domingo, mayo 01, 2011
Los laburantes
Por Pep, de La Redó
El futbolista, aunque a veces no parezca, es, sin duda, un trabajador. Por definición, por clase y por historia gremial. Cierto es que es dificil incluir entre los proletarios a las mega estrellas, como así también a la gran mayoría de los jugadores de las primeras divisiones del mundo entero, y a los de varios de categorías de ascenso. Sin embargo, ese status de privilegiados no quita que sigan siendo tipos que ponen su fuerza de trabajo a cambio de otros que le pagan un sueldo como contraprestación. Que sea alta esa remuneración, y que contemple varios bonos adicionales no le quita el carácter de salario. En este punto la disquisición amenaza irse al carajo por lo que no se entrará en el supuesto de los directivos a sueldo, sino que se seguirá centrando el post en los futbolistas.
No siempre los futbolistas fueron trabajadores acomodados. Hubo una época en la que ni siquiera eran considerados trabajadores (a veces por propia voluntad, cierto es). En lo que refiere al fútbol argentino, se pasó de una época puramente amateur a algo que con el tiempo se denominó “amateurismo marrón“, es decir jugadores que cobraban por jugar pero que supuestamente o directamente “no cobraban“, o bien cobraban por “hacer otras tareas“. Lo que puede definirse actualmente como trabajo en negro.
A fines de la década de 1920 y principios de los años 30s los jugadores comenzaron a reclamar la regularización de sus vínculos con los clubes, aunque básicamente lo que más les interesaba era conseguir vulnerar la “ley candado“, un pacto entre los dirigentes de los clubes por el cuál ninguna institución contrataría a un futbolista sin el visto bueno del club anterior. Esto hoy parece lógico y razonable, en tiempos profesionales, pero en aquellos años de pseudoamateurismo resultaba un cepo a la carrera de cada jugador.
Supuestamente los jugadores eran aficionados, por lo que en teoría los clubes no podían negarse a que pasen a otro equipo. Al mismo tiempo los jugadores al recibir pagos “irregulares” no podían agarrarse abiertamente de una mejor oferta. El “pacto de caballeros” al ser algo no escrito pero de cumplimiento generalizado aseguraba poner a los futbolistas bajo el dominio total de los directivos.
1931 ya había comenzado como un año agitado en el fútbol argentino, ya que iba in crescendo la disputa entre aquellos clubes que querían la creación de una liga profesional y aquellos otros que se oponían. En realidad la pelea incluía a su vez a aquellos que querían profesionalismo, sí, pero sólo para algunos, y los que querían profesionalismo para todos. De todos modos era una discusión intra patronal.
Los jugadores vieron la oportunidad de plantear con dureza sus requermientos. No existía aún Futbolistas Argentinos Agremiados, ni ninguna otra agrupación sindical propiamente dicha. El reclamo lo había planteado una Asociación Mutual de Jugadores, lideradada por dos jugadores de Huracán, Hugo Roque Settis (Secretario General de la Mutual), y Juan Pablo Bartolucci. Los futbolistas no exigían cobrar por jugar, porque de hecho ya cobraban, sino que se les permitiera la libertad de contratación, penándose la aplicación de la “ley candado”. Así lo explicó posteriormente el propio Settis:
“No fuimos a discutir el tema económico, ya que por entonces la mayoría de nosotros cobraba por jugar. Lo que queríamos era la libertad de contratación. Terminar con la exclusividad que tenían los clubes sobre nosotros y poder decidir dónde jugar. Queríamos ser libres”
El mismo ex defensor del Globo mantenía sus dichos en 1976, según declaraciones a La Opinión rescatadas por Ariel Scher y Héctor Palomino en su libro “Fútbol: pasión de multitudes y de elites“:
“No estaba en juego el aspecto económico (…) Aunque lo nuestro era un amateurismo marrón, lo que queríamos era la libertad como seres humanos. Los señores dirigentes pretendían mantener de por vida la llamada ´ley candado´, de su invención, es decir, utilizándonos como una mercancía a los jugadores de fútbol y convirtiéndose así en los negociadores exclusivos de nuestras transferencias“.
Los futbolistas, en plena primera dictadura militar de la Argentina y con estado de sitio vigente, marcharon hasta la Casa Rosada para plantearle sus exigencias al presidente de facto y usurpador, José Félix Uriburu. Obviamente Uriburu no los atendió, pero delegó la cuestión en el intendente de la Ciudad de Buenos Aires, José Guerrico, quien dijo a los jugadores que los apoyaría, siempre y cuando aceptaran discutir el “profesionalismo” con los clubes.
Unos pocos días después los jugadores, encabezados por Settis y Bartolucci, declararon la huelga. Los dirigentes de los clubes más populares y poderosos aprovecharon para declarar la creación de la liga profesional, la que contó con el visto bueno de los jugadores más combativos, que obtuvieron algunas concesiones, pautadas a su vez en la creación de un “contrato tipo” entre clubes y futbolistas, habiendo participado en la confección de dicho “modelo” también los abogados de los propios jugadores.
Los futbolistas jamás habían exigido específicamente la instauración del profesionalismo, pero Guerrico entendió (no sin razón) que era todo parte del mismo problema. Fue así como nació el fútbol argentino moderno tal como lo conocemos hoy, tal es así que la etapa anterior suele ser ninguneada incluso por los supuestos especialistas mediáticos. Fue así que quedó instaurado el famoso profesionalismo.
Ese fue el primer gran reclamo de los futbolistas argentinos. Vendría luego la huelga del 48, la fundación de Futbolistas Argentinos Agremiados, la promulgación del Estatuto del Jugador de Fútbol Profesional en 1973, y varias medidas de fuerza más, algunas por motivos eminentemente económicos y otras por cuestiones un poco más “altruistas”, pero ninguna hubiese sido posible sin la lucha de aquellos pioneros de los años 30, aquellos jugadores encabezados por dos quemeros, Settis y Bartolucci, a quienes se homenajea en este día tomándoselos como símbolos del resto de los trabajadores, futbolistas o no.