, y le babea la sonrisa plena, y le dice que lo adora, y también le dice "gracias" por quedarse con él, leal como son los hijitos y los hijos, compartiendo la gloria de mirar fútbol juntos.

Hay circunstancias perfectas que pueden ser aún más perfectas. Así que David ensancha los labios para un nuevo bostezo, tal vez el último antes de dormirse, se frena a mitad del movimiento y, en vez de las cuatro letras de la palabra "mamá" que ensaya" cada vez que suelta su vocecita, enfila para otro sonido y lanza, increíble, maravilloso, eso: "Pa".

El papá de David llora, ríe, habla, enmudece, se afirma, tiembla. Sabe que jamás olvidará ese instante. Jamás lo olvidará, es cierto, porque David, su socio de todos los minutos del clásico, su socios para todos los minutos que vengan de ahí hasta la eternidad, le demuestra que los hijitos y los hijos, además de ser leales y de ser una luz de casi dos años, pueden sorprender y brillar. "Pa", enuncia David.

Y después completa la mejor palabra que le enseñó el clásico: "Pastore".

*Periodista y escritor.