Una escena emblemática del film "The Truman Show".
Por Marcelo Benini*
Cuenta la leyenda que existe un club que nació en
1908, en homenaje a Jorge Newbery. Tomó como insignia el globo
aerostático con el que el célebre aviador unió Argentina,
Uruguay y Brasil. Sostienen que su equipo de fútbol dominó la
escena en los años 20, década en la que ganó cuatro campeonatos:
1921, 1922, 1925 y 1928. ¿Es posible?
Mencionan que en 1939 consiguió lo que nadie antes
y sólo uno o dos equipos después: derrotar a los otros cinco grandes
en sólo una rueda (2-1 a River, 3-2 a Independiente, 3-2 a San Lorenzo,
3-1 a Boca y 3-0 a Racing). De ser cierto eriza la piel...
Dicen también que el club ostenta con orgullo al tercer
goleador de la historia del fútbol argentino, Herminio Masantonio,
¡quien además es el jugador con mejor promedio de gol en la historia
de la selección argentina! ¿Pueden creerlo?
No faltan quienes recuerdan que es el sexto club en cantidad
de de jugadores aportados a la selección argentina en los mundiales.
Que Tucho Méndez es el máximo artillero de los sudamericanos,
que Guillermo Stábile fue el goleador del Mundial de 1930 y que
Emilio Baldonedo, Herminio Masantonio y Tucho Méndez son los máximos
anotadores de Argentina frente a Brasil. Todos vistieron la casaca del globo...
Dicen además que este club protagonizó el récord
de venta de entradas en un partido no disputado por alguno de los otros cinco grandes:
fue en 1947, ante Atlanta, y lo presenciaron unas 70.000 personas. ¿Será
verdad?
Muchos aseguran que hasta 1986 era, junto a Boca, River e
Independiente, uno de los pocos equipos que nunca habían perdido la categoría.
¡Ojalá fuera cierto!
Otros mencionan que ocupa el sexto lugar en la cantidad de
apariciones (69) en la tapa de la revista El Gráfico, una de las
más prestigiosas publicaciones deportivas del continente, y que en la
tabla histórica que calcula el promedio de venta de entradas por partido,
desde que el fútbol es profesional, está ubicado en la sexta posición,
¡detrás de los cinco equipos grandes!
Todo esto sin mencionar la frutilla del postre. Los memoriosos
juran que en 1973, cuando sumó su quinta estrella a la camiseta, Huracán
jugó el mejor fútbol que se haya visto en la República
Argentina. Basta, ¡es demasiado!
¿Por qué digo que dicen, por qué no asumo estos
datos como una verdad absoluta? Porque estoy empezando a sospechar, habiendo
sido testigo directo de los últimos veinticinco años de su historia,
que esos antecedentes podrían ser falsos.
Perdón por la desconfianza. A veces pienso que Huracán
es un cuento de nuestros mayores, un paliativo a este presente ingrato. Sucede
que desde que tengo uso de razón no vi más que derrotas y frustraciones,
con muy excepcionales rachas positivas. Al revés de lo que sucede en
cualquier club ordinario, en Huracán lo normal es perder y lo infrecuente
ganar. ¿Cómo aceptar entonces la historia gloriosa de una institución
tan rebajada? Es como creer que el indigente que duerme en la plaza fue en el
pasado un exitoso artista, talentoso y millonario. No es verosímil, como
tampoco que Huracán haya sido, después de los cinco grandes, el
más grande club de fútbol que hubo en la Argentina entre 1920
y 1980.
Pero últimamente desarrollé una teoría
un tanto más siniestra. En realidad la especulación la formuló
el Lic. Roberto Guidotti, coautor del libro del centenario del club,
tras la enésima derrota del equipo. “Por momentos creo que me están
grabando, que esto no está ocurriendo de verdad. ¡Me siento como el personaje
de Truman Show, lo que sucede es imposible!”, gritó una vez en
la tribuna, colmada su paciencia, ante la mirada incrédula de algunos
plateístas.
Se refería a la película de Peter Weir.
Allí Jim Carrey interpreta a Truman Burbank, empleado de
una compañía de seguros, que ignora formar parte de un reality show basado en
su vida. Todo lo que le sucede a su alrededor es ficticio: el pueblo donde vive,
su trabajo, su esposa y sus amigos son parte de un programa de televisión,
del que Truman es su protagonista principal. Sus ambiciones de superarse chocan
con la imposibilidad de hacerlo, ya que en ese caso descubriría la verdad
detrás de bambalinas. Todos sus intentos de abrirse paso en la vida son
boicoteados, en ocasiones de manera grotesca, por los productores del ciclo.
Entonces una idea absurdamente genial tomó por asalto
mi cabeza. ¿Y si Huracán no existiera realmente, si fuera una simulación
creada por científicos para investigar las reacciones de los hinchas
de fútbol ante situaciones de extrema desgracia? Empecé a desarrollar
la teoría de que la participación del club en los campeonatos
de AFA es un experimento coordinado desde las sombras por académicos.
Pudo haber sido creado en los primeros años de la década del 70
-sospecho que en 1974, aprovechando la distracción del Mundial de Alemania-
con el objetivo de conocer el límite de la tolerancia humana ante la
adversidad futbolera.
Si aceptamos como posible este proyecto artificial, los menores
de 45 años crecimos en la convicción de que Huracán es
un club con una enorme historia y la expectativa de que su equipo debe estar
a esa altura. Lejos de eso, llevamos décadas completas de desengaños
y esporádicas temporadas de éxitos, jamás coronadas con
campeonatos. El guión de este audaz ensayo de laboratorio -basado en
la afición por un equipo impostor llamado Huracán- no contempla
el éxito: sus responsables buscan llevar la desilusión deportiva
a horizontes hasta ahora desconocidos por el ser humano.
Por esa razón, desde la década del 80 hasta
el presente Huracán siempre se las rebuscó para estar peor. Lo
preocupante del caso es que sus hinchas crearon una inmunidad que desconcierta
a los especialistas que supervisan la prueba, perplejos por la resistencia anímica
de los seguidores del Globo. “¡Parecen cucarachas, sobreviven a todo! El próximo
paso para quebrar su moral es forzar el descenso a la B Metropolitana. Ese debería
ser el punto de inflexión, la ruptura definitiva de su voluntad y el
final de la prueba”, leí hace poco en un foro de Internet, luego de que
Huracán llenara la tribuna estando último en la B Nacional. Pero
esa infidencia, una posible prueba del delito, fue borrada a las pocas horas.
Sin duda alguna lo escribió uno de los profesionales implicados en esta
farsa, impotente por el fracaso del experimento.
Esta aceitada conspiración contaría con miles de cómplices, indispensables para sostener semanalmente el falso espectáculo protagonizado por Huracán. Según mi intuición, los hinchas mayores son en realidad extras. Mezclados en la tribuna alimentan la fantasía de que Huracán fue una inmensa institución en el pasado, interpretando ensayados insultos y a veces rompiendo carnets. Dirigentes, directores técnicos, futbolistas, periodistas y especialmente árbitros se complotan cada semana -tomando a propósito decisiones erróneas- para obtener la desesperación de los todavía jóvenes hinchas. Y vaya si lo consiguen...
El otro día, en el partido frente los tucumanos, puse
a prueba mi hipótesis. Durante el primer tiempo observé actitudes
sospechosas del juez: parecía salirse de la vaina para perjudicar a Huracán,
pero no encontraba la ocasión. Faltando pocos minutos, con el partido
1 a 0 a favor del Globo, un delantero de Atlético enfiló para
el área apareado por un defensor nuestro. Me doy vuelta y alcanzo a advertirle
a un hincha: “Fijate, el árbitro va a cobrar penal”.
El referí se lleva el silbato a la boca y con el brazo
derecho extendido señala el punto de cal. Tras las protestas fingidas
de nuestros jugadores y la impotencia de los hinchas, el 11 de ellos toma carrera
y le pega muy abajo. La pelota da en el travesaño, pica en la línea
y se eleva tres metros. La tribuna ruge, muchos veteranos sobreactúan
abrazos, el triunfo está a salvo, ¡aguante Huracán! Sin embargo,
yo permanezco quieto esperando el fenómeno inesperado, en la jerga del
hincha la huracaneada. Cuando la pelota finalmente se decide a caer sobre
el área un jugador nuestro la cabecea hacia el arco y, ahora sí,
otro tucumano la empuja al fondo de la red. Algo similar a lo que sucedió
en 1998 en cancha de Lanús, cuando Luis Islas atajó un
penal y un defensor nuestro, ¿de puro chambón?, la metió en el
arco en vez de rechazarla. Demasiada casualidad...
Para que no me tilden de paranoico, registré otros
episodios suspicaces.
* Durante la final del octogonal para no descender de categoría,
en 1986, Huracán jugó tres partidos ante Deportivo Italiano. En
el tercero de ellos, el Globo ganaba 2 a 1 en el alargue y, tras un perjudicial
arbitraje de Patricio Sinnot, le empataron sobre la hora. En la definición
por penales, nuestros jugadores fallaron dos disparos. Ese mismo año
se creó el Nacional B, el torneo de ascenso más difícil
del fútbol argentino...
* El primer año en el Nacional B Huracán hizo una campaña de campeón, pero apareció un “tapado”: Deportivo Armenio rompió el récord en la Argentina de un equipo invicto, con una racha de 38 partidos sin perder, y le sacó 12 puntos de ventaja. De no creer...
* Ya en primera división, en 1994 Huracán llegó a la última fecha en la primera ubicación, pero justo debió enfrentar de visitante al escolta, Independiente. Perdió 4 a 0 sin atenuantes. Fue el último torneo que otorgó dos puntos por triunfo. De haber sumado de a tres, el Globo hubiera sido campeón una fecha antes del final del certamen.
* En el Torneo Clausura 2003, tras disputar 19 partidos, Huracán sumó sólo seis puntos de 57 posibles, récord superado luego por otro Huracán, el de Tres Arroyos. De milagro, los hinchas sobrevivimos a ese vergonzoso descenso.
* La mayoría de los jugadores que misteriosamente fracasaron en Huracán sugestivamente brillaron en otros equipos. El último ejemplo es el de Hernán Barcos, recientemente citado por Alejandro Sabella a la selección argentina.
* La mayoría de los jugadores que abandonan Huracán terminan siendo sus verdugos. Sucedió con grandes figuras, como Miguel Angel Brindisi, Claudio García o Daniel Montenegro, y con jugadores discretos, como Gastón Machín. Esta ley es infalible.
* En los últimos 25 años el club sufrió despojos arbitrales sólo entendibles desde la premeditación. En 2007 Daniel Giménez privó a Huracán del ascenso ante San Martín de San Juan, tras adicionar ocho minutos y cobrar una infracción inexistente sobre el final del partido a favor de los locales: ése fue el último partido que dirigió. En 2009 Gabriel Brazenas impidió que saliera campeón ante Vélez, luego de anularle un gol legítimo a Huracán y convalidar otro viciado de nulidad a Vélez: este juez también fue echado del referato. En 2011 Pablo Lunati fue vital para que Huracán descendiera -por cuarta vez en su historia- ante Gimnasia y Esgrima La Plata, tras expulsarle dos jugadores antes de los primeros 30 minutos en un partido definitorio.
* Al cabo de los años, los tres ídolos máximos de la institución (“supuestos” campeones en 1973) conspiraron contra la felicidad de los hinchas. Miguel Angel Brindisi hizo méritos como director técnico para que Huracán descendiera en 2011, Carlos Babington fue uno de los peores presidentes de la historia del club y René Houseman festejó ruidosamente en la tribuna la eliminación por penales de Huracán ante Excursionistas por la primera fecha de la Copa Argentina.
Es por todo esto que llegué a la categórica
conclusión de que Huracán es un espejismo, un club irreal, el
sueño de miles de hinchas estafados en su credulidad. Por eso tomé
la decisión de desbaratar a esta red de encubridores y presentar todas
las pruebas en la Fiscalía de Distrito de Parque Patricios. Sólo
me frena una duda pavorosa: ¿y si ese barrio fuese un inmenso decorado que permanece
cerrado los días que no hay partido?
*Periodista. Texto publicado en el periódico El Barrio.
*Periodista. Texto publicado en el periódico El Barrio.