domingo, abril 27, 2014

Feliz Domínguez



Ya no quedaba tiempo para nada. Era el último de los suspiros en la tarde de Mendoza, que se deshacía en ese 1-1 que tenía impresión de desencanto. Huracán iba, quería. Le hicieron una infracción al bravo Wanchope Abila. Era el último tiro libre, la última chance. Se miraron varios. Defederico pidió patearlo, Domínguez le dijo que no. Y el Capitán Eduardo se paró frente a la pelota. Miró el arco, la barrera numerosa, soltó su zurda. Y la pelota -obediente, sin dudas- se metió en el arco de Josué Ayala. Fue el 2-1. El definitivo. El de ese grito que todavía se escucha en este domingo por este Feliz Domínguez.