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miércoles, octubre 30, 2024
domingo, agosto 11, 2024
¿Qué diablito? El Auténtico Demonio Andino
Rodrigo Echeverría, uno de las grandes figuras del líder, y su golazo de cabeza en el Monumental. Derecho a la tapa de Olé. Y al corazón y a la gargante de todos los Quemeros.
lunes, mayo 06, 2024
El fútbol, el club, el hecho cultural, el rol social
César Menotti, el barrio, la esquina, el club, la identidad, el hecho cultural, el sentido de pertenencia, el rol social, la argentinidad.
Lo dijo El Flaco, El César, el nuestro, el de La Nuestra:
"𝑈𝑛 𝑐𝑙𝑢𝑏 𝑑𝑒 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑠 𝑢𝑛 ℎ𝑒𝑐ℎ𝑜 𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎𝑙 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑛 𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎 𝑠𝑒 𝑓𝑎𝑏𝑟𝑖𝑐𝑜́ 𝑎 𝑡𝑟𝑎𝑣𝑒́𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑒𝑠𝑞𝑢𝑖𝑛𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑏𝑎𝑟𝑟𝑖𝑜𝑠, 𝑛𝑜 𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑣𝑖𝑛𝑖𝑒𝑟𝑜𝑛 𝑔𝑟𝑎𝑛𝑑𝑒𝑠 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑒𝑐𝑜𝑛𝑜́𝑚𝑖𝑐𝑜𝑠 𝑦 𝑑𝑖𝑗𝑒𝑟𝑜𝑛: '𝑉𝑎𝑚𝑜𝑠 𝑎 𝑐𝑟𝑒𝑎𝑟 𝑐𝑙𝑢𝑏𝑒𝑠'. 𝐸𝑙 𝑐𝑙𝑢𝑏 𝑙𝑜 𝑐𝑟𝑒𝑎 𝑒𝑙 𝑏𝑎𝑟𝑟𝑖𝑜, 𝑒𝑙 𝑣𝑒𝑐𝑖𝑛𝑜 𝑦 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑢𝑒𝑛̃𝑜𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑛𝑢𝑒𝑣𝑎𝑠 𝑔𝑒𝑛𝑒𝑟𝑎𝑐𝑖𝑜𝑛𝑒𝑠 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑖𝑔𝑢𝑒𝑛 𝑑𝑒𝑓𝑒𝑛𝑑𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜.
"𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑦𝑜 𝑣𝑒𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑠𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑟 𝑎𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑔𝑜𝑐𝑖𝑜𝑠 𝑚𝑒 𝑑𝑎 𝑡𝑟𝑖𝑠𝑡𝑒𝑧𝑎 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑎𝑙𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝑟𝑒𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑛 𝑚𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑔𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑜𝑠𝑡𝑢𝑣𝑜 𝑒𝑠𝑎 𝑝𝑎𝑠𝑖𝑜́𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑒𝑙𝑜𝑡𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑖𝑒𝑟𝑡𝑎 𝑒𝑛 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑒𝑠𝑞𝑢𝑖𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎. 𝐸𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑒𝑛 𝑢𝑛𝑎 𝑙𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑐𝑟𝑢𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑒𝑐𝑜𝑛𝑜́𝑚𝑖𝑐𝑜𝑠, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑑𝑒𝑝𝑒𝑛𝑑𝑒 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑐𝑖𝑜𝑠. 𝑁𝑜 𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑛𝑖𝑛𝑔𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑎́𝑏𝑟𝑖𝑐𝑎.
"𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑣𝑒𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑠 𝑙𝑢𝑐ℎ𝑎𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑡𝑖𝑧𝑎𝑟, 𝑚𝑒 𝑝𝑜𝑛𝑔𝑜 𝑚𝑢𝑦 𝑚𝑎𝑙. ¿𝑃𝑟𝑖𝑣𝑎𝑡𝑖𝑧𝑎𝑟 𝑞𝑢𝑒́? 𝑀𝑒 𝑑𝑢𝑒𝑙𝑒 𝑚𝑢𝑐ℎ𝑜. 𝑌𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑢𝑛 𝑝𝑒𝑙𝑖𝑔𝑟𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑢𝑛𝑑𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑖𝑧𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑠𝑢𝑓𝑟𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎 𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎. 𝐸𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑜, 𝑢𝑛 ℎ𝑒𝑐ℎ𝑜 𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎𝑙. 𝑁𝑜 𝑒𝑠 𝑠ó𝑙𝑜 𝑙𝑎 𝑃𝑟𝑖𝑚𝑒𝑟𝑎 𝐷𝑖𝑣𝑖𝑠𝑖𝑜́𝑛, 𝑒𝑠 𝑙𝑎 𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑝𝑎𝑖́𝑠".
"𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑦𝑜 𝑣𝑒𝑜 𝑞𝑢𝑒 𝑞𝑢𝑖𝑒𝑟𝑒𝑛 𝑡𝑟𝑎𝑛𝑠𝑓𝑜𝑟𝑚𝑎𝑟 𝑎𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑛 𝑒𝑙 𝑚𝑢𝑛𝑑𝑜 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑛𝑒𝑔𝑜𝑐𝑖𝑜𝑠 𝑚𝑒 𝑑𝑎 𝑡𝑟𝑖𝑠𝑡𝑒𝑧𝑎 𝑝𝑜𝑟𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑎𝑙𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝑟𝑒𝑐𝑜𝑛𝑜𝑐𝑖𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑐𝑜𝑛 𝑚𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑔𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑞𝑢𝑒 𝑠𝑜𝑠𝑡𝑢𝑣𝑜 𝑒𝑠𝑎 𝑝𝑎𝑠𝑖𝑜́𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑝𝑒𝑙𝑜𝑡𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑝𝑖𝑒𝑟𝑡𝑎 𝑒𝑛 𝑐𝑎𝑑𝑎 𝑒𝑠𝑞𝑢𝑖𝑛𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎. 𝐸𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑒𝑛 𝑢𝑛𝑎 𝑙𝑢𝑐ℎ𝑎 𝑐𝑟𝑢𝑒𝑙 𝑐𝑜𝑛 𝑙𝑜𝑠 𝑝𝑜𝑑𝑒𝑟𝑒𝑠 𝑒𝑐𝑜𝑛𝑜́𝑚𝑖𝑐𝑜𝑠, 𝑝𝑒𝑟𝑜 𝑑𝑒𝑝𝑒𝑛𝑑𝑒 𝑑𝑒 𝑙𝑜𝑠 𝑠𝑜𝑐𝑖𝑜𝑠. 𝑁𝑜 𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑛𝑖𝑛𝑔𝑢𝑛𝑎 𝑓𝑎́𝑏𝑟𝑖𝑐𝑎.
"𝐶𝑢𝑎𝑛𝑑𝑜 𝑣𝑒𝑜 𝑒𝑠𝑡𝑎𝑠 𝑙𝑢𝑐ℎ𝑎𝑠 𝑝𝑜𝑟 𝑝𝑟𝑖𝑣𝑎𝑡𝑖𝑧𝑎𝑟, 𝑚𝑒 𝑝𝑜𝑛𝑔𝑜 𝑚𝑢𝑦 𝑚𝑎𝑙. ¿𝑃𝑟𝑖𝑣𝑎𝑡𝑖𝑧𝑎𝑟 𝑞𝑢𝑒́? 𝑀𝑒 𝑑𝑢𝑒𝑙𝑒 𝑚𝑢𝑐ℎ𝑜. 𝑌𝑜 𝑠𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜 𝑟𝑒𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒 𝑢𝑛 𝑝𝑒𝑙𝑖𝑔𝑟𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝑙𝑎 𝑝𝑟𝑜𝑓𝑢𝑛𝑑𝑎 𝑑𝑒𝑠𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑖𝑧𝑎𝑐𝑖𝑜́𝑛 𝑞𝑢𝑒 𝑒𝑠𝑡𝑎́ 𝑠𝑢𝑓𝑟𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 𝑙𝑎 𝐴𝑟𝑔𝑒𝑛𝑡𝑖𝑛𝑎. 𝐸𝑙 𝑓𝑢́𝑡𝑏𝑜𝑙 𝑒𝑠 𝑒𝑠𝑜, 𝑢𝑛 ℎ𝑒𝑐ℎ𝑜 𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎𝑙. 𝑁𝑜 𝑒𝑠 𝑠ó𝑙𝑜 𝑙𝑎 𝑃𝑟𝑖𝑚𝑒𝑟𝑎 𝐷𝑖𝑣𝑖𝑠𝑖𝑜́𝑛, 𝑒𝑠 𝑙𝑎 𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑑𝑒 𝑛𝑢𝑒𝑠𝑡𝑟𝑜 𝑝𝑎𝑖́𝑠".
domingo, mayo 05, 2024
César se fue
El Tricampeón Mundial se fue. Como DT de mayores y de juveniles, como Director General...
El creador del Equipo de los Sueños, el del 73, que nos enseñó La Nuestra.
El orfebre de la Primera Estrella, en el 78.
El que le dio Selección al Diego.
El que le dio alas a René.
El que nos mostró un camino.
El que el mundo ya empieza a añorar.
El de las palabras justas y exactas.
El que se animó a pedir y a preguntar por los desaparecidos.
El maestro sin pizarrón.
El Flaco, El César, Menotti se fue.
Se fue.
Queda su Escuela.
Queda su impronta.
Queda su leyenda.
///
Totó, caminando por el Palacio, ya aprendió que ahora está sonriente con su abuelo y su abuela, con Diego, con René, con nuestra gata Rana que también anda por ahí, en el Cielo de los Buenos y de las Buenas.
jueves, febrero 15, 2024
Aquel homenaje tardío...
René Houseman, en la popular Ringo Bonavena. Una postal de hoy. Y de siempre. Un saludo que dura toda la vida.
No le crea. Ese hombre de piernas flaquitas le está mintiendo. Se hace el cansado, el perdido, el desorientado. Como antes, como siempre. Cuídese, parece frágil. Pero en cualquier momento le demostrará que todo es apariencia, que su versión real es otra. Y entonces, su mentira se desnuda: ese señor de 47 años que lucen como más, pequeño, que parece en desventaja física, amaga y suelta un pase preciso, perfecto, que deja en soledad con el gol a Claudio García... Claro que no es el mismo, no podría. Pero no importa, mantiene su esencia pícara. Por eso, enseguida llegará el tributo espontáneo de hinchas que lo vieron y aquellos que lo imaginaron porque el calendario les impidió disfrutar de sus mentiras:
"Chupe, chupe, chupe/no deje de chupar/El Loco es lo más grande del fútbol nacional...".
El Loco es el inolvidable René Houseman, ese futbolista que fue paradigma del wing, disparador de ilusiones, orgullo villero, inventor de imposibles, constructor de mitos, alimentador de leyendas. Ayer, mucho más tarde de lo merecido, en el estadio Tomás Ducó, 7.000 personas lo homenajearon en un partido que fue tributo y recuerdo. Lo acompañaron ilustres como Bochini, Burruchaga, El Negro Ortiz, Olarticoechea... También estuvieron amigos y compañeros de los días de gloria en Huracán —donde René jugó 277 partidos e hizo 109 goles— y de la Selección, con la que disputó los Mundiales de 1974 y 1978: Woff, Barbas, Viberti, Dante Sanabria, Roque Avallay, Buglione, Chabay... Otros referentes más cercanos de Huracán: Quiroz, Herrero, Víctor Delgado, Wiktor... Y el preferido del Hueso en el Huracán de hoy: Juan Carlos Padra.
Claro que el partido fue apenas una anécdota, una excusa para decir gracias a ese muchachito que en el verano del 73 llegó a Huracán, procedente del Defensores de Belgrano campeón de la Primera C, y enseguida construyó un idilio con esa gente que quería concluir con 45 años de espera y postergaciones. Fue campeón y figura ese mismo año con las armas que luego lo inmortalizaron: gambetas, amagues, movimientos de cintura, rivales por el piso, pases al milímetro, goles.
Hoy, el tiempo y el desgaste transformaron el brillo en la sombra de su gloria. Pero el vínculo con el hincha es inalterable, una fidelidad que el tiempo no puede corromper. Por eso los aplausos inmediatos ante cada aparición de este hombre que se crió en los potreros del Bajo Belgrano, en La Pampa y Dragones. Por eso la ovación cuando hace la recorrida por cada tribuna este delantero único que dejaba grabando en el vestuario las transmisiones de radio para, después, en su casa, escuchar los relatos de sus goles. Por eso el grito repetido pidiendo su vuelta y agradeciendo su incondicionalidad, esa que hoy es escasa o no existe:
"Al equipo del Loco lo vamoa'' alentar/no se vende/porque es hincha de Huracán...".
Ahí, en esa cancha que lo vio sonreir y hacer sonreir, René volvió a gozar y a jugar. Su equipo ganó 3 a 2, el señor de la raya participó en dos de los goles y se asoció con su niño mimado, Padra. "Pedí el cambio a los dos minutos, pero no me dejaron salir. Estaba muerto, viejo", se rió Houseman sobre su actuación.
Y aunque la fiesta debió interrumpirse porque la gente comenzó a ingresar cuando se anunció un nuevo ingreso de René, él no dejó escapar una queja ni el más mínimo fastidio. "Me vienen a abrazar a mí", dijo antes de meterse en el vestuario. Ya un poco más serio, dejó el mensaje formal a través de los altoparlantes:
—Gracias por venir. Sólo quería darles un rato de felicidad.
Quedate tranquilo René, siempre fuiste un fabricante de felicidades ajenas.
Texto publicado por el autor del Blog, en Clarín, en ocasión del homenaje a René Houseman.
Post publicado desde Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
No le crea. Ese hombre de piernas flaquitas le está mintiendo. Se hace el cansado, el perdido, el desorientado. Como antes, como siempre. Cuídese, parece frágil. Pero en cualquier momento le demostrará que todo es apariencia, que su versión real es otra. Y entonces, su mentira se desnuda: ese señor de 47 años que lucen como más, pequeño, que parece en desventaja física, amaga y suelta un pase preciso, perfecto, que deja en soledad con el gol a Claudio García... Claro que no es el mismo, no podría. Pero no importa, mantiene su esencia pícara. Por eso, enseguida llegará el tributo espontáneo de hinchas que lo vieron y aquellos que lo imaginaron porque el calendario les impidió disfrutar de sus mentiras:
"Chupe, chupe, chupe/no deje de chupar/El Loco es lo más grande del fútbol nacional...".
El Loco es el inolvidable René Houseman, ese futbolista que fue paradigma del wing, disparador de ilusiones, orgullo villero, inventor de imposibles, constructor de mitos, alimentador de leyendas. Ayer, mucho más tarde de lo merecido, en el estadio Tomás Ducó, 7.000 personas lo homenajearon en un partido que fue tributo y recuerdo. Lo acompañaron ilustres como Bochini, Burruchaga, El Negro Ortiz, Olarticoechea... También estuvieron amigos y compañeros de los días de gloria en Huracán —donde René jugó 277 partidos e hizo 109 goles— y de la Selección, con la que disputó los Mundiales de 1974 y 1978: Woff, Barbas, Viberti, Dante Sanabria, Roque Avallay, Buglione, Chabay... Otros referentes más cercanos de Huracán: Quiroz, Herrero, Víctor Delgado, Wiktor... Y el preferido del Hueso en el Huracán de hoy: Juan Carlos Padra.
Claro que el partido fue apenas una anécdota, una excusa para decir gracias a ese muchachito que en el verano del 73 llegó a Huracán, procedente del Defensores de Belgrano campeón de la Primera C, y enseguida construyó un idilio con esa gente que quería concluir con 45 años de espera y postergaciones. Fue campeón y figura ese mismo año con las armas que luego lo inmortalizaron: gambetas, amagues, movimientos de cintura, rivales por el piso, pases al milímetro, goles.
Hoy, el tiempo y el desgaste transformaron el brillo en la sombra de su gloria. Pero el vínculo con el hincha es inalterable, una fidelidad que el tiempo no puede corromper. Por eso los aplausos inmediatos ante cada aparición de este hombre que se crió en los potreros del Bajo Belgrano, en La Pampa y Dragones. Por eso la ovación cuando hace la recorrida por cada tribuna este delantero único que dejaba grabando en el vestuario las transmisiones de radio para, después, en su casa, escuchar los relatos de sus goles. Por eso el grito repetido pidiendo su vuelta y agradeciendo su incondicionalidad, esa que hoy es escasa o no existe:
"Al equipo del Loco lo vamoa'' alentar/no se vende/porque es hincha de Huracán...".
Ahí, en esa cancha que lo vio sonreir y hacer sonreir, René volvió a gozar y a jugar. Su equipo ganó 3 a 2, el señor de la raya participó en dos de los goles y se asoció con su niño mimado, Padra. "Pedí el cambio a los dos minutos, pero no me dejaron salir. Estaba muerto, viejo", se rió Houseman sobre su actuación.
Y aunque la fiesta debió interrumpirse porque la gente comenzó a ingresar cuando se anunció un nuevo ingreso de René, él no dejó escapar una queja ni el más mínimo fastidio. "Me vienen a abrazar a mí", dijo antes de meterse en el vestuario. Ya un poco más serio, dejó el mensaje formal a través de los altoparlantes:
—Gracias por venir. Sólo quería darles un rato de felicidad.
Quedate tranquilo René, siempre fuiste un fabricante de felicidades ajenas.
Texto publicado por el autor del Blog, en Clarín, en ocasión del homenaje a René Houseman.
Post publicado desde Ciudad del Cabo, Sudáfrica.
viernes, agosto 04, 2023
Cuando la Ultima Dictadura borró a Bracuto
David Bracuto, presidente de Huracán y de la AFA, había llevado a César Menotti a la Selección en 1974. Dos años más tarde el Gobierno de facto de entonces lo expulsó.Y puso a Alfredo Cantilo, uno de los suyos, socio de Vélez y del Jockey Club.
Por Ezequiel Fernández Moores*
Alfredo Cantilo camina con su esposa por Mar del Plata. Se encuentra de casualidad con César Luis Menotti, que también pasea con su esposa. "¿Qué tiene que hacer por la tarde? ¿No quiere que vayamos a ver las obras en Villa Marista?", pregunta Cantilo a Menotti. "Fui la semana pasada y vi todo bien, pero vamos igual", responde el entrenador. La obra, con el Mundial 78 cada vez más cerca, marcha a buen ritmo. Las habitaciones cumplen con lo pautado. Las camas y la cocina también. Pero al llegar a la cancha, Menotti advierte que el césped está a un centímetro de altura y estalla. "¿Pero cómo, no les dije que lo necesitaba más alto? ¿Quién decidió que lo cortaran así?". "Es que vino el almirante (Carlos) Lacoste y dio la orden", atina a responder uno de los empleados. Cantilo corre a buscar un teléfono. "¡Te voy a decir una cosa! -le grita a Lacoste, rojo de furia-¡Yo soy el presidente de la AFA! . ¡Cuando quieras dar ordenes te sentás en la calle Viamonte! ¿Quién carajo te creés que está en la AFA? ¿Quién carajo te creés que sos?".
Menotti asiste sorprendido a la escena. Lacoste, mano derecha del almirante Eduardo Massera, es el nuevo patrón del deporte argentino. La bota militar dentro de las canchas. Controla el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78) y en la AFA puso al propio Cantilo. A David Bracuto, presidente de Huracán, director del servicio médico de la UOM, le bloquearon las cuentas y lo obligaron a "renunciar" horas después del golpe del 24 de marzo de 1976. Socio del Jockey Club y de Vélez, el abogado Cantilo no era un advenedizo. Había sido presidente del Colegio de Arbitros con Juan Martín Oneto Gaona, interventor en la AFA en tiempos de la dictadura de Juan Carlos Onganía. También Oneto Gaona era abogado y socio del Jockey. Igual que Florencio Martínez de Hoz y Ricardo Camilo Aldao, primeros presidentes de la AFA, cuando las elites controlaban al fútbol. El golpe del 76 encuentra a la selección de Menotti de gira por Europa. Apenas vuelve a Buenos Aires, echado Bracuto, quien le había ofrecido el cargo, Menotti lleva la renuncia a Cantilo en un sobre. "Guárdelo. No me lo entregue porque las renuncias son indeclinables. Conozco sus ideas políticas. Yo pienso completamente diferente y se que habrá problemas, pero eso no tiene absolutamente nada que ver. Lo único serio que encontré al asumir acá es esto". "Esto", una carpeta que mostraba Cantilo mientras hablaba, era el plan de trabajo para las selecciones que Menotti había elaborado junto con Rodolfo Kralj. Lo había presentado años antes, después de que Ferro negara jugadores a la selección. Para frenar su renuncia, Bracuto y Paulino Niembro le dijeron a Menotti que presentara un plan. Se encerró con Kralj desde las doce del mediodía hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Selección, juveniles, preparación, contrato del DT hasta terminada la eliminatoria. Si pierde se va. Si clasifica sigue hasta fin de diciembre del año del Mundial. "Tiene mi palabra de honor de que 'esto' se va a cumplir al pie de la letra. Antes del jueves preciso una respuesta. Piénselo", despidió Cantilo a Menotti.
"Yo no lo podía creer. Lo que había costado años de pelea con otros, acá llevó cinco minutos. Al otro día le dije que sí. Cantilo pidió conocer al cuerpo técnico. Se enamoró del viejo Kralj. Con él hacían todos los partidos por teléfono. Las selecciones extranjeras venían acá y nosotros ibamos allá, sin ningún intermediario. Y cuando se reunió con los jugadores, vino al otro día y me dijo 'no sabe la alegría que tengo César. Yo iba dispuesto a discutir y me dijeron que lo único que querían era cobrar si llegamos a la final'. Se quedó loco con eso. Italia cobró 150.000 dólares para cada jugador por participar. Nosotros 27.000 dólares por ganar la Copa. Fuimos a jugar a todas las provincias. Sin cobrar AFA ni los jugadores. Había broncas porque yo convocaba a jugadores de Boca y de River y él mandaba las citaciones y yo le decía pero mire que se pueden lesionar en un entrenamiento y él me respondía 'déle, por más que tiren bombas vamos a seguir'. Después vino la serie de partidos en Boca en 1977. Había rumores, versiones de que si nos iba mal. la Marina me rajaba. Lacoste no me podía ni ver. Mandaban a la hinchada de Boca a putearnos. La mujer de (Leopoldo) Luque escuchó en un avión a jugadores de Boca que decían que 'ahora con el Toto (Lorenzo) vamos a la selección'. Y Cantilo que me decía 'usted y yo hasta el Mundial estamos seguro'. Si él no estaba creo que yo no llegaba al Mundial".
Menotti, que suele demorar hasta dos y tres meses pedidos de entrevista, me atendió de inmediato cuando le comenté que quería aprovechar el 35º aniversario del Mundial, cumplido este martes, para hablar de Cantilo, fallecido en silencio un mes atrás. El Gráfico lo presentó en una amplia entrevista el 5 de mayo de 1976. Cantilo se describió como "un fanático lector de libros de historia, apasionado por la música, hincha rabioso de Gardel y de Piazzolla" y jugador de ajedrez. Le citó a su director, Héctor Vega Onesime, una frase de José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei: "Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen en tus oídos las risas que cosechaste con tus fracasos". "Esa norma -le dijo- es como una pantalla prendida que veo las 24 horas del día". Años después del Mundial, Menotti recordó con calidez en una entrevista su primera y decisiva reunión con Cantilo. "¡Imagínense ese diálogo entre un militante de izquierda y un tipo del Opus Dei!. "Yo -me dice ahora Menotti- tengo mucho respeto por la fe de las personas. Discuto otras cosas. A Cantilo lo recuerdo como un aristócrata de verdad. De las buenas costumbres. No de las miserables. Daba la mano como un hombre. Muy crítico de Isabelita y de Perón. Y, desde su lugar, lo recuerdo también como un hombre bastante progresista, que apostaba a la educación".
El Mundial 78, se sabe, se jugó en los años del horror. Los goles convivieron con las torturas. Cantilo, amante del viejo amateurismo, dejó su puesto apenas terminado el Mundial, supuestamente en desacuerdo con la renegociación con aumento salarial del contrato de Menotti. "Un hombre sincero y apasionado, honesto y leal, que vive en el país", lo despidió Lacoste en una carta pública en El Gráfico.
Cantilo puede no ser hoy un recuerdo políticamente correcto. Menotti, sin embargo, lo recuerda sentado en primera fila con los jugadores, escuchando los conciertos que ofrecían al plantel el flaco Spinetta, la tana Rinaldi y Anacrusa, entre otros. Sucedía en la concentración de José C. Paz. Un día, al llegar en su auto, Menotti vio que dentro del predio estaba lleno de soldados. "Le dije que así no podíamos trabajar y echó a los soldados que tenían que hacer la seguridad de la concentración. Tuvieron que instalar una carpa afuera". Cantilo se fue en silencio y nunca más habló con la prensa. "Todavía recuerdo sus palabras al día siguiente de conocernos, cuando le presenté al cuerpo técnico. Dijo que terminado el Mundial él se iba. '¡Qué se va a ir! ¡Si salimos campeones se va a ir pero de joda!' decíamos entre nosotros en ese momento. Yo -sigue Menotti- era el primero en decir que no se iba ni en pedo si éramos campeones. Nadie le creía. Terminó el Mundial, me abrazó fuerte. '¡Salió como lo soñamos César!', me dijo. Y se fue".
Menotti asiste sorprendido a la escena. Lacoste, mano derecha del almirante Eduardo Massera, es el nuevo patrón del deporte argentino. La bota militar dentro de las canchas. Controla el Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78) y en la AFA puso al propio Cantilo. A David Bracuto, presidente de Huracán, director del servicio médico de la UOM, le bloquearon las cuentas y lo obligaron a "renunciar" horas después del golpe del 24 de marzo de 1976. Socio del Jockey Club y de Vélez, el abogado Cantilo no era un advenedizo. Había sido presidente del Colegio de Arbitros con Juan Martín Oneto Gaona, interventor en la AFA en tiempos de la dictadura de Juan Carlos Onganía. También Oneto Gaona era abogado y socio del Jockey. Igual que Florencio Martínez de Hoz y Ricardo Camilo Aldao, primeros presidentes de la AFA, cuando las elites controlaban al fútbol. El golpe del 76 encuentra a la selección de Menotti de gira por Europa. Apenas vuelve a Buenos Aires, echado Bracuto, quien le había ofrecido el cargo, Menotti lleva la renuncia a Cantilo en un sobre. "Guárdelo. No me lo entregue porque las renuncias son indeclinables. Conozco sus ideas políticas. Yo pienso completamente diferente y se que habrá problemas, pero eso no tiene absolutamente nada que ver. Lo único serio que encontré al asumir acá es esto". "Esto", una carpeta que mostraba Cantilo mientras hablaba, era el plan de trabajo para las selecciones que Menotti había elaborado junto con Rodolfo Kralj. Lo había presentado años antes, después de que Ferro negara jugadores a la selección. Para frenar su renuncia, Bracuto y Paulino Niembro le dijeron a Menotti que presentara un plan. Se encerró con Kralj desde las doce del mediodía hasta las ocho de la mañana del día siguiente. Selección, juveniles, preparación, contrato del DT hasta terminada la eliminatoria. Si pierde se va. Si clasifica sigue hasta fin de diciembre del año del Mundial. "Tiene mi palabra de honor de que 'esto' se va a cumplir al pie de la letra. Antes del jueves preciso una respuesta. Piénselo", despidió Cantilo a Menotti.
"Yo no lo podía creer. Lo que había costado años de pelea con otros, acá llevó cinco minutos. Al otro día le dije que sí. Cantilo pidió conocer al cuerpo técnico. Se enamoró del viejo Kralj. Con él hacían todos los partidos por teléfono. Las selecciones extranjeras venían acá y nosotros ibamos allá, sin ningún intermediario. Y cuando se reunió con los jugadores, vino al otro día y me dijo 'no sabe la alegría que tengo César. Yo iba dispuesto a discutir y me dijeron que lo único que querían era cobrar si llegamos a la final'. Se quedó loco con eso. Italia cobró 150.000 dólares para cada jugador por participar. Nosotros 27.000 dólares por ganar la Copa. Fuimos a jugar a todas las provincias. Sin cobrar AFA ni los jugadores. Había broncas porque yo convocaba a jugadores de Boca y de River y él mandaba las citaciones y yo le decía pero mire que se pueden lesionar en un entrenamiento y él me respondía 'déle, por más que tiren bombas vamos a seguir'. Después vino la serie de partidos en Boca en 1977. Había rumores, versiones de que si nos iba mal. la Marina me rajaba. Lacoste no me podía ni ver. Mandaban a la hinchada de Boca a putearnos. La mujer de (Leopoldo) Luque escuchó en un avión a jugadores de Boca que decían que 'ahora con el Toto (Lorenzo) vamos a la selección'. Y Cantilo que me decía 'usted y yo hasta el Mundial estamos seguro'. Si él no estaba creo que yo no llegaba al Mundial".
Menotti, que suele demorar hasta dos y tres meses pedidos de entrevista, me atendió de inmediato cuando le comenté que quería aprovechar el 35º aniversario del Mundial, cumplido este martes, para hablar de Cantilo, fallecido en silencio un mes atrás. El Gráfico lo presentó en una amplia entrevista el 5 de mayo de 1976. Cantilo se describió como "un fanático lector de libros de historia, apasionado por la música, hincha rabioso de Gardel y de Piazzolla" y jugador de ajedrez. Le citó a su director, Héctor Vega Onesime, una frase de José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei: "Cuando percibas los aplausos del triunfo, que suenen en tus oídos las risas que cosechaste con tus fracasos". "Esa norma -le dijo- es como una pantalla prendida que veo las 24 horas del día". Años después del Mundial, Menotti recordó con calidez en una entrevista su primera y decisiva reunión con Cantilo. "¡Imagínense ese diálogo entre un militante de izquierda y un tipo del Opus Dei!. "Yo -me dice ahora Menotti- tengo mucho respeto por la fe de las personas. Discuto otras cosas. A Cantilo lo recuerdo como un aristócrata de verdad. De las buenas costumbres. No de las miserables. Daba la mano como un hombre. Muy crítico de Isabelita y de Perón. Y, desde su lugar, lo recuerdo también como un hombre bastante progresista, que apostaba a la educación".
El Mundial 78, se sabe, se jugó en los años del horror. Los goles convivieron con las torturas. Cantilo, amante del viejo amateurismo, dejó su puesto apenas terminado el Mundial, supuestamente en desacuerdo con la renegociación con aumento salarial del contrato de Menotti. "Un hombre sincero y apasionado, honesto y leal, que vive en el país", lo despidió Lacoste en una carta pública en El Gráfico.
Cantilo puede no ser hoy un recuerdo políticamente correcto. Menotti, sin embargo, lo recuerda sentado en primera fila con los jugadores, escuchando los conciertos que ofrecían al plantel el flaco Spinetta, la tana Rinaldi y Anacrusa, entre otros. Sucedía en la concentración de José C. Paz. Un día, al llegar en su auto, Menotti vio que dentro del predio estaba lleno de soldados. "Le dije que así no podíamos trabajar y echó a los soldados que tenían que hacer la seguridad de la concentración. Tuvieron que instalar una carpa afuera". Cantilo se fue en silencio y nunca más habló con la prensa. "Todavía recuerdo sus palabras al día siguiente de conocernos, cuando le presenté al cuerpo técnico. Dijo que terminado el Mundial él se iba. '¡Qué se va a ir! ¡Si salimos campeones se va a ir pero de joda!' decíamos entre nosotros en ese momento. Yo -sigue Menotti- era el primero en decir que no se iba ni en pedo si éramos campeones. Nadie le creía. Terminó el Mundial, me abrazó fuerte. '¡Salió como lo soñamos César!', me dijo. Y se fue".
*Periodista. Texto publicado en el diario La Nación.
sábado, julio 22, 2023
René, el campeón del mundo
René Houseman, en acción, en el Mundial de Argentina 1978. Uno de los tres jugadores de Huracán (junto a Héctor Baley y Osvaldo Ardiles) que convocó César Menotti para la conquista de la primera Copa del Mundo para nuestro fútbol.
jueves, julio 20, 2023
El Negro, nuestro superhéroe
Huracán, en los mágicos tiempos del Negro Laguna, memorable precursor en los días fundacionales y en los años 20.
Cuando se disputó el primer Sudamericano de fútbol, en 1916, el Negro Laguna ya se había ganado un lugar relevante en su Huracán. Con sus goles, desde su posición de insider derecho -un mediocampista creativo de los de estos días-, con su capacidad de conducción. Y también, ya fuera del campo de juego, como presidente. Era, sobre todo, un apasionado.
Su recorrido por el fútbol y por la vida tiene recovecos insólitos. Los cuenta Pablo Viviani -docente e historiador de Huracán- ante la consulta de Clarín: "Cuando llegó a Buenos Aires se asentó en Cabrera y Coronel Bulnes. Algún periódico ya lo menciona como secretario de un club de nombre curioso, Nelson. El padre de José era albañil y en época de sequía económica se declaraba jardinero y destructor de hormigueros. El Negro resultó pícaro en la cancha y rápido para los asuntos de la calle. Cuentan las malas lenguas que, cuando jugaba en Nacional de Floresta, este viejo zorro les pagaba dos centavos a 16 chicos para que lo vivaran y aplaudieran cuando él tenía la pelota". Tuvo otras escalas su viaje. "En Paraguay trabajó como electricista en el Palacio de los López para suplir de esa forma las necesidades que no saciaba el amateurismo. Dirigió equipos juveniles. Se enamoró de ese país. Pero no pudo con su genio de buscavidas y se fue al norte de Brasil para jugar y dirigir. Más tarde, consiguió trabajo en la fábrica de máquinas Singer y volvió a Huracán, su lugar en el mundo". En el Globo de Newbery fue campeón como jugador y como técnico en esos años veinte en los que el equipo de Parque de los Patricios fue el más campeón junto a Boca.
Como ahora, pero hace casi 100 años, los dirigentes más representativos estaban en la Comisión de Selección. La diferencia es que no había un entrenador que ofreciera conceptos tácticos y/o técnicos. Esas autoridades armaban los amistosos, citaban a los jugadores y luego los seleccionaban. Laguna era frecuentemente convocado a las pruebas. Pero nunca lo elegían para vestir la camiseta de la Selección. Por eso, Laguna tenía decidido ver los partidos del primer Sudamericano de la historia desde las tribunas de la cancha de GEBA, la más importante de entonces.
Era otro tiempo. Y era otro fútbol. Lo retrata el historiador y periodista Oscar Barnade, autor del reciente libro Copa América increíble, anécdotas imperdibles: "La pasión del fútbol comenzaba a mezclar a la adinerada clase dirigente porteña con las barriadas populares, que crecían de un lado y del otro del Riachuelo. Las canchas eran de madera y para presenciar el espectáculo público había que ir de riguroso traje y sombrero. Los unos y los otros. Las señoras de la alta sociedad, bien ubicadas en el palco oficial, lucían sus mejores vestidos. Las canchas no tenían alambrado y si entraba gente de más, se iban ubicando al costado de la raya de cal. El fútbol era amateur, pero ya algunos jugadores, los cracks, tenían sus privilegios y cobraban algún pesito de más en forma de viático o ya conseguían algún puestito en alguna empresa o un puesto en el estadio gracias a la política, en 1916 dominada aún por los conservadores. Era una organización y un fútbol incipiente. Esa génesis ya despertaba pasiones". Y esa pasión naciente y creciente lo habitaba a Laguna.
Aquel 10 de julio de 1916, el Negro nuevamente se preparó como para ir una fiesta, ese partido contra Brasil. Se puso su mejor traje, un pañuelo blanco y eligió un impecable chambergo. Y fue a la cita, allá en Palermo. Como un hincha más, mezclado entre la multitud. Poco antes del inicio del encuentro, un rumor comenzó a recorrer las tribunas: Alberto Ohaco, el ídolo y goleador de Racing, había viajado al interior del país y no regresaría a tiempo. Entonces, el azar se hizo convocatoria: Pedro Martínez, el primer jugador de Huracán que representó a la Argentina, estaba ahí -listo para jugar- y comentó que en las tribunas se encontraba su amigo y compañero Laguna. No hizo falta explicar quién era, lo fueron a buscar. Y ahí estaba. Listo y feliz, como quien espera un milagro que sucede.
Era el principio del episodio mágico. Laguna aceptó. Fue hasta las casillas que servían de vestuarios, colgó su traje y, por primera vez, se vistió de jugador de Selección. La picardía se le transformó en una sonrisa que no le cabía en la cara. A los 10 minutos, el Negro -ese invitado casual- marcó el primer gol del partido. Luego los visitantes igualaron y Uruguay se consagró campeón. Pero aquel instante resultó otra cosa, más allá de resultados y de desenlaces: quedó para siempre como un homenaje a los cracks olvidados. Y al hincha que imagina todos los días convertir su gol inolvidable...
Texto publicado por el Fundador del Blog, en Planeta Redondo, de Clarin.com
domingo, julio 09, 2023
Nuestro Rey de Copas
Guillermo Stábile, en sus tiempos de entrenador. Fue el máximo ganador de la Copa América y aportó dos estrellas en Copas Nacionales al palmarés de Huracán.
Alfio Basile vivió su segundo título en la Copa América como un desahogo. En aquel julio de 1993, el aire pesado del Estadio Monumental de Guayaquil conoció su vozarrón. Y su grito de campeón y de bronca deshecha. Sentía que a su Selección no se la reconocía lo suficiente. Que siempre había alguna queja. A veces lo decía en público y con todas las letras. En otros días, lo callaba o lo contaba en alguna mesa de bar y de amigos. No había perdido ningún partido desde su arribo al equipo nacional. Dos años antes, en Chile, había ganado el trofeo continental tras 32 años de espera para los argentinos. En 1992, había obtenido la Copa de las Confederaciones (entonces llamada King Fahd Cup), en Arabia Saudita. Ese fue, además, el último título de la FIFA ganado por la Selección mayor. Pero al Coco muchos lo cuestionaban. Y le inventaban ciertas averías con malicia.
La siguiente escena sucedió en aquella última Copa América en la que dirigió Basile, en Venezuela 2007. Y resultó una suerte de homenaje al pasar para un tal Guillermo Stábile, el supremo especialista en trofeos continentales. Ya era de noche en Puerto La Cruz. El calor, apenas por un rato, dosificaba su acoso. Sobre la avenida de la costanera, en un bar que no tenía nombre, un grupo de muchos venezolanos y pocos argentinos mantenían colmadas las sillas y las mesas dispares. Frente a ellos había un televisor grande, de pantalla plana, que entregaba las imágenes de Argentina-Estados Unidos, que jugaban en Maracaibo. En la transmisión de Meridiano Televisión, el canal de deportes nacional en tiempos de Hugo Chávez, el relator lanzaba una pregunta a modo de desafío para que se comunicaran los televidentes: "¿Quién fue el técnico que ganó más Copas América?" Después de un puñado de segundos, desde una de las meses, un argentino de muchas canas y muchos años, ofreció la respuesta exacta: "Stábile". Después el hombre se quedó en silencio. Quizá nadie le prestó atención a su certeza. Pero quedó como un detalle mágico y fugaz. Como un tributo secreto a la distancia para ese entrenador que ostenta el récord absoluto de títulos continentales.
Su recorrido como entrenador arrancó pronto. Ya había finalizado su estupenda carrera de futbolista. Había sido campeón y goleador, símbolo del Huracán de los años 20 (el más campeón de esa década junto a Boca), figura en Europa. El técnico apasionado ya latía dentro de él. A los 34 años, en 1939, regresó a los Barrios del Sur, a ese Parque Patricios que adoptó como propio. Debutó construyendo un equipo que encantaba: La Aplanadora. Con Herminio Masantonio -su eficiente heredero- como gran figura, ganó la primera rueda, superó a los otros grandes en una misma rueda y terminó subcampeón, sólo detrás de Independiente. Al año siguiente lo contrató San Lorenzo, en una época en la que el Clásico de Barrio más grande del mundo no ofrecía tiempos violentos. En 1941 ya estaba dirigiendo a la Selección. Podía con todo: en simultáneo, condujo dos temporadas a Estudiantes La Plata y regresó a Huracán para ganar dos Copas Nacionales. También trabajó en Ferro y asesoró a Independiente.
A nivel de clubes, fue capaz de hacer milagros desde el costado del campo de juego: Racing -campeón nueve veces en tiempos del Amateurismo- no ganaba el título de Liga desde 1925. Tras el arribo deDon Guillermo como técnico, en 1945, Racing se fue transformando en un equipo brillante y eficaz. También en el primer tricampeón de la Era Profesional (49, 50 y 51). En ese tiempo, a nadie se le ocurrió dedicarle una estatua como a Reinaldo Merlo más de medio siglo después.
En su largo camino de 17 años, Argentina obtuvo seis trofeos en la máxima y más antigua de las competiciones continentales. Celebró en 1941, en el tricampeonato (45, 46, 47), en 1955 y en 1957. En las cinco primeras ocasiones, con invicto incluido. Además, en las ocho ediciones en las que participó en el Sudamericano en la Era Stábile siempre se subió al podio (la Selección fue, además, segunda en 1942 y tercera en 1956). Otro detalle de la conquista: sólo se impuso como local en la Copa de 1946. De las otras cinco, tres acontecieron en Chile, una en Ecuador y otra en Perú.
También Stábile -incluso mientras dirigía- se dedicó a otras actividades. En 1948, ya consagrado como DT de la Selección, actuó en el film "Pelota de trapo", dirigido por Leopoldo Torres Ríos y protagonizado por Armando Bo. Hacía de él mismo, como nueve años más tarde en la película "Fantoche", junto a Luis Sandrini y Beatriz Taibo. Su popularidad se lo permitía. Su cara era reconocida por todos. Ese mismo 1957, en Lima, Stábile se convirtió en el creador de un equipo sin olvido: Los Carasucias, aquel plantel en el que se destacaban -entre tantos- Oreste Osmar Corbatta y Enrique Omar Sívori. "Don Stábile no nos pedía nada raro. Era tranquilo para dar indicaciones. Y si tenía algo para decirte, se te acercaba y te hablaba al oído. A mí, por ejemplo, me pedía que me desmarcara siempre. Pero nos daba libertades para jugar", le contó Maschio a Clarín, al cumplirse medio siglo de aquel logro. Desde entonces hasta hoy, la Argentina apenas sumó tres trofeos (59, 91 y 93). En tiempos de Kempes, de Passarella, de Maradona, de Messi, de Mascherano. De Menotti, de Bilardo, de Bielsa, de Pekerman, de Martino.
Más allá de sus logros, Stábile también conoció el dolor y la ingratitud de la derrota. Fue al Mundial de Suecia 1958, prescindiendo de los cracks que jugaban en el exterior por decisión de la AFA. Y lo pagó con un tropiezo que fue conocido como El Desastre de Suecia. El partido que debía empatar el equipo nacional para pasar a los cuartos de final lo perdió 6-1 frente a Checoslovaquia. Se trató de la peor derrota de la historia del seleccionado junto al 6-1 frente a Bolivia, en La Paz, en 2009. Al llegar a Ezeiza, Stábile escuchó insultos y rechazos como nunca antes y como nunca después. Así concluía el ciclo más largo de un DT en el equipo nacional: 121 partidos y un 75 por ciento de efectividad.
Era muy activo y polifacético. Un adelantado a su tiempo. Mucho antes del imperio de la imagen y de los medios y del marketing deportivo, él ya conocía la importancia de comunicar. En su etapa como jugador y como entrenador. El año pasado la consultora Euromericas Sport Marketing -tras varias temporadas de investigaciones- determinó que el valor de mercado de Messi es de unos 400 millones de euros. La cifra incluye, claro, todo lo que él genera como personaje y como marca, incluso más allá de sus números irrepetibles y sus jugadas de fábula. Mucho antes que el crack rosarino y universal, Stábile -sin proponérselo- había sido un pionero de la especialidad. En los años 30, Don Antonio Nesman y su hijo Victorio le pusieron como nombre "El Filtrador" a uno de los vinos elaborados en su bodega mendocina, Familia Nesman. Estaban encantados por sus goles, por esa capacidad para definir. Y le rindieron ese reconocimiento adoptando el apodo del máximo goleador del Mundial del 30 como una marca.
Había más rebusques y berretines en su vida de vértigos y pasión por el fútbol: fue comentarista radial, ya como entrenador. Hablaba de fútbol, de táctica, de técnica, de estrategia. Lo hacía con nombres y apellidos; ofrecía ejemplos. Cuentan que dictaba cátedra frente a los micrófonos de LS10 radio Libertad. Stábile acompañaba los relatos de Eugenio Ortega Moreno y las opiniones de Guillermo Oscar Tipitto. En 1959, un año después del durísimo golpe en el Mundial de Suecia, se hizo cargo de la Escuela de Técnicos de la AFA desde 1959. Esa vez, un mal resultado no tapó la apropiada decisión. Murió, inexplicablemente olvidado, en 1966, a los 61 años. Ahora, en días de quejas por ese título que no llega, su palmarés sigue siendo un lujo.
Alfio Basile vivió su segundo título en la Copa América como un desahogo. En aquel julio de 1993, el aire pesado del Estadio Monumental de Guayaquil conoció su vozarrón. Y su grito de campeón y de bronca deshecha. Sentía que a su Selección no se la reconocía lo suficiente. Que siempre había alguna queja. A veces lo decía en público y con todas las letras. En otros días, lo callaba o lo contaba en alguna mesa de bar y de amigos. No había perdido ningún partido desde su arribo al equipo nacional. Dos años antes, en Chile, había ganado el trofeo continental tras 32 años de espera para los argentinos. En 1992, había obtenido la Copa de las Confederaciones (entonces llamada King Fahd Cup), en Arabia Saudita. Ese fue, además, el último título de la FIFA ganado por la Selección mayor. Pero al Coco muchos lo cuestionaban. Y le inventaban ciertas averías con malicia.
La siguiente escena sucedió en aquella última Copa América en la que dirigió Basile, en Venezuela 2007. Y resultó una suerte de homenaje al pasar para un tal Guillermo Stábile, el supremo especialista en trofeos continentales. Ya era de noche en Puerto La Cruz. El calor, apenas por un rato, dosificaba su acoso. Sobre la avenida de la costanera, en un bar que no tenía nombre, un grupo de muchos venezolanos y pocos argentinos mantenían colmadas las sillas y las mesas dispares. Frente a ellos había un televisor grande, de pantalla plana, que entregaba las imágenes de Argentina-Estados Unidos, que jugaban en Maracaibo. En la transmisión de Meridiano Televisión, el canal de deportes nacional en tiempos de Hugo Chávez, el relator lanzaba una pregunta a modo de desafío para que se comunicaran los televidentes: "¿Quién fue el técnico que ganó más Copas América?" Después de un puñado de segundos, desde una de las meses, un argentino de muchas canas y muchos años, ofreció la respuesta exacta: "Stábile". Después el hombre se quedó en silencio. Quizá nadie le prestó atención a su certeza. Pero quedó como un detalle mágico y fugaz. Como un tributo secreto a la distancia para ese entrenador que ostenta el récord absoluto de títulos continentales.
Su recorrido como entrenador arrancó pronto. Ya había finalizado su estupenda carrera de futbolista. Había sido campeón y goleador, símbolo del Huracán de los años 20 (el más campeón de esa década junto a Boca), figura en Europa. El técnico apasionado ya latía dentro de él. A los 34 años, en 1939, regresó a los Barrios del Sur, a ese Parque Patricios que adoptó como propio. Debutó construyendo un equipo que encantaba: La Aplanadora. Con Herminio Masantonio -su eficiente heredero- como gran figura, ganó la primera rueda, superó a los otros grandes en una misma rueda y terminó subcampeón, sólo detrás de Independiente. Al año siguiente lo contrató San Lorenzo, en una época en la que el Clásico de Barrio más grande del mundo no ofrecía tiempos violentos. En 1941 ya estaba dirigiendo a la Selección. Podía con todo: en simultáneo, condujo dos temporadas a Estudiantes La Plata y regresó a Huracán para ganar dos Copas Nacionales. También trabajó en Ferro y asesoró a Independiente.
A nivel de clubes, fue capaz de hacer milagros desde el costado del campo de juego: Racing -campeón nueve veces en tiempos del Amateurismo- no ganaba el título de Liga desde 1925. Tras el arribo deDon Guillermo como técnico, en 1945, Racing se fue transformando en un equipo brillante y eficaz. También en el primer tricampeón de la Era Profesional (49, 50 y 51). En ese tiempo, a nadie se le ocurrió dedicarle una estatua como a Reinaldo Merlo más de medio siglo después.
En su largo camino de 17 años, Argentina obtuvo seis trofeos en la máxima y más antigua de las competiciones continentales. Celebró en 1941, en el tricampeonato (45, 46, 47), en 1955 y en 1957. En las cinco primeras ocasiones, con invicto incluido. Además, en las ocho ediciones en las que participó en el Sudamericano en la Era Stábile siempre se subió al podio (la Selección fue, además, segunda en 1942 y tercera en 1956). Otro detalle de la conquista: sólo se impuso como local en la Copa de 1946. De las otras cinco, tres acontecieron en Chile, una en Ecuador y otra en Perú.
También Stábile -incluso mientras dirigía- se dedicó a otras actividades. En 1948, ya consagrado como DT de la Selección, actuó en el film "Pelota de trapo", dirigido por Leopoldo Torres Ríos y protagonizado por Armando Bo. Hacía de él mismo, como nueve años más tarde en la película "Fantoche", junto a Luis Sandrini y Beatriz Taibo. Su popularidad se lo permitía. Su cara era reconocida por todos. Ese mismo 1957, en Lima, Stábile se convirtió en el creador de un equipo sin olvido: Los Carasucias, aquel plantel en el que se destacaban -entre tantos- Oreste Osmar Corbatta y Enrique Omar Sívori. "Don Stábile no nos pedía nada raro. Era tranquilo para dar indicaciones. Y si tenía algo para decirte, se te acercaba y te hablaba al oído. A mí, por ejemplo, me pedía que me desmarcara siempre. Pero nos daba libertades para jugar", le contó Maschio a Clarín, al cumplirse medio siglo de aquel logro. Desde entonces hasta hoy, la Argentina apenas sumó tres trofeos (59, 91 y 93). En tiempos de Kempes, de Passarella, de Maradona, de Messi, de Mascherano. De Menotti, de Bilardo, de Bielsa, de Pekerman, de Martino.
Más allá de sus logros, Stábile también conoció el dolor y la ingratitud de la derrota. Fue al Mundial de Suecia 1958, prescindiendo de los cracks que jugaban en el exterior por decisión de la AFA. Y lo pagó con un tropiezo que fue conocido como El Desastre de Suecia. El partido que debía empatar el equipo nacional para pasar a los cuartos de final lo perdió 6-1 frente a Checoslovaquia. Se trató de la peor derrota de la historia del seleccionado junto al 6-1 frente a Bolivia, en La Paz, en 2009. Al llegar a Ezeiza, Stábile escuchó insultos y rechazos como nunca antes y como nunca después. Así concluía el ciclo más largo de un DT en el equipo nacional: 121 partidos y un 75 por ciento de efectividad.
Era muy activo y polifacético. Un adelantado a su tiempo. Mucho antes del imperio de la imagen y de los medios y del marketing deportivo, él ya conocía la importancia de comunicar. En su etapa como jugador y como entrenador. El año pasado la consultora Euromericas Sport Marketing -tras varias temporadas de investigaciones- determinó que el valor de mercado de Messi es de unos 400 millones de euros. La cifra incluye, claro, todo lo que él genera como personaje y como marca, incluso más allá de sus números irrepetibles y sus jugadas de fábula. Mucho antes que el crack rosarino y universal, Stábile -sin proponérselo- había sido un pionero de la especialidad. En los años 30, Don Antonio Nesman y su hijo Victorio le pusieron como nombre "El Filtrador" a uno de los vinos elaborados en su bodega mendocina, Familia Nesman. Estaban encantados por sus goles, por esa capacidad para definir. Y le rindieron ese reconocimiento adoptando el apodo del máximo goleador del Mundial del 30 como una marca.
Había más rebusques y berretines en su vida de vértigos y pasión por el fútbol: fue comentarista radial, ya como entrenador. Hablaba de fútbol, de táctica, de técnica, de estrategia. Lo hacía con nombres y apellidos; ofrecía ejemplos. Cuentan que dictaba cátedra frente a los micrófonos de LS10 radio Libertad. Stábile acompañaba los relatos de Eugenio Ortega Moreno y las opiniones de Guillermo Oscar Tipitto. En 1959, un año después del durísimo golpe en el Mundial de Suecia, se hizo cargo de la Escuela de Técnicos de la AFA desde 1959. Esa vez, un mal resultado no tapó la apropiada decisión. Murió, inexplicablemente olvidado, en 1966, a los 61 años. Ahora, en días de quejas por ese título que no llega, su palmarés sigue siendo un lujo.
Texto publicado por el Fundador del Blog, en Planeta Redondo, de Clarin.com
domingo, mayo 21, 2023
Modelo de crack
Norberto Tucho Méndez, una celebridad de los años cuarenta y de la historia del fútbol argentino, en una publicidad de vinos. Un modelo de crack, con el Globo de Newbery en el pecho.
miércoles, mayo 10, 2023
Baldonedo, en la voz de Diego
El tango El sueño del pibe, en la voz de Diego Maradona. También un homenaje del mejor de todos los tiempos a nuestro queridìsimo Emilio Baldonedo, crack de los años treinta y cuarenta, hincha de ir a ver a los reyes de los años veinte, formador de juveniles cuando todavía no existía La Quemita...
Golpearon la puerta de la humilde casa,
La voz del cartero muy clara se oyó,
Y el pibe corriendo con todas sus ansias
Al perrito blanco sin querer pisó.
Mamita, mamita, se acercó gritando
La madre extrañada dejó el piletón,
Y el pibe le dijo riendo y llorando
El club me ha mandado, hoy la citación.
Mamita querida
Ganaré dinero,
Seré un Baldonedo
Un Martino, un Boyé.
Dicen los muchachos
De Oeste Argentino,
Que tengo más tiro
Que el gran Bernabé.
Vas a ver qué lindo
Cuando allá en la cancha
Mis goles aplaudan
Seré un triunfador.
Jugaré en la quinta
Después en primera
Yo sé que me espera
La consagración.
Dormía el muchacho y tuvo esa noche
El sueño más lindo que pudo tener,
El estadio lleno, glorioso domingo,
Por fin en primera lo iban a ver.
Faltando un minuto están cero a cero
Tomó la pelota, sereno en su acción,
Gambeteando a todos, enfrentó al arquero
Y con fuerte tiro, quebró el marcador.
Letra: Reinaldo Yiso
miércoles, noviembre 23, 2022
Botín de Oro, también orgullo de La Quema
Héctor Yazalde, el inolvidable Chirola, fue el único argentino en conseguir el Botín de Oro que la UEFA le entrega cada temporada al máximo goleador de todo el continente. Más allá de que se destacó en Independiente, Sporting Lisboa y Newell's su retiro fue en Huracán. Fueron apenas dos partidos (sin goles) en 1981. Ese año, el equipo de Parque de los Patricios terminó octavo en el Metropolitano que ganó Boca con Diego Maradona; y se quedó afuera de los cuartos de final por dos puntos del Nacional que ganó River con Mario Kempes. Duró poco la aventura de Yazalde en los barrios del Sur, pero fue también un motivo de orgullo de aquellos días. Lo que sigue es un retrato de este personaje irrepetible publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo, de Clarín.
Villa Fiorito parece destinada a alumbrar grandes cracks. En su geografía de carencias y postergaciones, en la periferia del partido de Lanús, se forjó ese nombre que no necesita apellido para presentarse en el mundo del fútbol: Diego. Pero no fue la única figura universal que conoció los deleites de esos potreros ya mitológicos. Allí cerca, a un puñado de calles sin cordón ni asfalto, también se crió otro personaje irrepetible de la historia del fútbol argentino: Héctor Casimiro Yazalde. El consiguió lo que ni el inmenso Maradona: fue el único futbolista nacido en esta tierra capaz de obtener el Botín de Oro, ese lauro que Europa le entrega al máximo goleador de cada año en todo el continente.
Yazalde dividió su niñez y su adolescencia entre los potreros y los esfuerzos por llevar el pan a casa. Le decían Chirola porque trabajaba por chirolas (una palabra que encontró el lunfardo para mencionar a unas pocas monedas). Trabajó en un puesto de diarios, fue ayudante en una verdulería y repartidor de hielo. En definitiva ayudaba como podía a Pedro y a Petrona, sus padres -quienes años antes habían dejado Los Toldos para instalarse en el Gran Buenos Aires-, y a sus siete hermanos.
Su primer club formal fue Los Andes. Y en Racing llegó a jugar en la Séptima junto a Agustín Cejas, el Panadero Rubén Díaz, el Coco Alfio Basile y Rodolfo Vilanoba. En 1964 fichó para Piraña, un club de la D, la última categoría de la AFA. Entonces aconteció un detalle que cambiaría todo y para siempre: Carlos Radrizzani, presidente de Independiente, lo vio jugar en un torneo nocturno y lo llevó al club para sumarlo a la Tercera. Cuentan que llegó al Rey de Copas por recomendación de Julio Grondona, entonces presidente de Arsenal y conocedor de los secretos del Ascenso. En ese tiempo pesaba apenas 60 kilos de mal comer.
Su crecimiento fue impresionante: Renato Cesarini lo citó para el seleccionado Juvenil que disputó los Juegos Panamericanos de Winnipeg. Osvaldo Brandao lo promovió al notable equipo que consiguió el Campeonato Nacional de 1967, con Santoro, Pavoni, Savoy, Pastoriza, Bernao, Artime y Tarabini, a quien consideró siempre su mejor amigo en el fútbol.
En 1970 ya había demostrado todas sus condiciones como goleador y desde el año anterior jugaba en la Selección. Lo quisieron contratar del Santos, del Palmeiras, del Lyon, del Valencia y hasta de Boca, ese club que admiraba en los tiempos de la niñez. Pero tomó una decisión que marcaría el principio de su capítulo más memorable: después de 111 partidos y 67 goles con la camiseta de Independiente se fue al Sporting Lisboa.
En Portugal, además de ganar la Copa (en 1973 y en 1974) y la Liga (en 1974), su mayor logro tuvo carácter individual: en la temporada 73/74 convirtió 46 tantos en 30 partidos. No sólo obtuvo el Botín de Oro (el mismo que consiguieron entre otros Eusebio, Gerd Müller, Marco Van Basten, Hristo Stoichkov, Hugo Sánchez, Ronaldo, Thierry Henry, Diego Forlán, Francesco Totti y Cristiano Ronaldo) sino que estableció un récord que aún permanece.
En el Sporting lo recuerdan como lo que fue en su tiempo: un crack y una celebridad. No es casual que se lo incluya como integrante del equipo ideal de todos los tiempos en cuanta encuesta vinculada con Los Leones de Alvalade se realice. Más de tres décadas después, Chirola sigue siendo motivo de añoranza y de tributo para los verdiblancos de Lisboa.
En aquellos días, filmando un corto publicitario que promocionaba una marca de jabones, Yazalde conoció a la modelo y actriz portuguesa María del Carmen Resurrecao de Deus, con quien se casó en 1973. Luego de casarse, Carmen adoptó el apellido de su marido, que mantuvo aun después de la separación. Tuvieron un hijo, Gonzalo.
Incluso en sus días de glamour y estrellato europeo, Yazalde jamás renegó de su origen. Tampoco en su regreso a la Argentina para jugar en Newell's y para retirarse en Huracán. El irremplazable Osvaldo Ardizzone un día lo definió con el fino trazo de su pluma privilegiada. Escribió de Chirola: "Purrete de la orilla, la vida de salida, te cantó, la bolilla más fulera". Esa bolilla fulera fue una cirrosis que se lo llevó en 1997. Tenía 51 años. Cuentan que murió sin saber que sería inolvidable.
Villa Fiorito parece destinada a alumbrar grandes cracks. En su geografía de carencias y postergaciones, en la periferia del partido de Lanús, se forjó ese nombre que no necesita apellido para presentarse en el mundo del fútbol: Diego. Pero no fue la única figura universal que conoció los deleites de esos potreros ya mitológicos. Allí cerca, a un puñado de calles sin cordón ni asfalto, también se crió otro personaje irrepetible de la historia del fútbol argentino: Héctor Casimiro Yazalde. El consiguió lo que ni el inmenso Maradona: fue el único futbolista nacido en esta tierra capaz de obtener el Botín de Oro, ese lauro que Europa le entrega al máximo goleador de cada año en todo el continente.
Yazalde dividió su niñez y su adolescencia entre los potreros y los esfuerzos por llevar el pan a casa. Le decían Chirola porque trabajaba por chirolas (una palabra que encontró el lunfardo para mencionar a unas pocas monedas). Trabajó en un puesto de diarios, fue ayudante en una verdulería y repartidor de hielo. En definitiva ayudaba como podía a Pedro y a Petrona, sus padres -quienes años antes habían dejado Los Toldos para instalarse en el Gran Buenos Aires-, y a sus siete hermanos.
Su primer club formal fue Los Andes. Y en Racing llegó a jugar en la Séptima junto a Agustín Cejas, el Panadero Rubén Díaz, el Coco Alfio Basile y Rodolfo Vilanoba. En 1964 fichó para Piraña, un club de la D, la última categoría de la AFA. Entonces aconteció un detalle que cambiaría todo y para siempre: Carlos Radrizzani, presidente de Independiente, lo vio jugar en un torneo nocturno y lo llevó al club para sumarlo a la Tercera. Cuentan que llegó al Rey de Copas por recomendación de Julio Grondona, entonces presidente de Arsenal y conocedor de los secretos del Ascenso. En ese tiempo pesaba apenas 60 kilos de mal comer.
Su crecimiento fue impresionante: Renato Cesarini lo citó para el seleccionado Juvenil que disputó los Juegos Panamericanos de Winnipeg. Osvaldo Brandao lo promovió al notable equipo que consiguió el Campeonato Nacional de 1967, con Santoro, Pavoni, Savoy, Pastoriza, Bernao, Artime y Tarabini, a quien consideró siempre su mejor amigo en el fútbol.
En 1970 ya había demostrado todas sus condiciones como goleador y desde el año anterior jugaba en la Selección. Lo quisieron contratar del Santos, del Palmeiras, del Lyon, del Valencia y hasta de Boca, ese club que admiraba en los tiempos de la niñez. Pero tomó una decisión que marcaría el principio de su capítulo más memorable: después de 111 partidos y 67 goles con la camiseta de Independiente se fue al Sporting Lisboa.
En Portugal, además de ganar la Copa (en 1973 y en 1974) y la Liga (en 1974), su mayor logro tuvo carácter individual: en la temporada 73/74 convirtió 46 tantos en 30 partidos. No sólo obtuvo el Botín de Oro (el mismo que consiguieron entre otros Eusebio, Gerd Müller, Marco Van Basten, Hristo Stoichkov, Hugo Sánchez, Ronaldo, Thierry Henry, Diego Forlán, Francesco Totti y Cristiano Ronaldo) sino que estableció un récord que aún permanece.
En el Sporting lo recuerdan como lo que fue en su tiempo: un crack y una celebridad. No es casual que se lo incluya como integrante del equipo ideal de todos los tiempos en cuanta encuesta vinculada con Los Leones de Alvalade se realice. Más de tres décadas después, Chirola sigue siendo motivo de añoranza y de tributo para los verdiblancos de Lisboa.
En aquellos días, filmando un corto publicitario que promocionaba una marca de jabones, Yazalde conoció a la modelo y actriz portuguesa María del Carmen Resurrecao de Deus, con quien se casó en 1973. Luego de casarse, Carmen adoptó el apellido de su marido, que mantuvo aun después de la separación. Tuvieron un hijo, Gonzalo.
Incluso en sus días de glamour y estrellato europeo, Yazalde jamás renegó de su origen. Tampoco en su regreso a la Argentina para jugar en Newell's y para retirarse en Huracán. El irremplazable Osvaldo Ardizzone un día lo definió con el fino trazo de su pluma privilegiada. Escribió de Chirola: "Purrete de la orilla, la vida de salida, te cantó, la bolilla más fulera". Esa bolilla fulera fue una cirrosis que se lo llevó en 1997. Tenía 51 años. Cuentan que murió sin saber que sería inolvidable.
domingo, septiembre 04, 2022
El Mundial de Stábile
El Mundial de 1930, en el que Argentina fue subcampeón detrás de Uruguay. Una celebración del fútbol rioplatense en la que Guillermo Stábile demostró que no había goleador más valioso que él.
domingo, junio 12, 2022
El Quemero de la Patagonia Rebelde
El film La Patagonia Rebelde, de 1974.
Por Pablo Viviani*
Uno de los clubes más pintorescos, ya sea por historia, hazañas o símbolos, es el Huracán de Parque de los Patricios. Sin embargo, como con tantos otros, muchas veces sus grandes historias no son conocidas. Los orígenes nunca fueron certeros, aunque lo único seguro es que la mayoría de los integrantes eran miembros del Partido Socialista.
Huracán había sido creado con la idea de acoger a los niños y jóvenes carentes de contención social y familiar, siendo integrantes familias precursoras, como las de Alfredo Palacios o Nicolás Repetto. Pero eso no es todo, pues para 1913 había un referente del Partido Socialista en cada team del Globito. El más conocido era el half Vicente Chiarante, que jugaba en Segunda División. También se destacaban Carlos Chiarante en Tercera, Albino Argüelles en Cuarta y Benigno Argüelles en Quinta. Todos tenían la particularidad de que ocupaban el puesto de entreala izquierdo.
De acuerdo con la cantidad de hermanos, los Chiarante podrían haber formado su propio equipo, aunque en Huracán sólo actuaron Carlos, Vicente y Enrique.
Este último fue el de mayor militancia dentro del Partido Socialista, constituyéndose en uno de los fundadores del Partido Comunista local y creador de la Federación Deportiva Obrera en 1924. Pero sería Pedro Chiarante quien luego sería dirigente del gremio de la construcción y un cuadro histórico del PC.
Sin embargo, esta nota se va a ocupar de Albino Argüelles, el menos talentoso de los nombrados. Herrero, igual que su hermano menor nacido en Nueva Pompeya el 5 de febrero de 1896.
Argüelles participó en las jornadas sangrientas de la Semana Trágica de 1919, en los talleres Vasena, y eso lo obligó a ocultarse para escapar de constantes persecuciones. Después de tanto militar, se afilió finalmente al Partido Socialista el 25 de mayo de 1919. Según Osvaldo Bayer, estaba también afiliado al Partido Socialista Internacional, pero como estaba “no demasiado metido, decía que era socialista”.
Pedro llegó a narrar que “desde hacía años conocía a Albino Argüelles. Estábamos acostumbrados con Enrique a verlo por las calles del barrio”, aunque esa relación se transformó en amistad cuando ambos ingresaron al Centro de Nueva Pompeya del Partido Socialista Internacional.
Albino buscaba nuevos horizontes y, tras un empleo, el hombre de Globito en pecho partió hacia San Julián (Santa Cruz) para ejercer su oficio. A Argüelles lo admiraban por su sabiduría popular, con luchas y dolores a cuestas, y por eso lo nombraron inmediatamente secretario general del Sindicato de Oficios Varios de esa ciudad portuaria.En una ocasión, de regreso en Buenos Aires, en el local que el Partido Socialista Internacional poseía en Almafuerte y Sáenz, dio una charla sobre las tremendas condiciones de vida y explotación de los trabajadores en la Patagonia.
En el verano de 1921 y antes de emprender su último viaje al Sur, se reunió un grupo de camaradas encabezados por Albino y Benigno Argüelles, Pedro y Enrique Chiarante, y Fernando Serradel, para redactar el esbozo de lo que sería el pliego de reivindicaciones de los obreros patagónicos. Quien le dio forma definitiva fue Serradel, otro de los fundadores de Huracán.Argüelles volvió a San Julián y se convirtió en uno de los referentes del conflicto, junto con el anarquista Ramón Outerello, José “Facón Grande” Font y el secretario de la Sociedad Obrera de Río Gallegos, Antonio Soto.
El hombre de los Corrales al Sud era considerado el más inteligente y por ello fue inmediatamente nombrado para organizar las columnas de centenares de peones rurales patagónicos en la huelga de 1921, en la cual pedían mínimas mejoras en las condiciones de trabajo.
Cuando llegaron las fuerzas represoras del capitán Elbio Anaya, les pidió parlamento a los dirigentes huelguistas, aunque eso fue sólo una excusa para apresarlos, castigarlos rudamente con garrotes y sables, y ordenar los fusilamientos.
Aunque en el parte militar de Anaya se detalló que el entreala Argüelles fue fusilado el 18 de diciembre por las tropas del coronel Héctor Varela, siendo “muerto mientras intentaba huir”, se constató luego que por el sólo hecho de reclamar habían perecido de igual forma unos mil quinientos trabajadores.
Ese mismo día, en el lejano Parque de los Patricios, el Globito le ganaba a Platense y quedaba a cuatro puntos de Del Plata. Huracán se alejaba de sus seguidores y en el próximo partido se proclamaría campeón por primera vez, aunque Argüelles ya no estaría para enterarse de las noticias de su querido club.
En noviembre, apenas un mes antes, había nacido en Buenos Aires la hija que Argüelles jamás conoció. Irma fue fruto del amor de Albino con Clara, y fue concebida meses antes de la partida del huracanense a la Patagonia. Al enterarse, semanas antes de morir, Albino le había enviado por carta unos dulces versos.
Al conocerse el asesinato de Argüelles, según contó Pedro Chiarante, se llevó a cabo un funeral cívico en la casa de los padres en la calle Aconquija, de Parque de los Patricios, al que concurrieron “miles de vecinos, militantes obreros y políticos, y representaciones de los partidos Comunista y Socialista”.
En el mismo lugar donde fue fusilado Argüelles están hoy los restos de sus compañeros que se levantaron contra la patronal. Ochenta años después de su asesinato llegaron a ese lugar las cenizas de su compañera y de la hija de Argüelles, transportadas desde Buenos Aires por su nieto.
*Texto publicado en la Agencia Télam.
jueves, mayo 05, 2022
Filgueiras, el pulpo con botines
Juan Manuel Filgueiras jugó en Huracán durante once temporadas, entre 1948 y 1958. Fue uno de los defensores emblemáticos de los años cincuenta. Y una de las caras más reconocibles de ese tiempo. Así lo demuestra esta publicidad de los botines Sportlandia (de 1952) en la que -de algún modo- se recibió de pulpo. Un pulpo al servicio del Globo de Newbery.
sábado, abril 04, 2020
El cine y nosotros
Lo cuenta el afiche: es una película made in Huracán. Entre las estrellas que el film ofrece aparecen Tucho Méndez, Alfredo Di Stéfano y Mario Boyé, tres que vistieron el Globo de Newbery en el pecho. Se estrenó en 1949, tiempos en los que nadie dudaba de que en Parque de los Patricios habitaba un grande.
Más:
Los detalles de "Con los mismos colores", en IMDB.
miércoles, marzo 06, 2019
El Messi que quería jugar en Huracán
La hélice, casi lo único que quedó del avión de la tragedia, cuenta una ausencia. Allí, en la zona del viejo Stadio Filadelfia, en Turín, ese monumento breve es el retrato lacónico de uno de los más estupendos equipos de todos los tiempos: Il Grande Torino de los años 40. El estadio, escenario de tantas jornadas de aplausos y consagraciones, estuvo en desuso desde 1963 hasta su demolición en 1998. Y más allá de sus varios emprendimientos truncos de reconstrucción continúa siendo una referencia de aquellos tiempos de brillos que ya no están. Son también, claro, un motivo de añoranza para los grandes cracks de aquel tiempo, como el notable Valentino Mazzola, el Messi de esos días. El accidente aéreo de 1949 se devoró a aquel equipo. El avión regresaba a Italia tras un partido en Lisboa frente al Benfica. Ganaban todo lo que jugaban: cinco Ligas consecutivas desde 1942 hasta 1949, clásicos contra la Juventus, amistosos... Sólo la Segunda Guerra evitó -por la suspensión del calcio entre 1943 y 1945- que fueran más los Scudettos sucesivos. Un dato contaba la jerarquía de aquel equipo: diez de los 11 titulares del seleccionado italiano pertenecían al Torino.
La pregunta invariable que continuó a la tragedia todavía escucha respuestas y aproximaciones: si no se hubiera caído aquel avión, ¿qué habría pasado en el fútbol del mundo? El periodista Jaime Rincón escribió alguna vez en el diario Marca: "Son muchos los que apuntan que si la historia de aquel equipo no hubiera terminado de manera repentina hoy quizá no existiría el 'catenaccio'. Puede que tampoco la Juve fuera el peso pesado que es actualmente en el Calcio. Y seguramente el Maracanazo no hubiera tenido lugar". No se trata de una exageración: quienes lo vieron y quienes lo contaron a través de los medios coincidieron. Aquel Toro era capaz de todo, incluso de hacer magia mientras arrasaba rivales. Y -dicen- también podría haber modificado la historia del fútbol tal como la conocemos.
Nadie sobrevivió al impacto. Pero el azar quiso que dos futbolistas no estuvieran allá arriba: el enorme Ladislao Kubala, quien estuvo a punto de firmar su contrato con el club en aquel momento y no lo hizo; y un tal Sauro Toma, un defensor procedente de La Spezia, que acababa de llegar al Torino. Contó aquel joven de 23 años alguna vez: "El míster, Leslie Lievesley, nos había dicho a Valentino Mazzola y a mí que nos cuidáramos de las lesiones antes de viajar. Mazzola no estaba bien del todo, pero podía jugar y viajó. Yo tenía problemas en la rodilla y el entrenador me aconsejó que me quedara en casa. Me sentí el hombre más desdichado de Turín. Todo el Torino viajó a Lisboa, y yo me quedé en casa, lesionado". A Mazzola el destino no lo quiso salvar.
Con ese Torino quedó enterrado un equipo exitosísimo, un mito y, también, Mazzola. Era el capitán, la figura, el ídolo, el goleador frecuente, la referencia inevitable. En una entrevista concedida en 2009 al diario El País, de Madrid, su hijo Sandro Mazzola -también destacado futbolista- contó a Valentino a 60 años del fallecimiento: "Mi padre tenía 30 años y yo seis y medio. No recuerdo nada. Mi cabeza olvidó todo lo que había vivido con mi padre. Todo menos su mano grande, en el centro de Turín, donde todos querían hablar con él. Me daba seguridad. Yo no entendía entonces por qué todos querían estar con él. Después supe que era una gran persona. La calidad de los videos de aquella época no es buena, pero tengo referencias de entrenadores campeones del mundo como (Ferruccio) Valcareggi y (Edmondo) Fabbri o jugadores como Boniperti, capitán de la Juve, que me dicen: 'El más grande de todos fue tu padre'. Era interior derecho. Pero, en realidad, jugaba por todo el campo. Siendo centrocampista, fue tres veces máximo goleador de la Liga. Era más o menos como Di Stéfano, un portento físico con una gran técnica. Yo esperaba ser como él, pero no pude. Yo era muy técnico en velocidad, pero menos fuerte".
Por entonces ni la tradicional revista France Football ni la FIFA entregaban el Balón de Oro al mejor futbolista del año. A Valentino le ofrecían adjetivos, aplausos y admiraciones que lo definían y lo legitimaban como tal: Era el mejor del mejor equipo, como lo es ahora el Messi del Barcelona. Sobre él se escribieron libros (como "Un uomo, un giocatore, un mito", de Renato Tavella) y se hicieron películas en las que se exhibe el significado y la influencia que él tenía en aquel contexto (como "Il Grande Torino", de Claudio Bonivento). Era más que el capitán de un equipo: resultaba también el símbolo de un grupo de futbolistas capaz de ofrecer alegrías tras las dolores de la guerra.
El periodista Jesús Camacho, en El Engranche, retrató a aquel Valentino y a aquel equipo estelar: "Aquel maravilloso conjunto tenía en Valentino Mazzola a su cerebro, capitán, organizador y gran goleador. Un futbolista muy inteligente, dotado de gran personalidad y que ofrecía cada año la extraordinaria cifra de 20 o 30 goles. El conjunto granata practicaba un fútbol muy ofensivo, en su alineación titular prácticamente no había defensas y solo Aldo Ballarin y Maroso se dedicaban a dicha labor. El guardameta Bacigalupo observaba desde su marco cómo los centrocampistas Castigliano, Martelli y Rigamonti lanzaban a los interiores Ezio Loik y Mazzola y a su vez los extremos Romeo Menti y Franco Ossola hacían mucho daño por los flancos y servían balones al magnífico centrodelantero Gabetto. Además tampoco podemos olvidar a los Schubert, Grava, Bongiorni..." Dicho de otro modo, Valentino también era el director de una orquesta impecablemente afinada.
Y en su recorrido hay un detalle que -a los ojos de este tiempo- parece inverosímil. En ese 1949 de la tragedia trascendió una novedad de asombro: Mazzola quería jugar en Huracán, cuando finalizara su camino de maravillas por el Torino. Le fascinaba el fútbol argentino y le había agradado el Globo de Newbery, que en los días de la niñez de Valentino había sido el más campeón de los años 20. La revista Goles (ver "Imágenes") contó la anécdota: el crack italiano mandó una nota a la revista comentando su deseo. Y desde la redacción lo contactaron con el club de Parque de los Patricios. No se conocieron los pasos siguientes. Poco después, la tragedia se llevó al Messi de los años 40.
Texto publicado por el autor del Blog en Planeta Redondo, de Clarín.com.
Cine sugerido: La película "Il Grande Torino".
miércoles, enero 02, 2019
Tucho, tan grande...
Era crack, era magia, era gol, era tango. "Ayer Tucho Mendez vino a visitarme / y en un fuerte abrazo me insto a meditar,/ así poco a poco mi mente poblaron / sus dulces recuerdos que no he de olvidar./ Soñaba en aquellos lejanos momentos / cuando era un purrete con sed de vivir / tejer en el césped muy lindas gambetas / y haciendo golazos sentirse feliz...", lo retrata la letra de Manuel Pose a la que Victorio Papini le puso música.
Norberto Doroteo Méndez fue uno de los grandes mediocampistas de la historia del fútbol argentino. Jugó en Huracán, en Racing y en Tigre. En total disputó 392 partidos e hizo 123 goles. También se destacó en la Selección: todavía ahora, en la antesala de la Copa América de la Argentina, es el máximo goleador histórico de la máxima competición continental (hizo 17 tantos, al igual que el brasileño Zizinho), un trofeo que conquistó en tres ocasiones (1945, 1946 y 1947). Sobran los datos para contarlo: Tucho fue un pedazo enorme de cada club en el que jugó, un motivo para convertise en hincha, una razón suficiente para hacer la cola para comprar una popular bajo el sol de un domingo cualquiera.
Nació en esa difusa frontera tan huracanense entre Nueva Pompeya y Parque de los Patricios, el 5 de enero de 1923. Desde los días de la niñez se hizo quemero e hincha de los referentes de su tiempo. Por ejemplo, lo esperaba a Herminio Masantonio a la salida de la cancha para llevarle la valija; y al arquero Juan Estrada le alcanzaba la pelota detrás del arco en los entrenamientos. Eran sus felices berretines. Sus inicios los retrata el blog Historia del Fútbol Mundial: "Los potreros de la populosa zona del sur porteño y el club Miriñaque vieron transcurrir largas horas de la niñez de quien, tiempo después, se convertiría en uno de los grandes ídolos del fútbol argentino. Tenía 11 años cuando un buscador de valores precoces de esa época, José Carrero, lo llevó a Huracán. Y fue en la Sexta División del Globito donde comenzó a hacer los palotes de su notable historia futbolística".
Pronto, el chiquilín de paso chueco y con un jopo imposible de modificar, jugó junto al guapo Masantonio en Huracán. Y se dio un lujo contradictorio: le hizo un golazo desde 35 metros a su admirado Estrada, cuando ya había sido transferido a Boca. Debutó en la Primera del Globo de Newbery el 13 de abril de 1941, en el viejo estadio de Avenida Alcorta y Luna, donde hoy está el Ducó. Esa vez, ganó el local por 4 a 2, con con un gol de Tucho, dos de Herminio y otro de Baldonedo. Desde entonces hasta 1947 fue figura y símbolo de su querido Huracán.
Luego, fue transferido a Racing y resultó una pieza fundamental del primer tricampeón del Profesionalismo (1949, 1950 y 1951). Su campaña en Racing terminó en 1954. Después estuvo dos años en Tigre y volvió a ese lugar que quiso tanto: a Parque de los Patricios, al Globo de Newbery, donde terminó su campaña a fines de la década del 50. Más tarde, ya retirado, les pondría palabras a sus sensaciones y a sus afectos futboleros: "Huracán fue mi novia; Racing, mi mujer; la Selección, mi amante".
En su idilio con esa amante celeste y blanca, Méndez demostró su condición de gigante. "A Tucho lo definen, sobre todo, los cracks a los que tuvo que reemplazar. Cuando el Charro Moreno -el Maradona de los años 40- se fue a México y Vicente de la Mata se lesionó, tuvo que aparecer él. Y lo hizo del mejor de los modos: asombrando a todos. Demostrando que lo que cada fin de semana hacía en la Argentina lo podía hacer también en cada rincón de América y del mundo", cuenta el periodista e historiador Oscar Barnade, miembro del Centro para la Investigación de la Historia del Fútbol (CIHF).
La Copa América fue su perfecto escenario: en 1945, en el Sudamericano de Chile, convirtió seis goles en apenas cuatro encuentros como titular. La mitad de ellos sucedieron en un partido que lo convirtió decididamente en superhéroe: convirtió los tres tantos del 3-1 frente a Brasil, en Santiago. Fue el máximo anotador de esa edición. En 1946, en Buenos Aires, volvió a ser decisivo: marcó cinco goles. Dos de ellos sucedieron en el encuentro decisivo, también ante Brasil. Ante más de 80.000 personas, en el Monumental, provocó los dos gritos memorables que le dieron otro título a la Argentina bajo el cielo de América. En 1947, en Ecuador, fue parte de un equipo memorable que compartió, entre otros, con Alfredo Di Stéfano. Argentina obtuvo el tricampeonato y Tucho volvió a ser determinante en el encuentro de la consagración: convirtió dos tantos en el 3-1 ante Uruguay, en Guayaquil.
"Tucho era también un auténtico porteño", contaba en la redacción de Clarín el imborrable Pedro Uzquiza, quien conocía bien los detalles de la vida de ese talento enorme del fútbol argentino, de ese hombre de la bohemia, de los códigos del barrio, del tango. Méndez concurría a dos lugares emblemáticos de su tiempo: el Marabú y el Chantecler, donde se encontraba con su amigo Aníbal Troilo, con quien se ofrecían mutua admiración. La siguiente anécdota sucedió fuera de Buenos Aires: después de convertirle tres goles a Brasil en el Nacional de Santiago de Chile, fueron a festejar a la confitería La Quintrala. Tita Merello, de gira con una compañía teatral argentina, lo invitó a bailar un tango, y Tucho mostró su arte de gran bailarín. Como el fútbol, llevaba la música en el alma.
"Viví muchas vidas. No me arrepiento de eso. Tal vez ahora esté volviendo a la época en que era una estrella de bigotes recortados con precisión", le confesó al periodista Miguel Frías en una de sus últimas notas ofrecidas. Era un personaje mágico de aquellos días. Hasta fue convocado para protagonizar la película "Con los mismos colores", junto a otros dos futbolistas icónicos de la época, Mario Boyé y Di Stéfano. Confesó Méndez alguna vez: "Si volviera atrás haría todo igual. Hice todo lo que pude. Fui feliz". Se fue del mundo más tarde, en 1998. No sabía entonces que nadie le había podido quitar su corona de Rey de América.
Texto publicado por el autor del blog en Planeta Redondo, de Clarín.
martes, noviembre 13, 2018
Stábile, también ese actor
Guillermo Stábile, el inmenso Filtrador, en la película "Pelota de Trapo", de 1948, dirigido por Leopoldo Torres Ríos.
Más:
Los detalles del film, en IMDB.
miércoles, mayo 30, 2018
El Hombre Gris, poeta de Huracán
A Amleto Enrique Vergiati la historia tanguera y lunfarda lo conoció como Julián Centeya. Fue poeta, periodista sensible y un quemero de ley. Había nacido en Parma, Italia, en 1910, pero siempre se sintió porteño. Autor de Musa Milonguera (1964), grabó Antología Lunfarda (1967) y, en 1968, Aníbal Troilo le puso música a El Hombre Gris de Buenos Aires. Y también le escribió un poema a Huracán, un precioso recorrido por aquellos nombres y aquellos días que fueron orgullo y son leyenda. Acá se reproduce, en el día del 99o. cumpleaños:
El almacén del Zurdo Salvarredi
y Juan Di Nome como un inquilino
El grito callejero del "auredi"
y el temblar de los vidrios del vecino
La calle como cancha Las Naciones
una cortada azul y el corralón.
Todo un ayer de limpias emociones
que recoge de nuevo el corazón.
Y tu bandera linda acamalada
cuando Laguna era lo que fue
y la canchita aquella estaba echada
allá en Chiclana, el barrio que dejé.
Campeón inolvidable cuando Chiesa
jugaba por capaz el "fútbol-scope"
Onzari la llevaba corta y presa.
Salía Huracán y aquello era un galope!
Stábile "el filtrador" picaba y era
gol que se cantaba en la tribuna.
La pelota ya estaba en la "güevera"
y la cuestión era de sacar de a una.
Qué Huracán, Huracán: aquél de Tucho,
del Turco Simes, de Salvini, Unzué.
Me queda el consuelo de encender el pucho
del recuerdo, que me habla de aquel cuadro que fue.
Y entrevero los nombres tan capaces
sin orden y sin fechas... como sé.
Las cuarenta del mazo y todos eran ases!
Los guapos de aquel tiempo venían siempre al pie.
Cualquiera sea la suerte que a tus colores salga
-las buenas y las malas son cosas que se dan-
de frente a aquel que talle, por más que pose y valga
elevarás el GLOBO al grito de: HURACAN!!!
Fuentes: Todo Tango y el libro 'Del Globo y de la Quema', de Néstor Vicente.
El almacén del Zurdo Salvarredi
y Juan Di Nome como un inquilino
El grito callejero del "auredi"
y el temblar de los vidrios del vecino
La calle como cancha Las Naciones
una cortada azul y el corralón.
Todo un ayer de limpias emociones
que recoge de nuevo el corazón.
Y tu bandera linda acamalada
cuando Laguna era lo que fue
y la canchita aquella estaba echada
allá en Chiclana, el barrio que dejé.
Campeón inolvidable cuando Chiesa
jugaba por capaz el "fútbol-scope"
Onzari la llevaba corta y presa.
Salía Huracán y aquello era un galope!
Stábile "el filtrador" picaba y era
gol que se cantaba en la tribuna.
La pelota ya estaba en la "güevera"
y la cuestión era de sacar de a una.
Qué Huracán, Huracán: aquél de Tucho,
del Turco Simes, de Salvini, Unzué.
Me queda el consuelo de encender el pucho
del recuerdo, que me habla de aquel cuadro que fue.
Y entrevero los nombres tan capaces
sin orden y sin fechas... como sé.
Las cuarenta del mazo y todos eran ases!
Los guapos de aquel tiempo venían siempre al pie.
Cualquiera sea la suerte que a tus colores salga
-las buenas y las malas son cosas que se dan-
de frente a aquel que talle, por más que pose y valga
elevarás el GLOBO al grito de: HURACAN!!!
Fuentes: Todo Tango y el libro 'Del Globo y de la Quema', de Néstor Vicente.
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