martes, noviembre 12, 2013

La tía Clara


Por Eduardo Quintana*
La familia propia tiene características disímiles. La mía, obvio, no es la excepción a la regla. En todas hay un médico; un primo, un tío, un hermano. En la mía, no ocurría. Siempre existe algún abogado, algún contador o bien aquel familiar que se desempeña en la función pública. En mi gran familia, nada de eso acontecía. Mi bisabuelo llegó a nuestro país a principios de siglo e instaló una carpintería muy cerca de La Quema, donde funcionaba “El Matadero de los corrales” lugar en que se faenaba el ganado que llegaba del interior. En ese mismo sitio, hoy se erige un símbolo del barrio, de quien toma el nombre, el Parque de los Patricios. En esa urbe típica de Buenos Aires, se afincó la familia Catania con su carpintería. Allí se criaron mi viejo Nicola, mi tío Santino y mis cuatro tías, Pepa, que en realidad se llamaba Pepina, Enriqueta, Marta y Clara. Quienes a través del tiempo forjaron un amor inexplicable por el emblema del barrio, el Club Atlético Huracán.

Siguiendo con las comparaciones, en las familias típicas con hijas mujeres, las chicas eran amas de casa, maestras o tal vez cocineras. En mi familia, mis cuatro tías trabajaban en la carpintería y no sólo en la parte administrativa, sino en las tareas concernientes al oficio de la madera. Don Salvador, el viejo Salvador Catania y sus dos hijos varones se dedicaban a los traslados, que hasta la llegada del primer camión, se realizaban en carreta. Hablamos de una época lejana, de un Buenos Aires distinto. Las chicas aprendieron el oficio y manejaron la carpintería a la perfección. A medida que crecieron y se casaron, fueron dejando el negocio y extendiendo los lazos familiares. Pepa y Queta, como llamaban a Pepina y Enriqueta, se casaron con los hermanos Oyuela, dueños de una fábrica de muebles, y Martita, con el hijo de Don Roque, el almacenero de la cuadra, un pibe que se había recibido de médico clínico y trabajaba en el Hospital Penna.

Quien quedó a cargo de la carpintería fue la tía Clara, mi tía preferida, la compañera de andanzas en todas las canchas del país. Una persona que dedicó su vida al club que llevaba en su corazón. Tuve la suerte de compartir muchísimos partidos con ella y cuando no estábamos juntos, era fácil encontrarla entre los hinchas que se ubicaban en la Platea Alcorta, por su fisonomía, por sus ciento treinta kilos de peso, sumado a su atuendo blanco y rojo, con el que siempre vestía. Era una persona inquieta, extrovertida, boca sucia y con una voz tal, que llegaba a escucharse de una tribuna a otra. Su bonhomía era reconocida por todo el público quemero y su fanatismo único. La tía Clara era Huracán, era barrio, era tango y arrabal.


Es el día de hoy, que la recuerdo en cada partido, en cada esquina, en cada rincón del Palacio, evoco las lindas cosas que hemos pasado juntos, en aquellos inolvidables clásicos con el Ciclón o en los viajes al interior, con aquellos micros escolares que tardaban horas y horas en llegar a destino.
El amor pasó por su vida muy tarde y en forma efímera, sin la suerte de sus hermanas. Un día se cruzó con la persona equivocada. Un abogado que conoció en un baile de carnaval, del cual se enamoró perdidamente y de una forma casi inimaginable para su carácter y forma de ser. Roberto, era un tipo amable, formal y cortés, que cometió un sólo error que le costó el noviazgo con Clara. Pocos días antes de casarse, cuando ya estaba asignado el turno para el Registro Civil, cuando habían contratado la Iglesia y el salón, cuando esperaban el vestido blanco y el fotógrafo, cuando ya tenían la Luna de Miel preparada y habían repartido las invitaciones; un viernes, en aquellos partidos que se transmitían por Canal Siete, con el inconfundible relato de Horacio Aiello, en un paneo de cámara sobre la popular de Avenida La Plata, en el Gasómetro, Clara encontró entre los hinchas del Ciclón, la figura de Roberto ataviado con un gorrito de lana azulgrana con pompón rojo. Fue dolor y final. Fue desazón y fidelidad. Fue el día que encomendó su amor eterno a su querido Huracán. 

Nunca más aceptó un hombre en su vida.

La tía Clara era Huracán, porque sentía el fútbol de una forma poco común para una mujer de su época, con la pasión del hincha que pone el corazón en cada partido. 

La tía Clara era Huracán, porque era barrio y adoquín; tango y Parque de los Patricios, era Ringo Bonavena y Alfredo Barbieri, era Jorge Newbery y Tomás A. Ducó.

La tía Clara era Huracán por Herminio Masantonio y Tucho Méndez, por el Loco Houseman y  Miguelito Brindisi,  por el viejo Salvador Catania y por sus sobrinos.

Por eso en su lápida del cementerio, cada vez que le llevo flores, leo y releo su frente, que esboza:

Clara Mabel Catania

1/11/1930 – 2/5/2012.

“Aquí yacen los restos de una auténtica quemera”

La tía Clara era simplemente eso.

Era Huracán…


*Eduardo Quintana es escritor. Texto publicado en Mundo Ascenso.