martes, mayo 06, 2014

Herederos de sensaciones


El Huracán que nos contaron parece -visto con los ojos de este tiempo- una mentira bien relatada o una fábula para entretener desprevenidos. Pero no. Mi viejo, tu abuelo, algún tío, ese vecino proclive a la exageración no mentían. Sí, no se trata de un mito: éramos los mejores. No es sólo la leyenda de nombres irrepetibles como Onzari o Stábile. En los años 20, el fútbol del Río de la Plata era, claramente, el más exitoso del mundo. Así lo corroboró cada contacto internacional (Juegos Olímpicos, Copas América, giras, amistosos) que sucedió en aquella década. El Mundial de 1930, con Uruguay y Argentina en la final, fue la consecuencia más notable y más visible. En aquel contexto, Huracán resultó -junto a Boca, aquel Viejo Clásico- el más campeón de esta orilla. Del otro lado, la gloria se la repartían Nacional y Peñarol. En suma, los Cuatro Reyes de ese fútbol entonces inmejorable.

Por eso, cuando en La Bonavena la bandera gigante dice "Grande se nace" está contando con tres palabras aquella verdad. Cuando las Once Estrellas -las oficiales, las de la AFA, las de la historia exhibida en su totalidad- comiencen a lucirse en la camiseta, tal como corresponde, estarán ampliando el concepto. Cuando en La Alcorta, algún tipo de esos que mucho sabe de nosotros evoque a Herminio, a Tucho o a Baldonedo estará afianzando la idea. Cuando ese señor de la Miravé al que el tiempo no le lastimó la elegancia cuente que en este 2014 se cumplen 70 años de la décima vuelta olímpica de Huracán (la Copa Competencia Británica del 44) estará ofreciendo un riguroso acto de justicia con el pasado que pretende ser pisado. Cuando otro se llene la boca de historias sobre los años setenta, sobre El Equipo de los Sueños, sobre el Loco René, sobre Miguelito estará resucitando la verdad enterrada de nuestra grandeza. Cuando Buglione recuerde, en la mágica Mutual de Veteranos, lo precioso de ganar en el desaparecido Gasómetro estará cobijando el sueño de todos aquellos que no pudimos quedarnos disfónicos en Avenida La Plata.

Hoy, ahora, parecemos rotos, lastimados, vencidos. Como si el presente desencantador se permitiera hacer difuso todo aquello. Pertenezco a la Generación Sub 40, la que nació después de las luces divinas del 73, la que no lo vio campeón al Globo de Newbery, la que padeció cuatro descensos, mil angustias, 13 temporadas en el Nacional, un montón de decepciones, varios despojos. Pero hay otra cosa, la más importante: somos -todos- herederos de sensaciones. De ese mismo sentimiento que tenía el Negro Laguna en los tiempos fundacionales.

La lógica de estos días -de hinchas de las vueltas olímpicas; de futbolistas millonarios precoces- sentencia una trampa: somos unos perdedores. Cada vez que lo pienso, comprendo que no entienden nada. Jamás vieron asomar allá en el fondo La Torre del Palacio Ducó, bajando por Jujuy, llegando a Colonia. Nunca, pero nunca, fueron peregrinos de la calle Luna Quemera rumbo a Alcorta, al estadio del Oscar, que allí siempre espera. Tales momentos, que anteceden a esa fiesta que excede al resultado, son una consagración de cada fin de semana. No necesita de un gol de Di Stéfano o de Pastore para sostenerse. Y mucho menos de un árbitro que juegue a ser ciego por un rato. Sucede naturalmente. Las preguntas nacen: ¿aquellos que dicen que somos unos perdedores estuvieron ausentes en sus propias derrotas? ¿Nunca se fueron a la B? ¿No vieron llorar en silencio al de al lado, en la tribuna, cuando algún tropiezo se les cruzó en el camino? ¿No entienden? ¿No saben de qué se trata?

Este libro, hermoso retrato de un modo de sentir, indaga en el más profundo de nuestros lugares: el club como espacio de pertenencia, como herencia, como búsqueda colectiva impermeable a la posibilidad de perder. Sugiero mansamente su recorrido. De algún modo o de todos, nos refiere a nosotros. Y nos abraza.

Prólogo publicado por el fundador del Blog en el libro De fútbol, de barrio y de otros amores, de Marcial Sarrías y Juan Rey, recientemente presentado en la Feria del Libro de Buenos Aires.